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Y volver, volver, volver …

Su estatua como fundador de Cali, levantada en 1937, es un monumento nacional a quien edificó ciudades y fue adelantado en la incorporación, descubrimiento y explotación del Mar Pacífico.

10 de noviembre de 2022 Por: Armando Barona Mesa

Es un tema de violencia, quizá sin posibilidad de que triunfe en él la razón y que los hechos ya consolidados, dejen su huella simple de sucesos que fueron y no podrán repetirse. O cambiarse. No obstante, considero que es imprescindible acudir a la razón y al derecho, por medio de la autoridad, para resolver este asunto perturbador. Se trata de acontecimientos muy lejanos como fueron el descubrimiento y la conquista española de aquel continente que entonces llamaron Las Indias. Quinientos años.

Comencemos por decir que es verdad que los ibéricos fueron crueles, sanguinarios, violadores de su propio Derecho Indiano y establecieron la esclavitud. Empero, puede afirmarse que la historia no fue indiferente a esos hechos y a otros iguales cometidos en momentos cruciales. Más de medio siglo antes de que estallara la larga guerra por la independencia y la libertad, los comuneros se levantaron en la Nueva Granada y en Uruguay. Pero fueron traicionados bajo juramento y llevados a una muerte ignominiosa.

Empero, todos estos vejámenes fueron castigados por Bolívar y los otros héroes en la cruenta lucha de la independencia. No fue venganza, fue el avance dialéctico de la lucha del hombre. Y fueron muchos los decretos del Libertador buscando reparaciones a los indígenas, gran parte de las cuales se cumplieron; y de la misma manera se han comportado los gobiernos que siguieron.

A los descendientes de aquellos aborígenes la Constitución vigente les reconoció aún más, y ahora gozan de muchas protecciones, con la aceptación de todo un país, que en realidad nunca se ha sentido español, porque somos realmente un conjunto de fusiones raciales, sin que a cada uno escape sangre indígena, española y afro. Bolívar, siendo un mantuano, tuvo una bisabuela negra. Y amó a aquellos seres desgraciados. Incluso entregó su amor a muchas de sus mujeres.

Así lo había hecho también aquel conquistador español, don Sebastián Moyano, quien tuvo seis mujeres indígenas con varios hijos que asumieron la herencia y el apellido de su padre. No fue, pues, tan malo.
Su estatua como fundador de Cali, levantada en 1937, es un monumento nacional a quien edificó ciudades y fue adelantado en la incorporación, descubrimiento y explotación del Mar Pacífico.

El monumento lo derribaron aquellos descendientes de los Misak, cuyos hoy antepasados guerreros acompañaron al Conquistador desde el Ecuador en las batallas regionales que emprendieron. Y cuando después de colocar una placa en la que se rinde homenaje a las víctimas del pasado se restaura el monumento, han vuelto a insistir en el derribamiento del mismo. ¿Con cuál derecho? No, no existe ese derecho y esa conducta es belicosa y agresiva conforme a su rabia y al deseo de enfrentar al resto de los colombianos con unas elucubraciones salidas de una irrealidad, como si fuere posible impedir hoy el descubrimiento de América o evitar aquellos hechos fatales que subsiguieron, como en todas las conquistas que ha hecho el hombre.

Ese es un fanatismo tan desproporcionado, como el que levantaron los cristianos coptos del Asia Menor contra todos los judíos por señalar que ellos habían matado a Cristo. Y asesinaron y persiguieron a los judíos en el nombre de Dios. No, es la ley la que debe prevalecer y no el odio calculado.

Bueno, restaurada la estatua para bien de todos, apareció Mario Fernando con su piano astronauta a cuestas, lo montó al lado, y con el más espectacular virtuosismo comenzó a tocar: “Y volver, volver, volver…”.

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