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La promesa que le robaron a una generación

Cuando un líder de una sociedad es víctima de la violencia, no solo retrocedemos décadas en los derechos democráticos: también lo sentimos como si el ataque hubiera sido contra cada uno de nosotros.

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Fernando Posada
Fernando Posada | Foto: El País

18 de ago de 2025, 01:26 a. m.

Actualizado el 18 de ago de 2025, 01:26 a. m.

Miguel Uribe Turbay era una de las promesas más jóvenes y con más futuro de la política de Colombia. Es difícil encontrar las palabras para escribir sobre la vida de alguien que en este momento no debería estar haciendo algo distinto que vivirla. Lejos de protagonizar el doloroso duelo que atraviesa Colombia, Miguel merecía una vida larga, de lucha por sus ideas y paz en su hogar. Era un hombre decente, un líder propositivo y un miembro de familia ejemplar.

No tiene nombre lo que los violentos le han hecho tantas veces a miles de familias colombianas, en cada territorio y época imaginable, y que ahora acaban de volver a hacer. Nuestro país tiene el derecho a superar sus días de horror para que las nuevas generaciones no vuelvan a vivir las horas de oscura desesperanza y pérdida de fe en nuestro futuro. Cuando un líder de una sociedad es víctima de la violencia, no solo retrocedemos décadas en los derechos democráticos: también lo sentimos como si el ataque hubiera sido contra cada uno de nosotros.

No tiene ningún sentido hablar de ideas en común o de desacuerdos políticos cuando la violencia acaba con la vida de alguien que siempre creyó en la democracia como camino para construir una mejor sociedad. Sobran todas las antipáticas precisiones de quienes buscan aclarar sus diferencias ideológicas antes de solidarizarse ante el horror. Sobre todo porque, si bien era posible estar muchas veces en orillas diferentes a la de Miguel, era el tipo de contertulio o contrincante con quien uno quisiera encontrarse siempre en la democracia. Era un ciudadano de convicciones, tolerante en el diálogo y apasionado por el servicio público.

En una hora de tanta consternación recordamos que el nuestro es un país que necesita más garantías democráticas para sus líderes y menos mártires y lágrimas derramadas, y que pide con urgencia que las palabras pronunciadas desde el poder procuren la reconciliación en vez de las rivalidades. Sí, hay que decirlo: desde la desacertada alocución televisada de la noche del atentado, las veces que el presidente –por despistado o malintencionado– le cambió el nombre a Miguel y las indolentes palabras del jefe de gabinete tras la noticia de su muerte, el manejo que el gobierno dio a todo este momento de horror fue el peor posible.

Duele profundamente despedir a un amigo, a un colega y a una voz de mi misma generación con la tristeza de no haberlo visto conquistar los lugares donde tanto trabajó para llegar. Duele ver a un padre que hace 35 años enterraba a su esposa despedirse ahora de su hijo. Y duele especialmente ver el hogar de Miguel, con su esposa y su hijo, roto para siempre.

Lo más difícil de una despedida es lo que está por venir. Tenemos el deber y el compromiso de que la vida y los proyectos de Miguel sigan siendo recordados en los años que irán llegando. Sobre todo, desde nuestra generación debemos honrar su compromiso con la democracia y la promesa de un futuro de paz, y recordarle a su familia que lo sobrevive que ni su vida ni sus luchas fueron en vano.

Posdata: a Colombia le quitaron de la manera más dolorosa a su senador más votado y al principal vocero de la oposición en el Congreso. A una familia le quitaron a su padre, hijo y esposo. A millones de electores les quitaron la esperanza y la confianza en su democracia. Y, sin embargo, algunos desubicados se han creído en el derecho de exigirles cómo vivir el duelo y qué decir en la despedida. No deja de desconcertar semejante soberbia.

Politólogo de la Universidad de los Andes con maestría en Política Latinoamericana de University College London. Es analista político para varias publicaciones nacionales e internacionales, y consultor en temas de política pública, paz y sostenibilidad.

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