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Ser carguero en Cali: una tradición de mucho peso

¿Qué lleva a una persona a levantar sobre sus hombros tres veces más del peso que recomienda cualquier médico? ¿Es solo un asunto de fe? GACETA viajó a las raíces de una tradición poco asociada con Cali, pero que se vive con fervor en varios barrios de la ciudad.

5 de abril de 2015 Por: Lucy Lorena Libreros l Periodista de GACETA

¿Qué lleva a una persona a levantar sobre sus hombros tres veces más del peso que recomienda cualquier médico? ¿Es solo un asunto de fe? GACETA viajó a las raíces de una tradición poco asociada con Cali, pero que se vive con fervor en varios barrios de la ciudad.

Mientras arrastra por las calles del barrio Colseguros un Cristo de yeso cabalgando sobre un burro, a Cristian Medina alcanza a notársele bajo la camiseta gris una hinchazón en su hombro izquierdo. Es algo parecido al puño cerrado de un niño pequeño o a una pelota de ping-pong. En algún momento de esta historia contará que es la razón por la que algunos amigos le dicen ‘Cebú’, esa raza de ganado que carga una joroba blanca sobre el lomo. Lo suyo, sin embargo, va más allá de un defecto físico: su callo es una marca de fe. 

Son cerca de las 3:00 p.m. de una tarde gris de sábado y el diseñador industrial de 27 años comienza la tarea que lo ocupa siempre por esta misma época: alistar junto a otros vecinos, jóvenes como él, el Paso del Triunfo. Lo cargará justamente sobre sus hombros mañana temprano durante la procesión del Domingo de Ramos que da inicio a la Semana Santa. Ese momento que simboliza para los creyentes católicos la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, aclamado por una multitud que bate en el aire hojas de palma, días antes de su pasión, muerte y resurrección.

El punto de encuentro es el Colegio de Santa Dorotea, ubicado a un costado de la Iglesia de Colseguros. Poco a poco, mientras el cielo amenaza con soltar afuera un aguacero bíblico, el resto del grupo irá llegando para limpiar con esmero y luego armar la base de madera (conocida como el anda) sobre la que se acomodan las imágenes religiosas del paso: ese Cristo sobre el burro que recorría apurado el barrio hace apenas un momento y otro burro más pequeño hecho en madera.

Ambas piezas son usadas con este fin desde hace más de 30 años y los muchachos se encargan de aferrarlas a la madera con tornillos gruesos para que resistan el recorrido. Solo después de eso instalarán el sitial, como se le conoce a la estructura que sirve de techo al paso, coronado con un pesado faldón confeccionado en tela de gamuza. 

Entre todos vestirán también las imágenes. Y adornarán el paso con un arreglo floral de rosas blancas y rojas con aves del paraíso. Todo lo que necesitan se encuentra en un cuarto del colegio, atiborrado de palos de madera de varios tamaños.  La jornada  solo terminará hasta pasadas las 10 de la noche.  

Es que en este barrio, uno de los más antiguos de Cali, la tradición de las procesiones de Semana Santa completa ya 53 años. Son las más antiguas de la ciudad. Lideradas siempre por el párroco de turno de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, como se llama la iglesia, con el tiempo los vecinos se fueron sumando a las procesiones. Por eso es  que aún sigue viva.

Algunos incluso comenzaron a comprar sus propias imágenes religiosas para sumarse. Otros convirtieron sus viviendas en refugios seguros de esas figuras  para protegerlas de los rayones, los golpes y el polvo a las que pueden estar expuestas durante el año en que permanecen guardadas.

Fue lo que hizo Beatriz Millán, la madrina del paso que va tomando forma esta tarde en un patio del colegio. La misión la asumió voluntariamente hace 18 años motivada por el apego que desde niña sintió por las actividades de la iglesia. 

Hoy es la síndica de este paso. Se le llama así a quien lo lidera. Al que convoca a los cargueros, al que recoge el dinero necesario para enlucirlo cada Semana Santa, un valor que a veces sobrepasa los $100 mil. 

La devoción le alcanzó para fundar hace poco más de una década, en su casa, la única escuela de cargueros de la ciudad: Cristo Triunfante. En ella se han formado Cristian y otro centenar de muchachos que no solo participan de las procesiones de Colseguros, sino de otros barrios como el Obrero o El Templete, donde también se vive esta tradición.   

Mientras imparte indicaciones a todos, la mujer cuenta que en un comienzo hubo mucha resistencia. Hasta entonces, ser carguero en Colseguros era una tarea de vecinos mayores que se resistían a dejar la tradición en hombros más jóvenes. Que esos muchachos, que no sobrepasaban los 16 años, eran muy flacos, le repetían a Beatriz. Que les faltaba fe, decían otros con desdén. 

Pero sucedió que alguna vez la cantidad de cargueros se quedó corta para la demanda que tenían otras procesiones caleñas. Beatriz lo supo por Rodrigo, un amigo suyo que lideraba el paso de La Piedad, que aparece el Viernes Santo. 

“Recuerdo que le dije: ‘conozco unos muchachos que pueden ser cargueros’. Hacen parte del grupo juvenil de la iglesia. Ellos tienen ese sueño, pero acá en el barrio no los dejan”, cuenta Beatriz.

 Ese fue el inicio de todo. De la escuela, de la supervivencia de una tradición y de que incluso mujeres como ella  puedan hoy servir como cargueras durante la Semana Santa. Fue también el comienzo de esa marca que hoy  Cristian Medina lleva orgulloso en el cuerpo, luego de diez años cargando pasos. Ser carguero, contará también en otro momento de este relato, es un asunto de vocación. “Como ser ciclista, como ser médico, se siente el llamado”.     

