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La historia secreta de ‘Los Rastrojos’ en el Valle del Cauca

La presencia de la banda criminal en la región no es tan nueva como se sospecha. Ni sus alcances, tan estrechos como se imagina. El País rastreó los pasos de sus integrantes y encontró que ahora son una amenaza mayor. Esta es la historia.

20 de febrero de 2011 Por: Redacción de El País

La presencia de la banda criminal en la región no es tan nueva como se sospecha. Ni sus alcances, tan estrechos como se imagina. El País rastreó los pasos de sus integrantes y encontró que ahora son una amenaza mayor. Esta es la historia.

Rabia. Tiempo después de todo eso, al señor Erre le cuesta recordar ciertas cosas; qué día era, si hacía sol, si antes de salir había besado la frente de sus hijos. Las balas tienen ese poder macabro: perforar carne y memoria. A él le metieron ocho. Por la espalda, las nalgas, junto a la columna, en el estómago. Balas de fusil disparadas desde peñascos, sobre rocas prehistóricas, detrás de árboles y matorrales. Era una mañana de 1.999.Junto a él, por un camino de tierra y polvo que ascendía en espiral por las montañas de El Dovio, en el norte del Valle, caminaban sus cinco hermanos. Y detrás iban cuarenta campesinos; agricultores, arrieros de ganado. Hombres que trabajaban a su lado en unas tierras vastas y generosas. Llanuras donde crecían árboles poderosos, germinaba comida silvestre, pastaban 600 reces. Tierras de las que un mes atrás los había expulsado un ejército que argumentaba hacer todo aquello en favor de un nombre, hasta entonces, poco escuchado por esos lados: Hebert Veloza, alias ‘HH’. Erre, sus hermanos y los campesinos, ese día, pretendían defender su derecho a regresar a las tierras que les pertenecían. Antes de los disparos, hablaban. Pensaban que a esos tipos, quizás, ya les había bastado; que tal vez ya se habían saciado matando vacas a tiros, así como lo hicieron cuando entraron pidiendo la primera vacuna; que con la casa quemada y las cosechas arruinadas había sido suficiente; que con el estómago y los bolsillos llenos, esos ochenta hombres ya se habrían ido; y que sus amenazas se las había llevado el viento. Bendita inocencia.Erre recuerda balas cayendo como aguacero. Su cuerpo tendido en una zanja. Campesinos desplomándose como espantapájaros destrozados por la lluvia. Gritos. Sangre. Mucha sangre. Y miedo. Todavía más miedo. Doce años después de todo eso, hace apenas unos días recibió una llamada: “Sabemos donde estás. Y vos sabés dónde estamos nosotros. Por tu culpa nos mataron gente cuando nos denunciaste. Y no te la vamos a perdonar. Ya no somos los de antes”.La intimidación tiene una certeza que va más allá de lo meramente literal. Una parte de los hombres que en su momento hicieron parte de la organización paramilitar de ‘HH’ en el Valle, tomaron su propio rumbo mucho antes de que Veloza pactara su desmovilización con el Bloque Calima en el 2004. Al parecer, una porción de sus tropas, tentadas por el dinero del narcotráfico, impulsó una pequeña disidencia para no hacer parte del proceso acordado con el Gobierno. Esos hombres habrían entrado a reforzar el brazo armado de Wílber Varela, alias ‘Jabón’, que en el 2001 cazó una cruenta guerra con sus antiguos socios.‘Los Rastrojos’ fueron creados por Varela para hacerle frente a la banda criminal ‘Los Machos’, de su enemigo ‘Don Diego’. El encargo se lo hicieron a alias ‘Diego Rastrojo’, quien consolidó un poderío armado suficiente como para que, muchos años después, la disputa por el control del Cañón de Garrapatas y su zona de influencia hubiera derivado en la casi total extinción de ‘Los Machos’. Al tiempo, ‘Los Rastrojos’ también tuvieron como misión el apoderamiento de tierras estratégicas para la movilidad. Aunque su historia más conocida haya empezado a contarse sólo hasta después de la desmovilización de Ralito, viéndola como una consecuencia del posterior rearme de facciones paramilitares, lo cierto es que su rastro de sangre ya llevaba mucho tiempo manchando estas tierras. Erre, ahora protegido por el Gobierno, fue una de sus primeras víctimas. Nueva historiaIncertidumbre. En todo este tiempo ‘Los Rastrojos’ han tenido una evolución macabra. De acuerdo con información de inteligencia, pese a que desde el Valle hasta Nariño siguen una misma línea de mando impuesta por Javier Antonio Calle Serna, alias ‘Comba’, (quien asumió el poder al ser el sucesor de Varela) la banda criminal, poco a poco, ha ido atomizándose en pequeñas estructuras que cada vez tienen mayor autonomía. En este momento, su rastro númerico, es un acertijo para las autoridades. El comandante de la Policía Valle, coronel Julián González, habla sin embargo de una cifra. Dice que hay 110 hombres operando en el área urbana de doce municipios: Tuluá, Andalucía, Roldanillo, Bolívar, Bugalagrande, La Unión, Riofrío, El Dovio, Trujillo, Versalles, Sevilla, Toro. Y otros 164 en el Cañón del Garrapatas.De acuerdo con el Centro Integrado de Inteligencia contra las Bandas Criminales, en el área urbana actúan en tres frentes: sicariato, extorsión y microtráfico. De eso dependen. Así se financian. En cada municipio habría una red criminal casi independiente, con un cabecilla que responde por dos sicarios. Según trabajos de inteligencia realizados recientemente, varias de las oficinas de cobro están ahora