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Las profecías de los Supersónicos

Todos lo mirábamos como tratando de entender un truco; otros le tomaban fotos. Algunos comensales detenían sus conversaciones mientras lo señalaban.

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Santiago Cruz Hoyos.
Santiago Cruz Hoyos. | Foto: El País.

22 de nov de 2025, 11:47 p. m.

Actualizado el 22 de nov de 2025, 11:47 p. m.

Sucedió el pasado fin de semana. Estaba en la plazoleta de comidas del centro comercial Jardín Plaza cuando, a mis espaldas, escuché una voz electrónica que decía: “juntos hacemos del mundo más sostenible”. Era un robot que recogía las bandejas de los pedidos que se llevan a la mesa. Todos lo mirábamos como tratando de entender un truco; otros le tomaban fotos. Algunos comensales detenían sus conversaciones mientras lo señalaban.

Entonces pensé en el cine: ¿cuántos aparatos no vimos en las películas de la infancia que parecían pura fantasía, y hoy hacen parte de la cotidianidad? Mi esposa mencionó enseguida a Los Supersónicos. Tenía razón. El robot del centro comercial nos recordaba a Robotina, la empleada doméstica mecánica de la serie que cuenta las aventuras de una familia que vive en el año 2062, en una ciudad llamada Orbit City.

Por un instante volví a la sala de la casa del barrio La Merced, donde crecí. En el sofá, después del colegio, veía Los Supersónicos en un televisor de madera al que bastaba darle un golpecito para que recuperara la señal.

En la serie, George Jetson, el protagonista, solía comunicarse con su esposa Jane por videollamada. A finales de los 80 o principios de los 90 eso era impensable. El teléfono de la casa era un mamotreto de disco, pesado, anclado a una mesa. Hoy en cambio caminamos con Zoom y Google Meet en el bolsillo.

También, en Los Supersónicos, aparecían relojes con pantalla, tipo Apple Watch, y casas automatizadas, como si los guionistas hubieran conocido a Alexa y Google Home décadas antes. En esos televisores pesados y de tubo, uno, en la serie, veía en cambio pantallas planas que bajaban de las paredes, caminadoras, cintas transportadoras que en estos tiempos de pereza moderna no faltan en los aeropuertos.

En Los Supersónicos también había máquinas que hoy ni siquiera nos sorprenden, como las que preparan comida o bebidas con solo presionar un botón, o los equipos médicos que escanean el cuerpo entero. Incluso el trabajo remoto: George Jetson, por momentos, trabajaba desde su casa en el cielo, conectado por videollamada.

¿Por qué fueron capaces de predecir tanto?, me pregunté mientras el robot de Jardín Plaza seguía recogiendo bandejas. Entonces, de regreso, busqué la historia detrás de la serie. Los Supersónicos tenía un equipo numeroso de escritores liderados por Joseph Barbera y William Hanna, maestros de la animación, creadores de universos que rondaron nuestra infancia como Tom y Jerry y Los Picapiedra.

Lo que han contado en entrevistas es que los inventos con los que construyeron el universo de Los Supersónicos no nacían de lo que estuvieran haciendo los ingenieros del momento, sino de las necesidades humanas. ¿Qué nos haría la vida más cómoda?, se preguntaban, y pensaban en Robotina; ¿cómo evitar que alguien pierda tiempo y ser más productivo?, e imaginaban las videollamadas o el trabajo remoto.

El contexto del mundo también ayudó. En los años 60, Estados Unidos intentaba llegar a la Luna. Había una fiebre futurista.

También, explicaron, exageraron los alcances de algunos inventos que ya existían, como algunos robots industriales y computadores que intentaban hacerse más pequeños. Y se atrevieron a suponer cómo sería la vida si estuvieran al alcance de todos.

Pero, sobre todo, la serie, cuyo primer capítulo se emitió el 23 de septiembre de 1962 en la cadena ABC, se sostenía en una premisa: imaginar el futuro es una forma de contarnos lo que deseamos. Por eso sigue tan vigente. Y por eso, cuando un robot recoge bandejas en un centro comercial, no necesariamente pensamos que llegó el futuro sino que, de alguna manera, sucede una especie de Déjà vu: tenemos la sensación que en alguna parte ya lo habíamos visto.

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