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Laura Ulloa relata cómo sobrevivió al horror del secuestro

Fue secuestrada en el 2001 por las Farc cuando tenía 11 años y estuvo siete meses en cautiverio. Luego, trabajó dos años con desmovilizados. ¿Cómo superó las secuelas de este flagelo?

16 de agosto de 2015 Por: Ana María Saavedra / Editora de Orden

Fue secuestrada en el 2001 por las Farc cuando tenía 11 años y estuvo siete meses en cautiverio. Luego, trabajó dos años con desmovilizados. ¿Cómo superó las secuelas de este flagelo?

I El cautiverio

Laura Ulloa tenía 11 años cuando hombres armados la obligaron a bajarse del bus que la llevaba al colegio y la adentraron a Los Farallones. Durante siete meses recorrió campamentos guerrilleros, con mochila al hombro y botas pantaneras, trepó montaña, recogió madera... Sus padres, en Cali, oraron, marcharon, rogaron para que las Farc les devolvieran a su pequeña.

Detrás del secuestro estuvo su antiguo jardinero, que le vendió la información a las Farc.

“Después supe que Efraín (el jardinero) había entrado a las Farc y les dio los datos para mi secuestro. Él ese día se subió al bus encapuchado, me montó en un carro y me llevaron a los Farallones. Allá estaban unos guerrilleros, armados hasta los dientes, esperándome. Apenas nos separamos, el que me había bajado del bus me abrazó, sentí su corazón latiendo fuerte, sudaba. Me dijo Laurita perdóneme por todo esto. Cuando salí, me enteré que a él lo habían capturado cinco días después de mi liberación, lo condenaron a 30 años y murió preso”.

Sus primeros días fueron difíciles. Sola, sin hablar con nadie, extrañando a sus papás, su casa, su hermana. “Estar allí, no tenía ni botas ni chaqueta ni cobija, todo me lo fueron regalando. La comida era fríjoles, pasta, arroz y aguapanela. Me engordé con tanta harina. Comía en una olla, la limpiaba y en esa misma tomaba aguapanela. Mi estrategia, eso pensaba a esa edad, era ser bien caspa, mala gente para que se aburrieran de mí y me dejaran ir. Mis dos primeros meses fueron así, sin hablar con nadie, contestando feo, sin querer comer, qué asco, decía yo.

No tenía a quién hablarle. Un día medio deprimida me desperté temprano y fui a la cocina. Saludé y me senté con ellos. Después fui a recoger leña con una guerrillera y poco a poco me integré. Ellos se abrieron a mí y yo a ellos. Ambos con nuestros prejuicios, yo era el símbolo de lo que odian: la oligarquía y ellos eran para mí  el símbolo de la muerte. Así dos mundos se encontraron”.

Laura cumplió 12 años en cautiverio.  A las pocas semanas le dijeron que hiciera la maleta que volvía a casa. 

“Para poder llegar al  punto de encuentro caminé cuatro días. En ese camino yo iba con un grupo que yo hoy llamo mi ‘anillo de inseguridad’, eran varios guerrilleros que siempre estuvieron conmigo en todos los campamentos a los que me trasladaban. A cada uno de ellos les hice una carta, al final les puse el teléfono de mi casa y hasta el celular de mi mamá. Ahora entiendo  el riesgo que corrí, en ese momento no pensé en nada de eso.   Y ellos me siguieron llamando a mi casa por varios años. Me saludaban en mi cumpleaños o me contaban que a uno de ellos lo habían matado en combate o noticias de ellos. Nunca me pidieron nada”. 

II La libertad

La niña, a sus 12 años, fue liberada el 5 de abril del 2002. Regresó al colegio Colombo Británico, donde  se graduó. A los 18 años ingresó a la universidad de Los Andes y se graduó de Ciencias Políticas. Se especializó en Organizaciones, Responsabilidad Social y Desarrollo y viajó como becaria al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.

“Cuando terminé el colegio quería entender por qué empezó el conflicto colombiano, por eso estudié ciencias políticas. Luego, quise entender por qué todos esos conflictos en el mundo y con ese gran cuestionamiento apliqué para el Consejo de Seguridad. Allí conocí los casos de Siria, de Libia, los problemas de las drogas en el mundo... Todo ese conocimiento me abrió el panorama mundial, pero yo sabía que tenía que volver a Colombia. Sabía que tenía que cumplir mi palabra”.

Recuerda que a los 12 años, minutos antes de que la liberaran, les prometió a los guerrilleros que la cuidaban que cuando cumpliera 18  se iba a volver guerrillera, que los iba a ayudar. 

“Imagínate, yo pasé 24 horas con ellos durante siete meses, a esa edad me lavaron el cerebro y creí en ellos. Después entendí que ese no era el camino, que los podía ayudar de una forma diferente. Es que a las personas que me custodiaban, muchos de ellos niñas como yo, las conocí, supe sus problemas; la mayoría no estaban allí porque quisieran.

