Columnistas
De Kabul a Tel Aviv
Estamos viendo una reconfiguración del soft power americano a través de su propio poder duro, la reconstrucción de la percepción de Estados Unidos como un país de enorme poder de ataque que resuelve problemas globales.
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13 de oct de 2025, 12:26 a. m.
Actualizado el 14 de oct de 2025, 02:12 a. m.
Hace solo cinco años, en agosto de 2021, las cadenas internacionales de noticias mostraban las aterradoras imágenes de afganos colgados de los trenes de aterrizaje de los últimos aviones norteamericanos que despegaban de Kabul, huyendo y dejando atrás veinte años de una infructuosa intervención militar tras los atentados de las Torres Gemelas en 11 de septiembre de 2001. Derrotados finalmente por los mismos talibanes cuya fuerza militar y política se comprometió a extirpar por su apoyo a Al Qaeda, la retirada caótica del principal poder mundial de la capital de un país cientos de veces más pobre y miles de veces menos poderoso, arrastró con ella el prestigio de los Estados Unidos.
Pero hace solo dos días, en lo que hoy se llama Plaza de los Rehenes en Tel Aviv, miles de israelíes se congregaron para apoyar el plan que temporalmente puso un alto a la tragedia de Gaza promovido por el presidente Donald Trump, aparentemente aceptado por las dos partes que se han propuesto como objetivo borrarse una a la otra de la faz de la tierra en el escenario de mayor belicismo de la posguerra. Los manifestantes ondeaban banderas de los Estados Unidos y vitorearon cada vez que el nombre del Trump se mencionó.
Claro, los vítores no eran solo por la liberación de los rehenes vivos y la entrega de los restos de los que murieron en cautiverio, sino porque el plan aceptado por Hamás está alineado con los intereses principales de Israel más que con los de los palestinos. El primer punto habla de ‘desradicalizar’ Gaza, sin imponer un deber equivalente a Israel. En otros puntos, es claro que Hamás no solo deberá desarmarse y sus instalaciones militares, ofensivas y defensivas destruirse, incluyendo los túneles, sino que además no podrá volver a involucrarse en el gobierno de Gaza ‘de ninguna manera’.
El gobierno de la franja pasará a un comité internacional, técnico y apolítico dirigido por, como no, Donald Trump mismo.
Hace cinco años la desbandada de Kabul fue analizada como el mayor síntoma de la decadencia de la influencia norteamericana. Es verdad que el mundo de hoy tiene unos equilibrios frágiles derivados de la creciente influencia de China, Rusia y otros países en asuntos globales, así como la mayor autonomía de Europa, África y Asia en la medida que los intereses nacionales de los países de esas regiones no se acompasan con una agenda de intereses norteamericanos.
Pero ni lo que acabamos de ver en el caso de la guerra en Gaza, ni lo que estamos presenciando en el cerco naval a Venezuela, que incluye acciones militares reales y efectivas de destrucción de lanchas cargadas de droga y tripuladas por narcotraficantes, ni lo que pasó con Panamá a quien los norteamericanos obligaron a anunciar la no renovación de su membresía a la Iniciativa de la Franja y la Ruta son cosas retóricas.
Estamos viendo una reconfiguración del soft power americano a través de su propio poder duro, la reconstrucción de la percepción de Estados Unidos como un país de enorme poder de ataque que resuelve problemas globales. Estamos ante acciones unilaterales que Estados Unidos legitima desde su propio conjunto de intereses y valores, sin vincular a otros países a sus planes como pasó con la operación ‘Libertad Duradera’ en Afganistán en la que dos docenas de países formaron la alianza, ni las operaciones en Libia, Sudán o Somalia.
Hay un cambio radical de Kabul 2021 a Tel Aviv 2025, ante el que los nigromantes del fin de la historia deberían tener cautela y los gobernantes prudencia.

Abogado
6024455000





