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Tejedor de sueños y palabras

Me robo el título de unas palabras de Jesús Abad Colorado al enterarse de la muerte de Alfredo Molano. Leo. Escarbo. Busco en las palabras de los amigos, las palabras mías, que no me salen.

4 de noviembre de 2019 Por: Aura Lucía Mera

Temprano levanto la muerte el vuelo
Temprano madrugó la madrugada....
Miguel Hernández

Me robo el título de unas palabras de Jesús Abad Colorado al enterarse de la muerte de Alfredo Molano. Leo. Escarbo. Busco en las palabras de los amigos, las palabras mías, que no me salen. Quisiera escribir lo que siento. Decirle tantas cosas. Pero un silencio extraño me invade. Releo el último 'chat', hace unos quince días, en que me pedía que buscara desde ahora las entradas para la Feria de San Isidro el próximo mayo. Y el que me envió Gladys, su señora, contándome que por fin se habían terminado las radiaciones y las quimioterapias. Que pasarían unos días en Honda, descansando y reponiéndose de esa agonía química.

De pronto leo que la muerte enamorada se lo había raptado en la madrugada, mientras todos dormían. Me invento que la muerte estaba celosa y que aprovechó ese crecimiento desordenado de sus células, para llevárselo a otros espacios, a escuchar otras voces, a escribir nuevas historias. Como dijo el poeta Roca “a lo mejor en esos confines también le tendrían una canoa, una mochila, otros tenis, otra mula”.

Leo y releo esa reflexión dolorosa y profunda, escrita en un panel del Centro de Memoria Histórica: “podría ser mejor que no conocieran nuestra historia. Pero si no contamos y hablamos de nuestros muertos, van a quedar muertos para siempre.”

Escucho de nuevo la voz de Antonia, su nieta amada, su compañera de viajes y aventuras, su mirada profunda, brillante por las lágrimas: “el ayudó a que las voces olvidadas fueran escuchadas. A él no le importaba que lo fueran a matar sólo por decir la verdad de los que no eran escuchados.”

Vuelvo al poeta Roca que lo define como “un andariego en reposo, y un alma servida por un cuerpo”, afirmando que “no salimos siendo los mismos después de leer sus libros.”

Al despedirse de El Espectador, en su última columna, antes de posesionarse en la Comisión de la Verdad, leo “...es la hora de la luz, así sea tenue, que permita vislumbrar el rostro de la tragedia que hemos vivido. ¡Que se abran las ventanas! La misión que nos ha sido dada es borrascosa. Reconocer la verdad será doloroso, pero ese sufrimiento, hecho a conciencia, será liberador y quizás a partir de allí, todos podremos ser pasajeros del mismo barco. Me voy de El Espectador con la nostalgia con que se deja un paisaje vivido, una mujer amada, un caballo noble. Pero no me despido de donde nunca me iré.”

Siguen algunos versos de Miguel Hernández retumbandome: “no perdono la muerte enamorada. No perdono a la vida desatenta.” O ese fragmento de García Lorca en su Llanto por Ignacio Sánchez Mejías: “Yo quiero que me enseñen donde está la salida, para ese capitán atado por la muerte. Vete, sueña, reposa. También se muere el mar.”

Solo puedo recordar algunas de las palabras que se atropellaron en mi boca en Bogotá en el homenaje de la Comisión de la Verdad, porque las sigo pensando y me reafirmo: trágico, incomprensible que Alfredo Molano se nos haya esfumado precisamente en estos momentos tan espantosos que estamos viviendo, en los que la sangre ha vuelto a correr a borbotones, sin que nadie haga nada para contenerla. Momentos de absoluto desgobierno y falta de autoridad. Con un Presidente que no tiene idea de para dónde va, ni oídos para escuchar el clamor de la gente. Un ministro de Defensa incompetente por decir lo menos y una fracción política fundamentalista, arrogante y ubérrima empeñada en sabotear el Proceso de Paz.

Alfredo Molano, el Guardián de Colombia nos narró el país. Es el momento de leer y escuchar al que supo escuchar y plasmar esos silencios estruendosos de nuestra realidad .

Te seguiré buscando en otros espacios y otras mulas. ¡Hasta volverte a encontrar!

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