'Los Hongos', la película que retrata la otra Cali

Se trata de una de las películas más contundentes y viscerales de los últimos tiempos. Una producción honesta desde su historia, audaz en su cinematografía y auténtica en su discurso. Óscar Ruíz Navia muestra otra tonalidad de su voz narrativa, dejando ver que con él tenemos cine caleño de verdad, verdad.

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5 de oct de 2014, 12:00 a. m.

Actualizado el 18 de abr de 2023, 04:15 a. m.

Se trata de una de las películas más contundentes y viscerales de los últimos tiempos. Una producción honesta desde su historia, audaz en su cinematografía y auténtica en su discurso. Óscar Ruíz Navia muestra otra tonalidad de su voz narrativa, dejando ver que con él tenemos cine caleño de verdad, verdad.

Que nadie nos engañe. Cali no es una ciudad delirante en la que se baila salsa en cada esquina. Tampoco vivimos en un país de pasiones certeras, ni protagonizamos historias de amor de comedias románticas. Nada más lejos de la realidad. Nuestra caleña vida fluye de otra manera, entre incertidumbres tercermundistas. El devenir de la vida nos lleva de un rumbo a otro. Nos pasa mucho y a la vez no nos pasa nada. Esta es la Cali que nos presenta Óscar Ruiz Navia en su película ‘Los hongos’, una ciudad sin maquillaje, más instintiva y hermosa que limpia y civilizada. Un escenario orgánico, silvestre, donde pueden crecer hierbas y hongos solitarios y bizarros con los que nos topamos en cualquier esquina. Este director caleño, a quien conocimos en el 2009 por ‘El vuelco del cangrejo’ (producción con la que logró ponerse en la mira de algunos, incluidos los chicos del Festival de Cannes), obtuvo en aquel entonces una beca-residencia artística para concebir y escribir su segundo proyecto. De esa experiencia nació ‘Los hongos’, una producción filmada en su totalidad en Cali, que acaba de entrar a cartelera.Esta es la historia de dos muchachos solitarios. Un par de hongos que crecen en medio del asfalto de Cali, uno en un sector deprimido de la ciudad, donde vive con su madre, y el otro en un barrio de mejor estrato acompañando y cuidando con esmero a una abuela que padece de cáncer. Pero lo que en realidad los une es la calle y el gusto por pintar los muros, a través de sus grafitis, con el que quieren mostrar el mundo interior que los habita. Con su propósito a cuestas recorren la ciudad en patineta y bicicleta, encontrándose con otros iguales a ellos que también sueñan con soñar. Mientras tanto, la vida transcurre en la cotidianidad de su juventud. Entre porros, fiestas, tragos, romances y ambigüedades, los chicos atraviesan una ciudad en la que apenas resultan visibles. Y con ellos los personajes de su mundo, seres normales y cotidianos, pero también mitos vivientes de la ‘escena grafitera’ caleña. Todos inscritos en una ficción que se lanza sin pudores a la burla y el desparpajo, que nos invita a dar una mirada aguda a discursos apasionados de causas ajenas, ridículos para unos y poderosos y vitales para otros. Una ciudad donde cada quien encuentra su nicho, su lugar, su grupo. Bien desde el discurso del muro y la pintura, bien desde la política, o bien desde la sexualidad y la religión. Los hongos hacen sus colonias, forman sus tribus, sus tribus urbanas. De esta forma nos paseamos de los conciertos clandestinos de punk a las iglesias cristinas de garaje, y de los cafés del centro a los puentes de la ciudad. Escenarios caleños reales y no de postal, habitados por personajes bizarros que avanzan y se apropian de los espacios de manera natural y no como un capricho orquestado por un director. Así ‘Los hongos’ deambulan, protagonizando situaciones que, al igual que en ‘El vuelco del cangrejo’, se mueven por la delgada línea que divide la ficción del documental. Pero a diferencia de la primera, esta es una historia urbana, extrovertida y ruidosa. Una producción que cuenta con imágenes de todo tipo: desde planos convencionales hasta cámara al hombro, inclusión de redes sociales y videos grabados con celular. Sin duda esta es una película que habla de la cotidianidad del que nada espera, del que solo fluye y se deja llevar. Del río, del árbol y de las pseudo-revoluciones urbanas, pero también de la familia, los amigos y la fidelidad. Una película necesaria y refrescante para el cine colombiano.Gracias totales.

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