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Hoy es Domingo de Ramos y  sigue cayendo en todo el sur de Cali una lluvia necia que amenaza con cancelar la procesión. Los ocho cargueros que saldrán por las calles de Colseguros se han ido vistiendo, desde las ocho de la mañana, con sus túnicas blancas y sus capirotes rojos en la cabeza.

La preparación ocurre en la casa de Beatriz. Ella es quien los viste, uno por uno, en un cuarto del segundo piso. En la sala y los corredores, otros cargueros se esfuerzan por dejar bien amarradas las alpargatas que complementan el traje. No se concibe  otro calzado. Así afuera el suelo esté mojado.

Y eso que caminar con una alpargata húmeda es el reto más difícil al que se enfrenta cualquier carguero. Una alpargata en esas condiciones hace lento el andar, puede producir calambres en los dedos y, lo peor, “hace que sientas como si llevaras el doble del peso que ya de por sí cargas sobre los hombros”, como asegura Andrés Becerra, uno de los cargueros.

Pero así, retando la lluvia, todos salen a recoger el Paso del Triunfo, que fue dejado armado y decorado la noche anterior en la iglesia. La procesión debe arrancar sobre las diez de la mañana y es necesario llevarlo a tiempo hasta la iglesia de Bretaña, un barrio vecino, desde donde saldrá el recorrido que acompañarán los feligreses.

A ninguno parece preocuparle que lo que levantarán entre todos durante la procesión —que se extenderá a lo largo de ocho cuadras— pese alrededor de 450 kilos, casi lo mismo que un automóvil pequeño como el Chevrolet Spark. Los pasos que llevan hasta cinco imágenes, como La Sentencia, alcanzan los 600 kilos y deben ser llevados entre doce cargueros.    

De espaldas a los regaños de los médicos, que les hablan siempre de las consecuencias físicas que su labor puede dejarles con el tiempo (tendinitis en el hombro, hernias de disco, daños en las vértebras o artrosis en las rodillas), cada uno de los cargueros puede llevar sobre sus hombros, durante una procesión, entre 55 y 75 kilos.

Es más del doble de lo que los médicos aseguran puede levantar una persona. El fisiatra Carlos de los Reyes dice que esa cantidad no debe superar los 25 kilos, sin importar el peso corporal de quien realice el esfuerzo.

Varios ya han sufrido las consecuencias. La más común es que uno de los hombros se reviente y comience a sangrar. A Cristian le sucedió hace tres años. Un carguero que marchaba a su lado no pudo seguir y él quedó ante la sin salida de llevar el peso de ambos. Pese a estar malherido, debió continuar el trayecto durante cuarenta minutos más.  

Y si eso es así, ¿qué lleva entonces a una persona a asumir el riesgo? ¿Es solamente cuestión de fe? ¿Es acaso una penitencia autoimpuesta? Cristian, que esta mañana de domingo, de los puros nervios, no fue capaz de probar bocado, asegura que se trata, así suene incompresible, algo fuera de cordura, de una manera de expresar el fervor. En este oficio no tiene valor —dice enfático— que alguien pretenda convertirse en carguero por vanidad, por exhibir su fuerza física ante los demás. “Hemos visto fisicoculturistas que, a pesar de sus entrenamientos, no aguantan, tiran la toalla. La fuerza que se hace cuando eres carguero es sobre todo mental y espiritual”, comenta el muchacho. 

Es que para ser carguero —dirá Beatriz— se necesita un motivo. Algunos lo hacen como una manera de dar las gracias por un favor que creen haber recibido de Dios. Un hijo que ha nacido sano; un buen empleo. Otros para pedir por la salud de algún pariente enfermo, por mejorar las condiciones económicas de su familia.

Es lo que hacen justamente ahora, pocos minutos antes de iniciar la procesión. Reunidos en círculo, todos repasan la misma oración y van exponiendo sus razones. Sus motivos. Enseguida comienzan a caminar. Y a aparecer los rostros fatigados, los gestos del esfuerzo. La lluvia no ha cesado y las alpargatas —ya estaban advertidos— hará más difícil el camino.

 La procesión la encabezan los portaestandartes,  encargados de llevar un trozo de tela sobre el que se lee el nombre del paso; les sigue una  ñapanga que,  vestida de campesina, lleva en sus manos un arreglo floral con un saumerio que, según la creencia, purifica el trayecto por el que pasará Cristo. Después se asoman los cargueros con el paso, y junto a ellos, cuatro de sus compañeros cuya tarea consiste en llevar las alcayatas, unos soportes de madera que rematan en una viga metálica en semicírculo; esas vigas resistirán el peso de la imagen en los puntos en los que la procesión se pausa. El rol tiene nombre obvio, alcayetero.

Mientras todos marchan, a un ritmo que ha sido ensayado  con antelación, Cristian, Andrés Felipe, Beatriz, Diana, Lorena, Reinel, Federico, Alejandra y los demás cargueros se apoyan en Luis David, que va despejando el camino con un palo largo de madera (una horqueta)  de los cables de energía o de las ramas de árboles que con las que pueda tropezarse el paso.   

Media hora después, el recorrido acabará en la iglesia de Colseguros donde los feligreses los recibirán con aplausos. Ya en la tarde, mientras descansan, Cristian compartirá por WhatsApp una foto en la que les mostrará  la marca de su vía crucis feliz, su callo enrojecido. Que no lo vea el médico: aún les esperan tres procesiones más.

 

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