Una placa que despista
Sin duda debemos reconocer los esfuerzos del secretario de Cultura de Cali Ronald Mayorga y especialmente del subsecretario Leonardo Medina para que la estatua del fundador de la ciudad volviera a su pedestal. Pero la placa, ¡ay, que placa!, será tema de preguntas frecuentes y de comentarios burlescos por parte de los turistas quienes al leer el texto buscarán un guerrero indio y no a un conquistador español.
“Los caleños herederos de nuestros antepasados indígenas grabamos aquí en este pedestal de la estatua del fundador de Santiago de Cali, Sebastián de Belalcázar nuestra voz de reconocimiento y exaltación en homenaje al valor y heroísmo que ofrecieron con su sangre los pueblos indígenas de la época, y los proclamamos como ejemplo de sentimiento de amor patrio. Ellos resistieron y murieron con honor defendiendo su territorio y su cultura de la violenta conquista española que los despojó de riquezas y poder e impuso su cultura occidental”. Continúa una relación de dichas comunidades indígenas.
Esto pasa cuando se le quiere dar gusto a todo el mundo: al final nadie queda satisfecho. Creo que más se hubiera logrado con un monumento en otro destacado sitio de la ciudad para nuestras raíces aborígenes y allá esta placa hubiera quedado muy bien. Para Belalcázar basta la simple mención de ser el fundador de la ciudad y su fecha de nacimiento y muerte. Las biografías son complejas analizadas siglos después.
Por ejemplo, del premio Nobel de medicina Alexander Fleming, descubridor de la penicilina y otra enzima, inventos con los que se inició la era de los antibióticos, los biógrafos podrían decir “Científico inglés nacido en 1881, quien por razones del azar vio los efectos de un moho antibiótico que cayó casualmente sobre un cultivo bacteriano. Fue inclemente con los ratones de laboratorio. Vale la pena, animalistas, preguntarse por qué un busto suyo está frente a la plaza de toros de Las ventas en Madrid. Murió en 1955”.
De Gabriel García Márquez, nuestro Nobel de literatura, podría minimizarse su aporte literario y enfatizar en su amistad con los poderosos desde Fidel Castro hasta Bill Clinton; o de su amor por México y su lejanía de Colombia; o del rechazo de The New Yorker a publicar una de sus crónicas en 1982. Del maestro del suspenso Alfred Hitchcock que no veía sus propias películas, pues no le parecían buenas; de Picasso que negociaba sus cuadros con intimidante pistola en la pretina o del líder chino Mao Zedong que nunca se cepillaba los dientes. Siempre habrá maneras de contar la historia, sin mentir, pero con cierta bilis, llevando al lector muchas veces a escenarios inmerecidos.