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Actualmente hay tres mujeres en de las cinco autoridades Newes del resguardo de Kite Kiwe, ubicado a veinte minutos de Timbío, en el departamento del Cauca. Con el tiempo, ellas asumieron un rol de liderazgo dentro de la comunidad. | Foto: Pablo Alejandro Muñoz Martínez / Especial para El País

CAUCA

La historia del resguardo Kite Kiwe, la tierra floreciente que se sobrepuso a la guerra

En 2001, mil personas del Alto Naya fueron desplazadas por las AUC. Hoy, en el resguardo Kite Kiwe, son ejemplo de resiliencia.

19 de enero de 2021 Por: Ana Isabel Cerón Pill / Especial para El País

Entre el paisaje rojo y verde del cafetal caminaba una mujer de pelo ondulado y estatura baja; el crujir de las hojas, rompiéndose con cada uno de sus pasos, hacía parecer como si la naturaleza presintiera el adiós. En medio de la nostalgia del partir, Lisinia Collazos, una mujer Nasa, recogía el revuelto, como ella le dice, para salir del lugar donde nació: el Alto Naya, tras haberlo intentado todo...

¡No señor, ninguno de nosotros se va!, respondió con seguridad Lisinia a un guerrillero.

¿Ah no, no se van? ¡Pues se mueren todos!, replicó el hombre.

La confusión y la incertidumbre invadieron el ambiente. Lisinia dio una mirada rápida a todos, estaban sus hijos junto al cercado, su hermano se encontraba a su lado y su cuñado, sentadito junto a la puerta. En el lugar había cerca de 18 personas. Así que en un acto de valentía o, como ella lo narra, “de insensatez”, miró al hombre de frente y le dijo: ¡Comience por allá! Y que yo sea la última.

El hombre la miró decidida y, al hacer un barrido por todos, les dijo a sus compañeros: ¡Vámonos!...

… “¡Gracias a Dios ese señor no tomó en serio mis palabras!, o si no, ¿usted se imagina?, había hecho matar a la familia”, recuerda Lisinia, al recuperar el aire, sentada en el centro de la Tulpa, donde a manera de reflexión rememora los hechos de ese 2001.

“El hecho rompió el tejido comunitario de los indígenas Nasa, campesinos y afrodescendientes, que compartían la vida y el trabajo del campo en la región”, según el Centro Nacional de Memoria Histórica.

Lisinia, valiente y poderosa, evidencia en su relato el espíritu resistente y de lucha, que le permitió, como ella dice: “contar la historia”.

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Ya vamos llegando...

Al avanzar el camino de trocha y lodo se vislumbra un túnel de árboles, y un letrero que dice: “BIENVENIDOS A KITE KIWE, TERRITORIO DE PAZ Y ARMONÍA”. La comunidad Nasa de Kite Kiwe surge de la asociación de familias que se unen en un proceso de reivindicación de sus derechos individuales y colectivos; víctimas de hechos ocasionados por el conflicto armado, específicamente por el Bloque Calima de las AUC, en 2000 y 2001.

Ya inmersos en el resguardo, después de pasar unas veinte casas, se veía a lo lejos a una mujer de estatura baja, con falda larga, un celular en su mano y una camisa que decía: “Por los desaparecidos. Por los desplazados. Por los masacrados. Por los ejecutados. Sin olvido. No más AUC. Contra la violencia paramilitar”.

Valentía, respeto, autoridad, confianza y seguridad, eso transmite Lisinia, quien representa la resistencia y lucha que las mujeres kitekiwenses traen desde el Alto Naya, aunque el proceso no ha sido fácil, como afirma.

Aquella tarde de inicios de diciembre habíamos siete personas dispuestas para ir a la Tulpa: un hombre y seis mujeres. Sobre nosotros se encontraba una infraestructura alta de guadua pintada de rojo y verde; en el centro había una fogata; alrededor, piedras blancas con los nombres de mujeres y hombres víctimas de la masacre del Naya; y a la izquierda un mural pintado en honor a Gerson Acosta, gobernador de la comunidad asesinado el 19 de abril del 2017. Estábamos en la Tulpa o, como el Cric menciona, “en el centro del pensamiento del resguardo”.

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La Tulpa había sido un proyecto alcanzado por el mayor Gerson Acosta y la mayora Lisinia Collazos, en dos viajes a Bogotá: uno para intentar gestionar recursos y el segundo para firmar el acta de compromiso, asumida por Lisinia como garante del proceso, pero firmado por el mayor como la autoridad indígena de la época.

Dispuestas a comenzar, Leonilde, una lideresa indígena nasa, con la sonrisa que la caracterizaba, inicia diciendo: “Kite Kiwe significa para nosotros tierra floreciente, porque veníamos de tres lugares diferentes: el Alto Naya, Pueblo Nuevo Ceral y Cerro Azul. Debido al desplazamiento y todos los daños que ocasionó el bloque paramilitar, se pensó en conformar el cabildo en el 2005 y decidimos llamarlo así, porque queríamos reorganizarnos y recuperar nuestras raíces indígenas”.

Las necesidades más grandes por las que surge Kite Kiwe, según el Plan de Vida del resguardo, son: la de un territorio, de una identidad cultural y de continuar persistiendo, porque, como afirma Nancy Montoya, mientras ajusta sus gafas negras: “Como tierra debemos florecer, independientemente de la tierra que pisemos, todo consiste en mirar las adversidades para crecer como personas y comunidad”.

