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“Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia”

Dos hombres, dos vidas, dos apóstoles del Evangelio cuyas vidas llegan también a Roma y allí se encuentran en su máxima donación, la del martirio de sus vidas

4 de julio de 2021 Por: Vicky Perea García

Por: José Over Gallego Londoño,párroco de San Ignacio de Loyola

Este fin de semana es puente de San Pedro y San Pablo. Se acerca un niño en la parroquia y pregunta: Padre ¿por qué celebramos a estos apóstoles juntos? Una pregunta que me inquietó también a mí. Me he puesto en la tarea de pensar sobre el tema y quiero compartir algunas de mis reflexiones.

Juntos, sí. Que no se nos olviden esos dos gigantes, esas columnas maravillosas sobre las cuales está fundada nuestra iglesia.
·Pedro, pescador, cercano. La roca que significa firmeza, seguridad, permanencia. El que comparte todos los momentos grandes de la vida de Jesús. El de la transfiguración, el testigo privilegiado de muchos momentos de la vida del Maestro, la resurrección de la hija de Jairo, al que se le confía la casa, “te daré las llaves”, y eso no se hace con cualquiera.

Pedro, el humano, el del miedo, el que llega a “negar” a su Señor, el que luego ratifica su amor en una triple respuesta, “Tú sabes que te amo”, y al final el perseguido hasta la cárcel y el martirio en Roma.

Pablo, convertido, el que encuentra en el camino de Damasco a Jesús, el que se entrega sin reservas, el misionero, el predicador incansable en todos los rincones del mediterráneo. El que va desde el areópago de Atenas, hasta las ciudades, pueblos, caminos y sin desfallecer y sin descanso anuncia a tiempo y a destiempo, el gran tesoro de la salvación que él mismo encontró.

Dos hombres, dos vidas, dos apóstoles del Evangelio cuyas vidas llegan
también a Roma y allí se encuentran en su máxima donación, la del martirio de sus vidas. Dos altares sacrificiales que se encuentran solo a unos pasos en la ciudad eterna.

Sus escritos cierran las Sagradas Escrituras, con mención a todos los oyentes: mensajes a los hijos, a los padres, a los presbíteros, a los recién convertidos, a los pobres, a los pudientes, a los lejanos, a los cercanos, con una claridad y con contundencia. Sin vacilaciones, sin miedos, con el noble mensajes del amor.

Cuánto necesitamos a muchos ‘Pedros’ en nuestro mundo, hombres de confianza y entrega, de coherencia y rectitud. Hombres y mujeres que, como Pablo, se desvivan en el anuncio del Evangelio, escritores, mensajeros de verdad y comunicadores de esperanza en un mundo de confusiones.

Es nuestra oportunidad para renovar nuestra cercanía con el Papa, nuestro respeto y solidaridad, nuestra compañía y cercanía con nuestra Iglesia: sus obispos, sacerdotes y seminaristas. Es la oportunidad para vivir con orgullo nuestro bautismo, nuestra unidad y nuestro compromiso con la historia y nuestro mundo desde los ojos de Jesús.

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