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“Los artistas deben volver a ser la prioridad número uno de La Tertulia”

El curador de arte Miguel González ha sido parte de la historia del Museo. Durante 35 años estuvo vinculado profesionalmente, “aunque la relación viene de tiempo atrás”. En el cumpleaños 60 de la entidad, Miguel recuerda el pasado, analiza el presente y da su opinión de lo que debería ser el futuro de la institución.

6 de marzo de 2016 Por: Redacción de GACETA

El curador de arte Miguel González ha sido parte de la historia del Museo. Durante 35 años estuvo vinculado profesionalmente, “aunque la relación viene de tiempo atrás”. En el cumpleaños 60 de la entidad, Miguel recuerda el pasado, analiza el presente y da su opinión de lo que debería ser el futuro de la institución.

Es como esos matrimonios largos, dice el curador de arte Miguel González. Su relación profesional con el museo La Tertulia es de por lo menos 35 años. Aunque el ‘noviazgo’ había iniciado desde mucho antes.

Miguel iba a “La Tertulia vieja”, es decir cuando la sede del Museo estaba ubicada en el bario San Antonio.  Allí presentaba libros con Andrés Caicedo, o se encargaba de darle apertura a las conferencias de teatro que ofrecía Santiago García. Era el inicio de los 60.

Después, en los 70, Miguel comenzó a escribir sobre arte. Se encargó, por ejemplo, de elaborar los perfiles de los artistas  invitados a la Segunda Bienal de Arte de Coltejer, en Medellín, y desde entonces su firma empezó a figurar en los periódicos. “Era alguien que escribía sobre arte especializado, lo que hizo que me diera a conocer en el país”.

Fue a inicios de los 70 cuando  lo llamaron, “profesionalmente, digamos”, de La Tertulia. Miguel ya había dirigido el Museo Rayo y la galería de arte de Ciudad Solar, así como la del Club de Ejecutivos, en ese entonces ubicado en el Edificio de Carvajal, a una cuadra de la Plaza de Caycedo; ya había dirigido también un sitio de exposiciones de la Universidad del Valle, y había  organizado el Primer Salón Regional de Artistas, creado por Gloria Zea. “Ese era mi bagaje en ese momento”.

Cuando lo llamaron de La Tertulia, le preguntaron por los artistas que debían participar, o no, en una exposición  que patrocinaba Propal y que haría parte de un Salón Nacional. Miguel dio su opinión, y enseguida el maestro Pedro Alcántara le pidió que escribiera el texto de su obra que aparecería en el catálogo de aquella vez. “Así que mi primer texto oficial para La Tertulia fue sobre Alcántara”.

Miguel, desde entonces, continuó vinculado al Museo de una manera muy particular. Como Maritza Uribe de Urdinola y Gloria Delgado, dos de las fundadoras del museo, no cobraban por su trabajo - “era como una costumbre” -   Miguel tampoco. 

Le pagaban cuando organizaba las bienales que financiaba Cartón de Colombia, “pero las opiniones sobre las obras, así como el montaje de las exposiciones, era  un trabajo que hacía gratis, como un trabajo que me parecía divertidísimo. Hasta que, finalmente, en los años 80, me nombraron”.

Ahora, cuando La Tertulia celebra su cumpleaños 60 (fue fundado el 9 de marzo de 1956) Miguel conversó con GACETA sobre el pasado, el presente y el futuro de la entidad.

Miguel, en su concepto, y como curador de arte, ¿en estas seis décadas cuáles han sido los momentos más importantes para La Tertulia?

Sin duda las bienales de artes gráficas. El Museo tomó una importancia no solo nacional sino internacional en los años 70, que fueron tiempos de bienales en Colombia. Casualmente  se hacían en dos ciudades de provincia, Cali y Medellín, y no en Bogotá. 