El sol y la luna

“¿Entre el sol y la luna, quién pega más duro?”, preguntó Lisinia. “¡Ahí está la respuesta! (…) Nos están viendo como se dice: la parte débil. ¿Pero ahora qué nos toca hacer? ¡Mostrar que somos otra parte muuuy distinta!, esa que parece ser que es tan débil, ¡mentiraaaas! ¡Somos las que pensamos, las que más trabajamos!, porque en eso también nos hemos sentado a pensar”.

La lucha y el empoderamiento de las mujeres kitekiwenses viene desde el 2001 y sobre todo del apoyo del líder social, que entre la nostalgia y el agradecimiento, mencionan en repetidas ocasiones: Gerson Acosta. Fue él quien en el 2005, cuando se constituyeron como cabildo, “les abrió los ojos”.

Para el 2013, el mayor Gerson creó dentro del Plan de Vida el programa de la mujer kitekiwense, con el que se busca que ella se empodere, empiece a liderar su comunidad, a tener incidencia política y a no permitir que ningún hombre o autoridad Newe las quiera aplacar.

Entre el 2013 y el 2015 todas las autoridades del resguardo fueron mujeres. Lisinia fue la autoridad máxima. Ella afirma que en medio del susto y el entusiasmo, todas aprendieron y construyeron en el andar; en su periodo lograron pagar todas las deudas de anteriores autoridades e incluso dejaron un excedente como base porque “vivir en una comunidad no es nada fácil”.

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Actualmente, las kitekiwenses están trabajando para hacer parte no solo de la autoridad organizativa, donde hay tres mujeres, sino también de la política. Cuentan que ahí “está el verdadero reto”, porque es un espacio liderado por los hombres, “si acaso, meterán a una mujer, como pasa ahora, pero como por relleno”. Las mujeres buscan luchar, ahora con más fuerza.

“Nuestra lucha es hasta cuando se nos apague el sol y seguiremos siempre hacia adelante porque dónde nos toque incidiremos, esa es nuestra metodología. No dejar que sea solo de algunas autoridades varones, sino que desde nuestro sentir salirnos del rol de donde nosotras éramos, porque ahora tan fácil no nos callan, seguiremos adelante y donde nos toque aprenderemos y seguiremos”, subraya Esneda.

Fue así como nació la idea de construir una tarjeta morada. Un cuadrito de foamy que cada mujer y hombre de la comunidad debe llevar en su mochila y usar como “símbolo para que los hombres respeten a las mujeres y no se nos vulneren nuestros derechos”, cuenta Leo. “Eso es lo que se quiere seguir buscando, formar a nuestras jóvenes, porque son ellas quienes deben tomar el proceso y seguir luchando por la comunidad y por los derechos de las mujeres”.

Por esto, desde la institución educativa se ha construido una pedagogía guiada por las mujeres del resguardo. El 8 de marzo se celebra el Día Internacional de la Mujer, pero en Kite Kiwe se conmemora el 19 de marzo, desde el 2006, en el marco del calendario propio. Cuenta Leo que cada año hacen intercambio de experiencias con el fin de “incentivar a las mujeres para que no sientan temor de expresarse”.

Resiliencia Kitekiwense

“El aporte que la mujer kitekiwense le ha hecho al proceso de paz yo diría que fue demasiado”, resalta la mayora Lisinia. Ella fue representante de las mujeres indígenas en la cuarta delegación de La Habana, durante los Acuerdos de Paz entre el Gobierno y las Farc.

“En ese marco del conflicto armado llevamos la peor parte, pero el aporte que nosotras le hemos hecho a la paz es volvernos a levantar, volver a surgir, volver a querer florecer y cambiar el pensamiento individual que teníamos para volverlo un pensamiento colectivo”, resaltó Lisinia.

La brisa del frío subía a la cima de la Tulpa, el viento sacudía con fuerza mientras el fogón nos brindaba calor, ya casi se apagaba, se aproximaba la hora del almuerzo. Parecía que todo en el resguardo reflejaba ese espíritu de encuentro y colectividad. Mientras escuchábamos el silbar del viento, el humo salía evocando el inicio de toda esta historia… Lisinia avanzaba sobre el cafetal, recogiendo lo que ella llamaba el revuelto, era su última vez viviendo en el Alto Naya, había llegado el día de irse porque, en sus palabras, “no había quién aguantara más”.

Era el 2001. Meses después de la masacre. El sol tímido iluminaba el sendero mientras el frío del viento de la mañana sacudía el pelo de Lisinia. Cerca al cafetal, logro ver cómo, con lentitud, iba apagándose una fogata, iba apagándose todo. No se habían ido. Los guerrilleros nunca se habían ido, habían pasado la noche, ahí, cerquita de ellos. Las cenizas de la fogata eran la huella de lo que quedaba, de lo que pasó… 19 años después, nos encontrábamos junto al fogón que nos brindaba calor bajo la Tulpa, en una mañana de frío. Era el símbolo del renacer, la puesta de sol, la resistencia, resiliencia y lucha que ha caracterizado siempre a la comunidad kitekiwense.

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Producción coordinada por Consejo de Redacción, en alianza con ICCO Cooperación y el consorcio Mujeres Empoderadas Construyendo Paz.

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