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Adiós a la diplomacia

Acuden a insultos, calumnias y groserías propias de los bajos fondos, pero disfrutan a tutiplén de las riquezas del capitalismo, con lo que proyectan una imagen ridícula

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Helena Palacios
Helena Palacios | Foto: El País

23 de oct de 2025, 03:04 p. m.

Actualizado el 23 de oct de 2025, 03:04 p. m.

Hace ya tiempo que cada día vamos de sobresalto en sobresalto por noticias alarmantes. Es como si la situación del mundo y Colombia fuera más delirante que en el pasado.

Nos convertimos en espectadores de confrontaciones entre jefes de Estado, necesitados de miradas puestas en ellos, megalomaníacos y narcisistas, con ilusión de ser universales. Por eso provocan titulares, crisis diplomáticas y ataques de todo orden. Acuden a insultos, calumnias y groserías propias de los bajos fondos, pero disfrutan a tutiplén de las riquezas del capitalismo, con lo que proyectan una imagen ridícula.

Por esos rasgos comunes, entre Donald Trump y Gustavo Petro, que entre el diablo y escoja. El posteo y trinos de uno y otro son desafiantes y no deja de ser un triunfo de Petro haber logrado tener, como contendor, al presidente de los EE. UU., resultado de sus muchas provocaciones, incluso con megáfono en mano. Cree que ello le da figuración y réditos políticos entre la galería. Ni él ni el otro, capaces de cualquier locura, actúan a la altura de un Presidente, sino como groseros populistas en campaña.

No los hacen mejores ni menos peligrosos sus proyectos de paz o sus banderas blancas, de guerra o de Palestina, mientras con sus actos lesionen derechos humanos, la economía y la seguridad de los países y poblaciones. Claro que no son iguales ni comparables las actuaciones de uno y otro en el uso o abuso de sus poderes presidenciales. Algún día la opinión y la historia las juzgará según su naturaleza y los bienes jurídicos afectados, así como a las autoridades por omitir su deber de llevar a cabo los procesos del caso.

Aún, si por milagro o por un acto de sensatez, ellos tienen algún o algunos aciertos, el balance consolidado dejará mucho que desear en materia de respeto a la vida, a la honra y a la verdad, no es, sino revisar sus acciones y lenguaje. Es momento de no olvidar la frase que delata a un espíritu autoritario: “porque se nos ha dado la gana”. Es decir, sin normas, sin diálogo. La suerte del país, al vaivén del deseo y extravío de un jefe de Estado, es un drama.

Ante las imputaciones del mandatario norteamericano al colombiano, este último debería asimilarlo sin más desafíos ni amenazas, pues también él sigue ese tipo de conducta al injuriar a otros por sus actividades, color o pensamiento. En su contra, pesa su respaldo al dictador Nicolás Maduro, así como pesa en contra de Trump su apoyo a Benjamín Netanyahu, por sus expedientes en delitos contra la humanidad y por el comprometedor abrazo de oso que reciben de ellos.

Sin el pilar de la diplomacia en la casa de Nariño, son diversos los estamentos de nuestro país que tenderán puentes hacia el gobierno de EE. UU., para alertar sobre la inconveniencia de medidas que afecten al pueblo trabajador. Las dos naciones son más que los gobernantes de turno, prevalecerán sus relaciones comerciales, económicas y culturales.

Los colombianos percibimos los episodios absurdos y las graves consecuencias de los bandazos revanchistas e irrespetuosos. Así parece, a juzgar por el resultado de la reciente y baja votación para Consejos Municipales y Locales de la Juventud, entre los 14 y 28 años (1,5 millones de votantes), en que la Colombia Humana, movimiento del presidente, tuvo una mínima votación (1,63%) entre las demás listas.

Al final, es verdad que, como lo enseña la frase bíblica, por sus frutos los conoceréis.

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