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La mujer que le enseñó al Estado a buscar a los desaparecidos

Daniela nació en una vereda de Caldono y creció en una guardería del ICBF después de que su madre, también reclutada siendo menor de edad, la abandonara...

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Santiago Cruz Hoyos.
Santiago Cruz Hoyos. | Foto: El País.

21 de dic de 2025, 02:31 a. m.

Actualizado el 21 de dic de 2025, 02:31 a. m.

La caja pesa cuando Daniela la saca de la casa para hacer algún trámite. Adentro guarda el camuflado que llevaba su padre el día que lo mataron. La tela conserva los agujeros de los dos tiros que recibió a la altura de la pelvis.

“Cuando necesito llevar la ropa a Medicina Legal para algún trámite, la caja se pone pesada. Es solo ropa, pero es como si a mi papá no le gustara salir de la casa”, dice.

Miguel era el nombre de guerra de su padre, reclutado por las Farc cuando tenía 8 años. Daniela nació dos días después de que lo “dieran de baja” en Mondomo, Cauca. Nunca lo conoció. Ni siquiera sabe su nombre civil. Durante tres años lo buscó hasta encontrarlo en una fosa común de la vereda El Tarso, envuelto en esa misma ropa.

Es lunes y Daniela deja flores azules artificiales en la tumba del Cementerio Evangélico del norte de Cali. Cada dos semanas viene a conversar con él. Esta vez le cuenta que viajará a Guatemala a hablar de su búsqueda y a presentar Resistiendo al olvido, el libro donde narra cómo salió a encontrar a un padre que era, al principio, un desconocido. “Le agradecí porque nuestra historia ha llegado a otros lugares”, dice. Empieza a llover.

Daniela nació en una vereda de Caldono y creció en una guardería del ICBF después de que su madre, también reclutada siendo menor de edad, la abandonara. Allí conoció el maltrato y el abuso. En su infancia le repitieron que era una “bandolerita” y que terminaría como su papá. En un territorio sin Estado, la guerrilla aparecía como único referente. Fue reclutada siendo niña. Su mejor amiga, Diana Patricia Díaz, también reclutada, murió en la guerra.

Daniela empezó a buscar a su padre a los 13 años. No había una ruta para encontrar excombatientes desaparecidos: el Estado no sabía cómo hacerlo. Ella preguntó en las veredas, escuchó a los mayores, se sumergió en la memoria de los campesinos, descartó versiones, cerró rutas. Hasta que llegó al sepulturero que aún recordaba dónde había enterrado a Miguel. Cuando presentó el caso, la investigación terminada, la Unidad de Búsqueda encontró el camino hecho: coordenadas, testimonios, contexto. Solo faltaba autorizar la exhumación. El método de Daniela nacido de la urgencia de encontrar a su papá para encontrarse a sí misma terminó siendo reconocido y replicado en otros casos. Por eso dicen que Daniela le enseñó al Estado a buscar a los desaparecidos.

“Cuando lo exhumé y le di sepultura enterré rencores, odios e incertidumbre. Fue perdonarlo y perdonarme”, comenta.

Aquella búsqueda la puso en riesgo. Huyó a Cali, estudió Matemáticas en la Universidad del Valle y, tras el Acuerdo de Paz, fue docente de excombatientes. La educación, dice, le dio el criterio para concluir que era falso el discurso de la guerrilla, que ellos no habían sido buenos con ellas como decían, ni con ninguno de los niños reclutados. “Era un engaño”.

Hoy Daniela hace parte de la Unidad de Búsqueda y lidera en Caldono a Mujeres Buscadoras Valientes, un grupo que acompaña a decenas de familias. Viaja por el Cauca tomando muestras genéticas, ubicando fosas, devolviendo nombres. “Encontrar a los desaparecidos es una forma de sanar a Colombia”. Ella aún no termina de sanar.

Cuando su hijo sale de la casa y no responde el teléfono, Daniela se angustia. Como si la desaparición regresara de golpe. Esa herida persistente es la que aún cargan miles de familias en el país, el desespero de no saber, en estas fiestas de fin de año, dónde están sus desaparecidos.

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