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Claudia López

No voy a descubrirle nada a nadie diciendo que la política en Colombia es un juego de máscaras, donde lo común es que los líderes políticos interpreten papeles ajenos a su verdadero carácter e intenciones.

28 de junio de 2018 Por: Carlos Jiménez

No voy a descubrirle nada a nadie diciendo que la política en Colombia es un juego de máscaras, donde lo común es que los líderes políticos interpreten papeles ajenos a su verdadero carácter e intenciones. Pero si traigo a cuento esta trivialidad es por lo mucho que me ha sorprendido la decisión de Claudia López de interpretar un papel que no es el suyo.

Yo creía que su pertenencia al partido de los Verdes la obligaba a actuar como una defensora a ultranza de las causas medioambientales, vitalmente interesada en poner coto a la catastrófica deforestación de nuestras selvas y bosques, la contaminación de nuestros ríos y nuestros mares, la amenaza que pende sobre nuestros páramos por obra de la minería a cielo abierto, la extinción de las abejas y de tantas otras especies animales de las que depende nuestra vida en el planeta.

Y por último -pero no por ello menos importante– como decidida opositora de la entrega de nuestras ciudades -con excepción de Medellín- a la dictadura del automóvil, una fuente de contaminación que afecta gravemente la salud de millones de nuestros conciudadanos y que causa un número de muertes anuales cuya estadística no sé si alguien estará llevando. Estos son nuestros más graves y urgentes problemas medioambientales, cuya solución debería determinar la agenda de cualquier líder político que reclame para sí la etiqueta de ‘Verde’.

Pero no la de Claudia López, quien en vez de actuar como líder ecologista ha preferido el papel de abanderada insomne de la lucha contra la corrupción, adelantando una campaña en su contra tan enérgica que ha logrado la convocatoria de un referendo nacional anticorrupción. Su éxito no se debe, sin embargo, solo a sus esfuerzos, porque en Colombia es un lugar común, compartido por tirios y troyanos, que todos sus problemas tienen una sola causa: la corrupción de su clase política. Diagnóstico compartido por los presidentes de las Américas que en su más reciente cumbre pasaron por alto el resto de nuestros problemas para ponerse de acuerdo con una insólita unanimidad en que la corrupción es el problema.

Añado dos objeciones. El cuestionario no incluye ninguna sanción explícita a los políticos que propicien daños medioambientales. Y segunda: es un saludo a la bandera desde el momento en que fue aprobado por unanimidad por un Senado en el que son muchos los que están convencidos de que “la ley se obedece pero no se cumple”.

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