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La luz que transforma

Para quienes viven sus propuestas, Jesús, el crucificado, les ofrece la posibilidad de generar el futuro, realizando sus obras y “otras mayores todavía”, construyendo aquí el reinado de Dios, las relaciones nuevas, liberadas del afán de poder y de tener.

12 de marzo de 2017 Por: Arquidiócesis de Cali

Jesús, el judío de Galilea (de donde, según pensaba la gente, nada bueno podía salir), venciendo la muerte patentizó ser el hijo amado del Padre y encima propuso la fe en un Dios bueno, que no demanda servicios, ni inspira temores, ni hace amenazas, ni retribuye mal con mal, sino que ama a todos y “hace salir su sol sobre malos y buenos y manda la lluvia sobre justos e injustos” (Mateo 5,45).

Jesús, el hombre que en Belén, Nazaret y Jerusalén luchó hasta la muerte contra el rigorismo tradicionalista, propuso una radical novedad del vivir religioso: “¿Qué está permitido en sábado: hacer bien o hacer daño; salvar una vida o matar”? (Marcos 3,4).

Jesús, profeta excéntrico, que, para sus contemporáneos andaba mal acompañado, se empeñó en potenciar al hombre y a la mujer para que adorando “en espíritu y en verdad” (Juan 4,23), se liberaran de todo aquello que aliena y fueran hombres y mujeres buscadores de la verdad: “conocerán la verdad y la verdad les hará libres” (Juan 8,32).

Jesús, víctima inocente, vivo y operante en las comunidades creyentes, luego de haber muerto padeciendo la sed, la burla de sus verdugos, el desprecio de creyentes y gobernantes y el abandono de Dios, testifica que el poder vivificador del amor es más poderoso que la fuerza aniquiladora del odio: “Dios lo resucitó por el poder del Espíritu” (Romanos 8,11).

Para quienes viven sus propuestas, Jesús, el crucificado, les ofrece la posibilidad de generar el futuro, realizando sus obras y “otras mayores todavía”, construyendo aquí el reinado de Dios, las relaciones nuevas, liberadas del afán de poder y de tener. El cristiano auténtico no excluye, ni anatematiza, sino que según “la mentalidad de Cristo, teniendo los sentimientos de Cristo” (Filipenses 2,5), tal como lo experimentó Pablo de Tarso, siente que es Cristo quien vive en él: “no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gálatas 2,20). He ahí el programa cuaresmal, camino hacia la luz que transforma, la luz de Cristo, el Transfigurado, el hijo amado del Padre, a quien hay que escuchar.

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