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“No creo en la Iglesia ni en sus bienes terrenales”: Evelio Rosero

El escritor bogotano Evelio Rosero acaba de presentar su novela Plegaria por un Papa Envenenado en el Hay Festival, donde recrea cómo la curia romana y la mafia italiana asesinaron a Juan Pablo I.

2 de febrero de 2014 Por: Margarita Vidal Garcés | Especial para El País

El escritor bogotano Evelio Rosero acaba de presentar su novela Plegaria por un Papa Envenenado en el Hay Festival, donde recrea cómo la curia romana y la mafia italiana asesinaron a Juan Pablo I.

“Anoten este nombre: Evelio Rosero. Es imprescindible. Un descubrimiento deslumbrante. Un autor que tan solo puede leerse como un clásico... Uno de esos pocos autores que se quedan para siempre en nuestra biblioteca de libros de referencia”, Lolita Bosh, escritora catalana.“El 26 de agosto de 1978, Albino Luciani apareció muerto en las dependencias papales del Vaticano. Elegido Papa solo 33 días antes, Luciani había escogido el nombre de Juan Pablo I y la víspera de su muerte mostró a su secretario la lista de obispos y cardenales que debían ser destituidos de inmediato. Con las prostitutas de Venecia a modo de coro, chocan personajes poderosísimos como el obispo Marcinkus, director del Banco del Vaticano, hay una clase magistral a catequistas fuera de todo protocolo, y se relata cómo la jerarquía eclesiástica aplicó la “solución siciliana” para quitar de en medio a un Papa que le estorbaba. Tras documentarse de manera exhaustiva, Evelio Rosero ha escrito una hermosa plegaria, una brillantísima recreación literaria que nos acerca a un pontífice que, de manera visionaria, sin dejar de ser sobre todo párroco, se propuso con mano firme atajar los males endémicos de la Iglesia”. A partir del libro ‘En nombre de Dios’ (1984) de David Yallop que reveló las oscuras circunstancias que rodearon la extraña e inesperada muerte del papa Juan Pablo I, Evelio Rosero, autor de Los Almuerzos, La Carroza de Bolívar – donde, con el consiguiente escándalo entre sus adoradores, desmitifica sin piedad la leyenda del Libertador- y Los Ejércitos -que le han merecido también los elogios de la crítica mundial-, impacta nuevamente con su reciente novela, Plegaria por un Papa Envenenado, presentada por Tusquets Editores en el Hay Festival, que hoy termina en Cartagena.Evelio Rosero nació en Bogotá, en 1958. Estudió comunicación social en el Externado, en 2006 se ganó el Premio Nacional de Literatura del Ministerio de Cultura, y con su novela Los Ejércitos ganó en 2007 el Premio Tusquets. Desde entonces su nombre se instaló para quedarse en el panorama de la letras hispanoamericanas, como uno de los más importantes narradores del momento. Ha sido traducido a doce idiomas, recibió el prestigioso Independent Foreign Fiction Prize (2009) en Reino Unido y el ALOA Prize (2011) de novela en Dinamarca. ¿Cómo llegó a vivir a Nariño?Mi padre era ingeniero civil. Trabajaba en Bogotá, en los Ferrocarriles Nacionales. Lo trasladaron a Pasto, como jefe del distrito de obras públicas de Nariño. En vacaciones íbamos a ‘temperar’ a diferentes regiones: a Consacá (donde ocurrió la famosa batalla de Bomboná, que perdió Bolívar), a Yacuanquer, Piedrancha, a Ricaurte (o cerca, en una finca llamada Andalucía, donde transcurre mi novela para niños: La Duenda), a Tumaco (que es el mar de los pastusos). Esos pueblos, esos paisajes, alimentarían más tarde los pueblos de mis novelas.¿Qué significó el haber vivido en un departamento como Nariño, donde, según Aurelio Arturo, “el verde es de todos los colores”? Significó nada menos que la infancia, tan decisiva en la vida de cualquiera. En Pasto hice la primaria en el colegio San Francisco Javier. Ya había hecho el kínder en el San Pedro Claver, de Bogotá. Por lo visto ya me rodeaban los santos. Y el paisaje de Nariño sí es el que describe el poeta, y no se halla en ningún otro sitio de Colombia: es verdad, solo en Nariño el verde es de todos los colores. No sé por qué creo haber leído en la biblioteca de casa un pequeño volumen de Arturo, dedicado a mi padre, pero allí el verso decía: “Donde el verde es de todos los verdes”. Pero es muy posible que yo esté equivocado.No, tiene razón, así dice, pero todo el mundo, como yo, lo cita mal. Dígame, cuando regresó a Bogotá ya adolescente, ¿cómo recuerda esa nueva transición?Fue abrupto el cambio, pero fructífero. Ahora Bogotá, la única metrópoli de Colombia, era el escenario. Creo que eso, primero la ciudad pequeña y sus pueblos, y después la capital, enriqueció mi mirada. En Bogotá inicié el bachillerato en el Agustiniano del Norte, otro colegio de religiosos. Y luego la universidad, pero nunca acabé la carrera. Me lancé de lleno a escribir.De allí, entiendo, vienen su descreimiento y su rabia contra los curas...No sé qué periodista inventó esa “rabia”, en alguna entrevista; no es la primera vez que me lo preguntan. Jamás hablé de “rabia” contra los curas. Hubo buenos y malos momentos, como en todo. Pero en mi novela ‘El incendiado’ di cuenta de los malos momentos, que son los que más interesan al escritor, y que son más edificantes porque pretenden una reflexión. En toda la historia han existido buenos y malos sacerdotes, gente de bien, pensadores, hombres prácticos que se consagraron a los demás, pero también estúpidos, retrógrados: de