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Luto en las letras

Los periódicos del mundo le dedican titulares, recrean entrevistas. Se va a tener que resignar, en su nueva vida o dimensión, que sigue vivito y coleando en esta.

5 de diciembre de 2022 Por: Aura Lucía Mera

Una vida apasionada y apasionante. Unos libros que arrasaron como cataratas. Una fuerza vital capaz de mover montañas. Una generosidad ilímite. Algunos lo calificarían de vedette, o ‘superstar’. Pero nadie que lo haya leído pudo seguir indiferente. Había sido tocado por el huracán.

Dominique Lapierre. Me entero de su muerte antes de escribir esta columna, y es como si se acabar de ir un amigo, un viejo amigo, un amigo viejo, pero inmortal. Seguirá inmortal porque la fuerza de sus palabras seguirá tronando, haciendo temblar cristales. Como lo llamaron en una época, El Beatle de las letras.

¿Quién no lloró sus ojos leyendo La ciudad de la alegría, esa antesala del infierno? ¿Quién no ardió de ira con Arde París? ¿Quién no se deslumbró con Oh Jerusalén para entender un poco más ese territorio sagrado de las tres religiones monoteístas, cuna de guerras, y cruzadas donde cambió para siempre el destino de la humanidad?

¿O participó de esa aventura de miles y miles de kilómetros por esa Unión Soviética prohibida para el mundo occidental? ¿O sintió en carne propia el asco y las injusticias del Aparhteid?

¿O la miseria de la guerra española y el franquismo en O llevarás luto por mí, con la historia del Cordobés como pretexto?

Escritor, ensayista, periodista, llevaba la palabra escrita marcada a fuego dentro sus venas. Primero en Paris Match como corresponsal de guerra. Luego novelista a cuatro manos con Larry Collins, con el que logra llegar a la cúspide de la fama universal.

Su encuentro feroz con la pobreza absurda de un suburbio de Calcuta lo lleva a donar todos sus derechos de autor para crear una Fundación dedicada a aliviar un poco estos horrores. Conoce a la Madre Teresa y se enamora de ese extraño país donde los ricos jamás se dejan tocar por los abandonados.

En 2012 acababa de recibir su Premio Príncipe de Asturias, recién cumplidos sus 80, repleto de planes e ilusiones, hasta que una caída absurda en su apartamento del sur de Francia lo dejó en un estado de coma del cual salió, pero muy limitado. Y ya nunca volvió a escribir, sus sueños truncados en un segundo. Una recuperación lenta y dolorosa, hasta este lunes en que nos dijo adiós, para siempre.

Los periódicos del mundo le dedican titulares, recrean entrevistas. Se va a tener que resignar, en su nueva vida o dimensión, que sigue vivito y coleando en esta. Que la India lo llora, que España, Suráfrica, Francia y todos sus lectores también.

Y pensar que existen seres que no leen, que no entienden que los libros cambian vidas, marcan, enseñan, nutren, desenmascaran, son peligrosos o sanadores, terror de dictadores, muchos prohibidos, condenados a la pira maldita o redentores.

Esta ‘nueva generación’ de autistas debería apartar los ojos y los cerebros y dejar entrar en sus almas y en sus vísceras a Dominique Lapierre. Jamás se arrepentirán.

Me parece ver a mi papá, recostado en su reclinomática devorando Oh Jerusalén, nunca se me borra esa imagen. En mi biblioteca los guardo como un tesoro, y de repente tengo ganas de llorar, unirme a ese gran duelo universal.

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