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Una cárcel en Colombia

El problema en Colombia es que a las cárceles se trasladaron las estructuras de poder y riqueza que las personas detenidas tenían en libertad.

2 de octubre de 2022 Por:

“Preferimos una tumba en Colombia a una cárcel en Estados Unidos” fue el lema con el que los narcotraficantes se oponían a la extradición. Ahora sabemos que lo que preferían era una cárcel en Colombia a cualquier otra cosa. Los tristes episodios de juerga, música, licor y bacanales en la cárcel La Picota la semana pasada explican con claridad por qué les parece mejor una cárcel en Colombia.

Episodios tristes por lo repetitivos en su alcance y protagonistas.
Cambian los nombres del hampón homenajeado, de la festividad que se celebra (aunque la Virgen de las Mercedes gana con holgura) y del artista invitado. Todo lo demás se repite: presos en pabellones de alta seguridad organizan tremendos fiestones por horas o días, con la necesaria complicidad y complacencia de la guardia y la dirección. Algo se les sale del libreto y viene una redada en la que siempre encuentran celulares, tabletas, televisores, decodificadores y trago, mucho trago. Al escándalo siempre le sigue la cabeza del director del penal y cada vez menos de la dirección de Inpec.

Nunca son los presos de baja seguridad, ni los de los pabellones donde hay hacinamiento, ni donde está el lumpen. No, para estas fiestas hay que tener riqueza y poder que sólo tienen unos cuantos detenidos. Tener televisores de alta definición, neveras para que se enfríe el licor, escenarios para los artistas invitados, todo eso requiere plata que compre lo que haya que comprar para que el festín sea posible y pague por las celdas donde se pueden tener semejantes aparatos.

Una reforma al sistema penitenciario no debería buscar hacerlo más flexible, ni más estricto, sino a estandarizarlo de acuerdo con los niveles de riesgo de los internos como único requisito. Aparte de eso, que todos en el mismo nivel de riesgo tengan acceso a lo mismo y deban hacer las mismas cosas. Quien esté en alta seguridad debería estar en mayores niveles de aislamiento con todos sus pares. Su acceso a distracciones debería ser homogéneo y nadie debería tener permiso para usar su propio televisor, ni acceder a computadores personales. Ciertamente las restricciones deberían flexibilizarse en la medida que el riesgo disminuya, pero en las mismas condiciones de todos.

El problema en Colombia es que a las cárceles se trasladaron las estructuras de poder y riqueza que las personas detenidas tenían en libertad. Por eso vimos a Carlos Mattos yendo a su oficina escoltado por el Inpec, pero con todo el personal de su oficina trabajando como si no estuviera detenido, inclusive citando a sus abogados a reuniones. Otros son menos corporativos, pero igual de cínicos, llevan músicos y prostitutas. Sea Macaco, Mattos o Tapia, todos propician un escándalo porque el sistema penitenciario recoge en su interior la desigualdad y el poder del poder criminal de afuera.

Dicen que Colombia ha construido muchísima infraestructura carcelaria de alta seguridad siguiendo estándares norteamericanos. No creo, porque si los mafiosos colombianos preferían una tumba en Colombia era porque el sistema carcelario americano es estandarizado. Fueran Maddoff, Unabomber, Tyson o los Rodríguez Orejuela, todos tenían el mismo régimen en cuanto a la cantidad de horas semanales de interacción, las visitas de familiares, el acceso a libros o inclusive el trabajo, es igual para todos. Si su perfil de riesgo baja, tienen más beneficios, no depende de la plata ni el poder.

Estandarizar las condiciones de reclusión y prohibir sin excepciones cualquier beneficio inapropiado para el nivel de riesgo sería más barato, aunque menos político. Pero mientras estos presos no sean presos, las cárceles no serán cárceles.

AHORA EN Guillermo Puyana Ramos