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La guerra y la paz

Somos un país en esencia bueno, pero marcado por ciertas maldiciones que nos imponen la violencia

2 de febrero de 2023 Por: Vicky Perea García

Las razones que tiene el hombre para ejecutar violencia contra el mismo hombre, son muchas. Incontables tal vez. El ser humano, de inicio, tuvo que matar al animal para comérselo. Y tuvo que dar muerte a su émulo -Abel y los que siguieron- por celos, por envidia, por ambición o simplemente por maldad. Y cuando fueron pasando los siglos, ideó la guerra y sintió que la gloria estaba en los campos de batalla, con sangre corriendo como manantiales, en esas latitudes cubiertas por cientos de cadáveres. Así conquistó los tronos y a mucha honra se hizo guerrero.

El extraordinario escritor ruso llamado Leon Tolstoi, escribió un denso libro de novela histórica que denominó La guerra y la paz. Es la época de Napoleón imponiendo el poderío de todo su imperio en aquella Rusia subdesarrollada. Llegó imponente a Borodinó, cerca de Moscú la antigua capital, cuando el poder lo ejercía el zar Alejandro desde San Petersburgo. Napoleón ganó sobrado en Borodinó y pasó a Moscú, la antigua capital, triunfante y lleno de poder. El invierno iniciaba.

Tomó la gran ciudad, mientras el general Mijail Kutuzov, el gran estratega zarista, daba órdenes de emprender una retirada de los rusos; y marchó sin ser seguido por los franceses, facilitando estos la que parecía más bien una fuga de aquellos. Los invasores habían, aparentemente, triunfado y el enemigo ruso, desconcertado, huía.

Entre tanto unos cuantos soldados rusos, rezagados, fueron prendiendo fuego a la ciudad antigua, casi toda de madera, que como la Roma de Nerón, ardió, ante la mirada atónita del Gran Corzo. Luego con el invierno lacerante, llegó el que se llamó el ‘General Invierno’ y los franceses con su Grande Armée, sin tener un enemigo al frente, debieron abandonar su posición y partieron en una retirada sombría por las estepas, dejando cañones, carruajes, uniformes y muertos regados en las extensas llanuras. Napoleón, por supuesto, huyó el primero hasta París. Allí dijo: “Una noche en París borra todas las demás noches de infortunio”.

Piotrit Ilich Tchaikovsky compuso una obra magistral que lleva el nombre de Obertura ‘1812’, donde en una música a veces plácida y otras agitada, se oyen la Marsellesa, los cañones y la batalla silente de la nieve marcando la derrota de los invasores, mientras llega para Rusia una primavera de poesía y de paz.

Todo esto me llega a la memoria porque el presidente Petro, con quien no he tenido afinidades políticas, ha proclamado como su mayor prioridad la conquista de la paz. Somos un país en esencia bueno, pero marcado por ciertas maldiciones que nos imponen la violencia. Y somos tal vez el Estado más violento de América, a pesar de la vocación de las grandes mayorías en favor de la paz. Aplaudo, como un ser humano sensible al igual que las grandes mayorías de los compatriotas, esa iniciativa que, por supuesto tiene muchos enemigos abiertos y otros solapados y silenciosos. Los asesinos del narcotráfico o los de una violencia ‘ideológica’ que la historia ha ido dejando atrás.

No es fácil. En realidad nada lo es. Pero hay que resaltar que, con gran respeto por la juridicidad, el Presidente se reunió con el Fiscal General y aceptó sus objeciones legales en algunos aspectos de sus determinaciones en pro de la paz. Eso, sin lugar a dudas, marca un camino democrático y justo, que habla bien de su gobierno. Aunque la soberbia del Eln y su deseo de figuración lo pongan -a Petro- a seguir los caprichos de tales arrogantes, enemigos de Colombia, que ahora exigen ir hasta México a continuar ese diálogo interminable en pos de una paz que ellos han roto, sin motivo, desde hace más de 50 años.

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