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Tonga

Todavía la isla no puede verse. Un manto espeso y gris, cargado de ceniza y gases tóxicos la cubre. No hay energía ni agua potable.

17 de enero de 2022 Por: Aura Lucía Mera

Hace más de mil años este planeta no experimentaba un fenómeno natural tan aterrador y desconocido como la explosión de un volcán submarino en la pequeña isla de Tonga, que no llega a más de cien mil habitantes. Yo por lo menos jamás la había oído nombrar y ahora no puedo desprenderme de leer, escuchar y ver videos sobre este suceso.

Tonga tiene rey, aunque también tiene régimen parlamentario. Sus playas son blancas y sus aguas azul celeste, está repleta de palmeras y hoteles boutique .que invitan a visitarla como un paraíso terrenal.

Paraíso que se ha convertido en el infierno. Sin avisar. De repente, todo el planeta escuchó un potente rugido salido desde lo más profundo del océano que duró ocho minutos y llegó hasta Alaska, Escocia, Australia, Nueva Zelanda, Canadá. Como un alarido dolorido de la Tierra, que no quiere dejarse aniquilar por los humanos depredadores y obscenamente codiciosos.

Las columnas de gases, cenizas, humo, atravesaron la estratosfera, formando lo que los científicos llaman “torreones cumulogénitos” que desencadenaron más de sesenta mil relámpagos en quince minutos o sea setenta por segundo.

Todavía la isla no puede verse. Un manto espeso y gris, cargado de ceniza y gases tóxicos la cubre. No hay energía ni agua potable.

Aún los vulcanólogos y científicos ambientales no pueden explicarnos realmente qué sucedió, el por qué y las consecuencias que acarrearán para el mundo entero. El océano Pacífico sufrió un sacudón, el más fuerte en cien siglos, y eso los tiene totalmente desconcertados y a muchos aterrorizados. Esa explosión originada en lo más profundo del mar y que se disparó como un hongo, como una bomba atómica que no cae de un avión sino que sale hacia el infinito, puede cambiar nuestra geografía, nuestro clima, nuestra existencia.

Esa existencia humana, la nuestra, que al fin y al cabo significa menos que un instante en el cosmos, y volver polvo ese ‘planeta azul’ en el cual vivimos y que cantan los poetas, y que sus moradores, o sea nosotros los humanos, no hemos hecho más que explotar, irrespetar, agredir y encima nos dedicamos a matarnos unos a otros desde el comienzo del comienzo.
Cuando se supone que eran cuatro, papá y mamá y dos hermanitos, ya Caín mató al otro.

Pues la Tierra, la Madre Tierra, se está fatigando y enojando; vulgarmente se está mamando de nosotros, con toda razón. Nos está avisando desde hace años con sequías, huracanes, calentamiento global, incendios, terremotos, epidemias, coronavirus de todos los nombres o cepas como coliflores minúsculos que nos van chuleando uno a uno, a ver si caemos en cuenta. Y como todas las alertas han sido en vano, porque seguimos en las mismas, ahora brama.

Brama como el fiero Poseidón, el dios del mar, y grita desde el fondo mismo de sus profundidades.

¿Necesitaremos más avisos? Y aquí en Macondo, los medios de comunicación, ensartados en sus noticias parroquiales y sus odios enquistados, apenas si se refieren a este acontecimiento milenario, tremendo, misterioso y universal.

***

PD. Recuerdo ese pasaje del Evangelio sobre las vírgenes necias y la lámpara de aceite de celemín, las que se hicieron las sordas y las apagaron, y no se dieron cuenta a qué horas les llegó el patrón y las desapareció. A ver si con este rugido salvaje nos despertamos.

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