 Estar en la selva es una realidad diferente a la de la ciudad. Yo antes, vivía en una burbuja blindada; del sufrimiento y de la pobreza poco conocía, cuando escuché las historias de los guerrilleros vi otro mundo. Yo les preguntaba por qué estaban allí, una de ellas me contestó:

-Mire Laura en mi casa somos cinco y solamente había comida para tres-.

Otros contaban que se escaparon porque les pegaban en la casa. Y esas historias me cambiaron. Abrí los ojos y agradecí la familia que yo tenía.

No los odié. Nunca los culpé. Sabía que iba a ser libre y que al contrario de ellos iba a tener un futuro, mientras ellos iban a quedarse allá yo iba a ir a una universidad, a abrazar a mis padres, iba a tener hijos...  Y en vez de odiar decidí ayudar. Perdoné”.

Regresar a su vida antes del secuestro también fue difícil. Su papá estaba enfermo, tenía depresión por el estrés. “Fue muy duro ver a mi papá así, estuvo al borde  de morir. Supe que tenía que estar bien por mi familia, ya estaba con ellos otra vez. Eso era lo importante”.

III La reintegración

Cuando terminaba su pasantía en la ONU se encontró con Alejandro Éder, caleño como ella y en ese momento director de la Oficina Colombiana para la Reintegración, ACR. 

 “Supe que quería volver a mi país y que quería trabajar con desmovilizados. Le envié mi hoja de vida, empecé un proceso hasta que quedé. Con este trabajo quería cumplir mi promesa, aunque nunca me encontré con alguno de los guerrilleros que me retuvieron, cada vez que conocía a un reinsertado pensaba en ellos. Pensaba en esos niños que se fueron a morir a la guerra, en la selva y con la reintegración le estaban apostando a una nueva vida.

La reintegración es un proceso estigmatizado, mi trabajo era apoyar a Alejandro en reuniones y en giras internacionales para que la gente entendiera la importancia de ese proceso. También con mis compañeros diseñamos una estrategia de prevención de la victimización y de seguridad. La gente cree que el desmovilizado es un peligro para la sociedad, pero él también está asustado y tiene niveles de riesgo”.

Durante dos años, Laura trabajó con desmovilizados de las Farc, el ELN y los paramilitares. Conoció sus historias y los ayudó a construir un nuevo futuro, alejados de las armas.

En una ocasión,  Alejandro Éder dio una charla en una universidad de Cali, lo acompañaron cinco desmovilizados. Laura estaba en primera fila pendiente de todo.

Al final, una señora le preguntó que si creía que  para la paz era necesario  un ejercicio de perdón de parte de la sociedad hacia los desmovilizados. Alejandro miró hacia el público y dijo. –Laura responde-.

“Yo pensé: me cogió con los calzones abajo. Mi papá ese día había ido a ver la charla, estaba entre el público. Me puse nerviosa pero empecé a hablar.  Les conté quién era yo. Les dije qué era para mí el perdón. Apenas terminé de hablar,  uno de los desmovilizados de la guerrilla pidió la palabra.

-Laurita: yo no sabía que usted había estado secuestrada. Ante todas estas personas le pido perdón- Me dijo y nos abrazamos. Al lado, estaba una mujer que había sido de las autodefensas. Esa mujer, con todo lo que le había tocado vivir, tomó el micrófono y me pidió perdón. Cada uno de los desmovilizados lo hizo. Después nos abrazamos”.

-¿Laura y qué es el perdón?, le preguntó.

“Para mí es la posibilidad de ser feliz. Perdonar es dejar esa maleta llena de piedras que nos detiene para poder seguir nuestras vidas. Para mí el perdón es la libertad para seguir en la vida sin que nada me pese”.

-Y ahora que en el proceso de paz con las Farc tantas víctimas han viajado a La Habana, le hubiera gustado ir y ver a los negociadores cara a cara.

“Sí, si los tuviera enfrente les preguntaría muchas cosas, porque no los entiendo. Quisiera saber cómo piensan reparar a las víctimas, a la sociedad por el daño que han hecho. Si piensan hacer un servicio social y no dejar todo eso para los guerrilleros rasos. Cuáles son sus propuestas de reparación.  

También, que pidan perdón a la sociedad y a quienes les han hecho daño. El perdón es el punto de partida para construir una sociedad nueva.  Con 50 años de guerra la única forma de empezar a sanar esas heridas para que no se vuelvan a abrir  es el perdón, por eso es tan necesario que lo pidan.

Y no solo debe ser un ejercicio de la guerrilla a la sociedad, sino de todos. De nada sirve que ellos lo pidan y nosotros no lo aceptemos”.

-¿Colombia ha empezado un camino hacia la paz?

“Colombia independientemente de lo que pase en La Habana ha empezado un proceso de construcción de paz. La paz no depende de lo que pase en la negociación, somos 40 millones de colombianos y ellos no más de 20.000. De nosotros depende que este camino siga”.  

Su trabajo en la educación Ahora, Laura trabaja  en la Fundación Corona como coordinadora de proyectos sociales para la educación.  Allí maneja programas para niños y adolescentes de zonas vulnerables. ”Decidií trabajar   en la educación porque esta es la herramienta para construir una paz sostenible y verdadera. La educación es la única forma de quitarle niños a la guerra”.

 

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