La tierra de Valter Hugo Mae

El piloto, con calma suicida, pidió a los pasajeros varias veces que apagáramos totalmente los celulares y tabletas, porque cualquier interferencia podría tener resultados inesperados.

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17 de sept de 2018, 11:40 p. m.

Actualizado el 19 de abr de 2023, 05:04 a. m.

Un súper dreamliner de Avianca al fin volvió a despegar del Bonilla Aragón. Definitivamente un palacio del aire, y la atención es la mejor entre todas las aerolíneas internacionales que atraviesan el Atlántico. Si lo duda, como reza el dicho “fume y compare”.

Pernoctar en Madrid una noche y madrugar para Porto, en una especie de avión fócker extraño que se empeñó en llevarnos a pesar de todas las advertencias meteorológicas que anunciaban una niebla espesa, tupida e impenetrable en el Valle del Duero haciendo prácticamente invisible el aeropuerto.

El piloto, con calma suicida, pidió a los pasajeros varias veces que apagáramos totalmente los celulares y tabletas, porque cualquier interferencia podría tener resultados inesperados.

Se clavó dentro de ese mar blanco y espeso, y de pronto nos encontramos en tierra firme, sin que pudiéramos ver un metro delante de las narices. La verdad no sé si felicitarlo, entablarle una demanda o darle todo el crédito al ángel de la guarda que hizo el milagro.

Porto. Una ciudad que no llega al millón de habitantes. Su Ribeira medieval recorrida por estrechas y retorcidas callejuelas empedradas suben y bajan. Casas centenarias que se miran unas a otras, de balcón a balcón. Catedrales barrocas.

Dice la leyenda que Porto la descubrió un argonauta mitológico y que “mientras Lisboa se divierte, Coimbra estudia, Braga reza, Porto trabaja”. No sé cómo lo hace entre viñedos, alcornocales y misterios.

Y el Duero o Douro, el imponente río que nace en Soria, España, y después de recorrer más de ochocientos kilómetro se encuentra con el Atlántico. Río que convierte esta ciudad en un enclave mágico, que quita el aliento al atardecer.

Restauranticos y almacenes de artesanías enclavados en sus riberas ofrecen los mejores mariscos y pescados frescos, así como el vino verde, único en el mundo. Barcos que invitan constantemente a recorrer sus aguas y pasar bajo los seis puentes hasta llegar al mar.

Me emociono el doble porque acabo de conocer en el ‘Oiga, Mire, Lea’ a Valter Hugo Mae, ese genio de la literatura portuguesa. Ese hombre dulce, tímido, que lleva una fuerza extraña en su interior y la desborda en sus libros en los que conjuga el dolor, la esperanza, el desamor y el amor, la crueldad y la salvación en una prosa poética que convierten cada línea en un verso o en una reflexión de vida.

Salgo a mil para conocer la Librería Lello, una de las más bellas de Europa, y alcanzar a montarme en uno de los barquitos que me llevarán hasta la desembocadura de ese Duero majestuoso que logra romper cordilleras y cañones agrestes de piedra, para besar el Atlántico y contarle miles de historias de su largo viaje por tierras de Castilla Aragón, Galicia.

Besos a todos los lectores. Me desconecto del trópico y me interno en la magia. ¡Hasta la próxima!

***

Posdata. Les seguiré contando. No puedo guardarme todas estas sensaciones para mí sola. Buscaré a Valter Hugo, y si no lo encuentro, lo seguiré a través de sus libros. ¡Ya no se puede escapar de mí!

Periodista. Directora de Colcultura y autora de dos libros. Escribe para El País desde 1964 no sólo como columnista, también es colaboradora esporádica con reportajes, crónicas.

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