todo hay en la viña del Señor. No soy visceral en este asunto. En los colegios religiosos hay buenas bibliotecas, y de vez en cuando un buen profesor. O uno pérfido y morboso, como en el Agustiniano: “No se masturben en el baño, muchachos, porque queda preñada la hermana y le echan la culpa al chofer”. Ese profesor me inventó de su propia inspiración un apodo: ‘criminal’, con el que me asoló en segundo de bachillerato, y sin que yo tuviese todavía ningún crimen en la cara. Intentó derrumbarme con perfidia, pero los libros que ya leía me defendieron. Lástima, porque antes me decían ‘poeta’.Desde el punto de vista religioso, ¿cómo se definiría: ateo, agnóstico, creyente, a pesar de los curas?Cristo me cae muy bien, y sobre todo en la infancia, pues ya Bram Stoker me había enseñado que solo con mostrar la cruz uno espantaba a Drácula. Y las parábolas de Jesús las oía y las leía como cuentos. No creo en la Iglesia terrena, en sus bienes terrenales, en la mayoría de sus papas. No voy a misa, pero de vez en cuando, al despertarme, y sin saber de dónde viene, me digo: Dios mío, ayúdame. Dostoievski y Tolstoi marcaron su gusto literario. ¿Qué halló en ellos?Encontré, aunque parezca risible, a Pasto y sus campesinos. La religión y la rebelión; pero es que por eso mismo esos escritores son universales: hablan del espíritu del hombre, de la condición humana y de la humana estupidez. Todos los rusos me avasallaron y proliferaban en la biblioteca de mi padre. Me encantaron, me remecieron, mucho más que ingleses y franceses.Dostoievski es de una gran profundidad y asombra su conocimiento del ser humano hasta sus últimas consecuencias. ¿Qué le dice el hecho de que después de 90 años de la dictadura soviética, que no sirvió ni acabó en nada, hoy las iglesias rusas estén llenas, y por los jóvenes?Que es mil veces preferible una iglesia llena a una dictadura soviética.¿Su nueva novela, Plegaria por un Papa Envenenado, sobre la muerte de Albino Luciani, Juan Pablo I, en qué forma se superpone y confirma la investigación escrita por David Yallop, ‘En nombre de Dios’?A través de la exhaustiva investigación sobre el envenenamiento del papa Juan Pablo I, adelantada por Yallop, encontré a Albino Luciani, y ese fue el detonante para investigar más por mi cuenta la vida y los hechos del papa Luciani. Hubo datos de todas partes, y siempre en contradicción, en pugna latente. Yo no descubrí nada, solo saqué mis conclusiones, a partir de los escritos de Luciani y de lo que ocurría con el Banco del Vaticano, mancomunado con la mafia italiana. Con todo eso se proponía acabar Luciani, y sobre todo con otros pecados mayúsculos de la Iglesia católica, entre ellos la pedofilia, contra la que se va lanza en ristre, veladamente, en sus ‘Briznas de Catecismo’. Por eso la curia romana y la mafia lo asesinaron.¿Es cierto que la víspera de su muerte, Juan Pablo I le mostró a su secretario la lista de obispos y cardenales que debían ser destituidos de inmediato?Es plenamente cierto.¿Por qué era tan grande el poder de Marcinkus?Paul Marcinkus era el “gerente” del Banco del Vaticano, receptor de millones de dólares de la mafia, un “lavador”, y es increíble, pero parece que por eso mismo el papa Pablo VI lo protegía. Con Luciani las cosas cambiaron. Temblaron los siniestros y los corruptos, pero –como en Colombia– se confabularon y lo mataron.¿Cómo le parecen las revelaciones sobre nuevos casos de corrupción y blanqueo de dinero en el Banco del Vaticano?Allí se confirma: después de la muerte de Luciani todo volvió a sus cauces. El papa Juan Pablo II confirmó a los siniestros funcionarios. No investigó la muerte de Luciani. Complació a la curia, echó tierra a la verdad y la escondió con su escoba debajo de una alfombra del Vaticano.¿Cómo vio en su momento la renuncia de Benedicto XVI?Ocurrió meses después de terminada mi novela. Confieso que me asombró: por lo general los Papas se quieren quedar hasta que se mueren. En eso Benedicto fue original, si es que no lo presionaron los de la curia romana, ¿quién puede saberlo?, de pronto el mayordomo.Hoy el mundo celebra con beneplácito las salidas mediáticas del papa Francisco. ¿Qué alcance les ve? ¿Cree que habrá un cambio profundo en la Iglesia o se quedará en maquillaje?Todo eso de la Iglesia de los Pobres, de la Iglesia Pobre, de otorgar los bienes materiales de la Iglesia a los necesitados, las visitas a cárceles y hospitales ya lo había enarbolado Luciani. Pero los propósitos de Luciani iban mucho más allá, iban a los cimientos de la Iglesia católica y, tanto, que lo mataron. Francisco nunca dejará de hacerle juego a la curia. Francisco resulta pálido comparado con Albino Luciani.Conocida las maquinaciones vaticanas, ¿usted cree que la jerarquía eclesiástica, que, se dice le aplicó la “solución siciliana” a Juan Pablo I, podría volver a actuar?No, porque Francisco no se propone los cambios rotundos que se proponía Luciani.¿Cómo empezó a escribir, quiero decir, recuerda cuando decidió que sería escritor y nada más que escritor?Tuve esa certeza, afortunadamente, desde pequeño, luego de terminar de leer Róbinson Crusoe. Ya no iba a preocuparme en la vida qué hacer el resto de mis días. Iba a preocuparme por cosas peores, como la de escribir bien, o intentarlo, a pesar del abandono de mujeres y amigos.

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