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Johann Strauss II: música para dos siglos y para siempre

Sus composiciones, en especial los valses y polcas, han encontrado un lugar en terapias geriátricas y neurológicas gracias a sus efectos relajantes...

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Rodrigo Obonaga Pineda.
Rodrigo Obonaga Pineda. | Foto: El País.

1 de oct de 2025, 02:39 a. m.

Actualizado el 1 de oct de 2025, 02:39 a. m.

Nacido en Viena en 1825 y fallecido en 1899, Johann Strauss II fue hijo del célebre compositor y director de orquesta Johann Strauss padre, quien, aunque igualmente destacado, cultivó un estilo más tradicional en comparación con la frescura e innovación que su hijo aportaría al género.

Su vínculo con la música no estuvo libre de obstáculos. Su padre, hombre rígido y exigente, se oponía con firmeza a que siguiera una carrera artística, pues tenía otros planes para su futuro. Sin embargo, Johann Strauss hijo, movido por una pasión incontenible, aprendió a tocar el violín en secreto. Gracias a su talento natural y a una perseverancia inquebrantable, logró formar su propia orquesta a una edad temprana, convirtiéndose muy pronto en una figura indispensable dentro de la vida cultural vienesa.

En pleno florecimiento cultural del Imperio Austrohúngaro del Siglo XIX, Strauss forjó un estilo inconfundible, donde se entrelazaban melodías memorables, una elegancia refinada y una orquestación de impecable maestría. Gracias a esta síntesis artística logró cautivar tanto a las élites aristocráticas como al público común, consolidándose como un fenómeno musical sin precedentes.

Su legado creativo comprende más de quinientas composiciones, entre las que destacan joyas inmortales como los valses El Danubio Azul, Vida de artista, Cuentos de los bosques de Viena, El Emperador y Rosas del Sur. Estas piezas no solo evocan el lirismo mozartiano, sino que también dialogan con las innovaciones de contemporáneos como Brahms y Liszt, quienes exploraron el vals desde miradas distintas. La influencia de la dinastía Strauss fue amplia y fecunda, con aportes memorables de sus hermanos Josef y Eduard; sin embargo, Johann Strauss II brilló con luz propia gracias a su técnica impecable, su extraordinaria sensibilidad melódica y el carisma que desplegaba como director de orquesta.

La instrumentación empleada por Strauss responde, en gran medida, a los cánones sinfónicos del Siglo XIX —cuerdas, maderas, metales y percusión—. Sin embargo, en sus composiciones ligeras, como valses, polcas y galops, incorporó instrumentos poco habituales, con el fin de obtener matices expresivos y efectos humorísticos característicos. Entre los recursos instrumentales poco convencionales empleados por Strauss se incluyen:

Silbatos, utilizados para introducir acentos cómicos o inesperados, como en la célebre Tritsch-Tratsch-Polka. Cencerros, que evocan sonoridades rurales y paisajes naturales. Glockenspiel y campanas tubulares, empleados para aportar dinamismo y un brillo juguetón a las melodías. Cítara, instrumento emblemático de la tradición vienesa, presente en obras con matices folclóricos. Triángulo, castañuelas y tamboril, que realzan la vitalidad rítmica en danzas rápidas, especialmente en las polcas. Efectos especiales como látigos y carracas, concebidos para recrear escenas teatrales o situaciones de la vida cotidiana.

La maestría de Strauss al integrar estos recursos de forma estratégica dotó a sus composiciones de una frescura inconfundible, capaz de maravillar tanto a la aristocracia como al público popular, sin sacrificar ni un ápice de refinamiento ni de accesibilidad.

El impacto del legado musical de Johann Strauss II trasciende el ámbito estrictamente artístico. Sus composiciones, en especial los valses y polcas, han encontrado un lugar en terapias geriátricas y neurológicas gracias a sus efectos relajantes y a la regularidad rítmica que favorece la estabilidad emocional. Del mismo modo, su música se ha incorporado en programas educativos y de desarrollo afectivo, confirmando que su obra no solo pertenece a los escenarios de concierto, sino también a la vida cotidiana y al bienestar humano.

El compositor alemán Richard Strauss afirmó en cierta ocasión que, entre todos los individuos a quienes Dios otorgó el don de repartir alegría, Johann Strauss II era, sin duda, el más digno de mérito. Ese reconocimiento no fue aislado. Johannes Brahms, por ejemplo, brindó una anécdota memorable cuando una admiradora le pidió firmar su abanico, en el que ya estaban escritos los compases iniciales del célebre vals An der schönen blauen Donau (El Danubio Azul). Con su ingenio característico y una gran humildad, Brahms escribió bajo la partitura: “Leider nicht von Johannes Brahms” (Por desgracia, no de Johannes Brahms). En aquella breve nota se condensaba no solo un gesto de humor fino, sino también la sincera admiración que sentía hacia el genio melódico de Strauss, pese a las profundas diferencias que separaban sus estilos musicales.

Doscientos años después de su nacimiento, la obra de Johann Strauss II sigue destacándose por su originalidad, iluminando vidas y reafirmando el poder transformador del arte. Con su genio creativo no solo elevó el vals de su condición popular a una forma artística refinada, sino que también lo consolidó como emblema de alegría y elegancia. Hoy, su música continúa siendo una fuente inagotable de inspiración: representa el alma vibrante de Viena y permanece como un refugio sonoro que invita a celebrar la vida.

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