a su cargo. Pero hay otra novedad: disputas internas por el poder territorial. González habla entonces de una vendetta, una guerra a muerte. Sus alcances más conocidos se han visto en Tuluá: “Se la están disputando. Los dividendos del microtráfico. Es estratégica para ellos: tiene equidistancia con el eje cafetero, el sur del país y la vía al mar, para la salida de droga que es lo que los mantiene”. De esa manera encaja el rompecabezas: en el Cañón de Garrapatas están sus laboratorios de procesamiento.Quienes se pelean Tuluá son Jhon Estiven Idrobo Pérez, de 32 años, alias ‘Jerry’, y ‘El Indio’. Ambos, sicarios que se abrieron paso en la organización cometiendo homicidios a sangre fría. Ambos, célebres por su crueldad. La vida criminal de John Estiven empezó a los 14 años en los barrios Fátima y Victoria de Tuluá, cuando era un ladronzuelo que atacaba a mensajeros de restaurantes. En los últimos cuatro años ha sufrido dos atentados; uno de ellos con una granada de fragmentación arrojada a la camioneta Ford 150 que solía conducir. John Estiven, en este momento, tendría el respaldo de un ala de las Farc que opera en la zona. El ‘rastrojo’ habría hecho un acuerdo con alias ‘Tereco’, segundo al mando de la Columna Móvil Alirio Torres, a quien le habría prestado servicios de sicariato.De alias ‘El Indio’, sólo se sabe su nombre de pila y su edad: José Miguel Valencia, 42 años. En lo corrido del año, la disputa entre ambos ha dejado 20 muertos en las calles del pueblo.La disputa territorial en Tuluá ha tenido una dimensión tal como para que sus efectos colaterales aparezcan registrados en un informe de riesgo del Sistema de Alertas Tempranas de la Defensoría del Pueblo. Según el documento, ‘Los Rastrojos’ también controlan el ingreso y salida de alimentos, cobran impuestos a expendedores de narcóticos y extorsionan a los prestamistas. Según el informe, en abril del 2010 ‘Los Rastrojos’ también declararon como objetivo militar a tres organizaciones sociales. El Observatorio Nacional del Desplazamiento registró, el año pasado, el destierro de 216 personas en la ciudad. Y la desaparición de otras 34.Andrés Santamaría, defensor del Pueblo del Valle, dice que en estos momentos las acciones de la banda criminal pueden, incluso, superar el nivel de afectación que sobre la población ejercen las Farc. El año pasado la defensoría regional recibió 166 denuncias contra ‘Los Rastrojos’ por violaciones al derecho internacional humanitario, frente a 54 de la guerrilla.Uno de esos informes de riesgo habla de más hombres, replegados al norte del Valle. “Visten prendas de uso privativo de las Fuerzas Militares, insignias y armas largas. Particularmente en los corregimientos y veredas de Oro, Lituania y Playa Rica (El Dovio), al igual que en cercanías del resguardo indígena de Batal. Se estima la presencia de cerca de 300 integrantes de Los Rastrojos. Ellos están presionando a los pequeños propietarios para que abandonen sus tierras, que son ocupadas para planear acciones violentas”.Pocos lo saben, pero en este departamento donde las autoridades juran que no hay territorios prohibidos, existen zonas vedadas para periodistas como Lituania, donde hombres que salen en el camino de subida invitan a no continuar el trayecto. Y pueblos fantasmas, como el de Oro, donde el colegio tuvo que ser cerrado por falta de alumnos, porque no más de tres familias quedan viviendo ahí. Y mercados controlados por su mano bárbara, como en Buenaventura, donde la representante de una ONG le contó a este diario cómo desde el 2005 ellos manejan a su antojo el ingreso del plátano, verduras, gallinas, naranjas y carne. En los últimos cinco años, cinco carniceros del Puerto fueron asesinados. Los mismos cinco años en los que allá, en el Puerto, se vienen escuchando ofertas de reclutamiento que oscilan entre uno y dos millones de pesos. Los mismos cinco años, en los que en el Puerto, a tres horas de Cali, el alias de ‘Carepapa’ hace temblar a algunos vendedores de las galerías. Historia repetidaMiedo. Frangey Rendón, gestor de Paz del Valle, teme que ‘Los Rastrojos’, en un tiempo, puedan llegar a tener un poder insospechado. En Cartago, por ejemplo, se escucha que ya hay diez oficinas de cobro bajo su mando.No es una falsa alarma: este diario pudo establecer que en Dagua se estaría conformando una nueva Bacrim. Se trata de una organización que está operando en las veredas Providencia, Santa María, La Esmeralda, Pepitas. Quince hombres que hace unos años hicieron parte de ‘Los Rastrojos’ y que ahora, al mando de ‘Robledo’ quien fuera el segundo hombre del ELN en la zona, operan de manera independiente.El señor Zeta fue una de sus más recientes víctimas. El mes pasado llegaron a su finca a pedirle una vacuna de dos millones de pesos. Quince días después, hablando en nombre del desaparecido ‘Martín’, un antiguo ‘eleno’ reconocido en el sector, le exigieron siete millones. En vista de su negativa para acceder a entregarles el dinero, le secuestraron 120 cabezas de ganado y le advirtieron que si se aparecía a rondar el ganado ya sabía lo que le podría pasar. El señor Zeta no ha vuelto por su finca. No sabe nada de sus vacas. De sus predios. De su vida. Doce años después, la historia en el Valle, de un extremo a otro, parece repetirse. Como si el rastro siguiera siendo el mismo.

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