La bienal de Cali se especializaba en dibujo y grabado, mientras que la de Medellín tenía sus instalaciones, objetos, esculturas, pinturas. Así que se complementaban muy bien. Además, sucedió que cuando se organizaron estas bienales  había un gran arsenal de artistas latinoamericanos de una gran calidad,  entonces había con qué hacerlas.  Las bienales de arte son para mí lo más importante en la historia del museo La Tertulia.

También la colección de arte...

Por supuesto. Que el museo cuente con las obras que tiene le da una gran relevancia. Se trata de una colección de arte latinoamericano de pintura, grabado, dibujo, escultura, una colección que obedece un poco a la memoria del museo, a las actividades, las bienales, los salones de los festivales de arte, el Salón Panamericano, el Salón Bolivariano, el Salón de las Américas, en fin. De todo ello quedaron grandes obras.

Yo  me propuse, además,  incrementar la colección por países. Si el museo quisiera, por ejemplo, hacer una exposición, de grabado mexicano, lo puede hacer perfectamente.  Tenemos obras de Diego Rivera, José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros... No vinieron a las bienales porque obviamente ya habían muerto, pero el museo compró las obras. Y así con venezolanos, argentinos, colombianos, los países que son grandes productores de arte y de artistas.

¿Qué recuerda de lo fue la gestión que se realizó en los 60, 70, 80, para consolidar lo que es La Tertulia hoy?

La Tertulia, hay que decirlo, es una cosa que a Maritza Uribe de Urdinola le dieron y en la que no había nada. La historia de lo que fue su gestión es ejemplo para otros museos. Ella consiguió el lote, construyó los edificios y eso sí tiene gracia. Porque una cosa es que le den plata a uno para gastársela -  eso es muy rico – y  otra conseguirla para pagar la luz, el agua, la nómina, pedir ladrillos, cal, arena, para construir los edificios.  Todo en La Tertulia fue así. Maritza, además, le compraba los cuadros a los artistas, cuando no vendían. En otras palabras ella, de la nada, hizo el  museo.

De hecho el edificio que conocemos hoy fue el primero que se construyó en Colombia pensado para albergar un museo de arte moderno. Todos los otros sitios funcionaban en casas prestadas.

La historia del Museo de Arte Moderno de Bogotá es dramática. Funcionaba en unas oficinas del Sena, después en un edificio de la Universidad Nacional, después le prestaron una oficina en Bavaria, después en el Planetario Distrital hasta que Gloria Zea pudo hacer el museo que conocemos hoy. El Museo de Antioquia también funcionaba en una casa vieja.

La Tertulia, además, fue el trampolín de los artistas de la ciudad y la región que hoy están consagrados mundialmente…

Sin duda. El museo fue el trampolín de todos y cada uno de los artistas más importantes de la región. Lo demostró mi más reciente exposición, ‘Apostar y Reflexionar’, en la que se exhibieron las obras de los artistas de Bellas Artes que han pasado por el mueso y cuyos trabajos hacen parte de la colección.   En el museo siempre exigimos lo mejor, con un gran ojo.

Y en estos 60 años, ¿cuáles han sido los momentos más complicados para La Tertulia?

Siempre hubo dificultades económicas. Pero Maritza era una persona absolutamente pulcra, en el sentido de que nunca se atrasaban los sueldos de las personas que trabajaban en el museo. Así la institución no tuviera plata, ella la conseguía. 

Los artistas, además, tenían un sentido de pertenencia por el museo, que lamentablemente se fracturó. La relación entre museo y artistas debe ser de todos los días. El museo tiene que tener en cuenta a los artistas, llamarlos, hacerles exposiciones, una cosa personalizada. No mandar invitaciones por Internet.

Y además es importantísimo que los directivos puedan hablar de arte con los artistas. Cuando los administradores son ajenos al arte, y permanecen ocupadísimos, al punto que cuando un artista les dice que quiere hablar con ellos le responden siempre lo mismo, “estoy en una reunión”, es gravísimo, no funciona el museo. El artista debe ser tratado como alguien especial, no como un mendigo. La razón de  ser de cualquier  museo son los artistas y el arte.

Miguel, y en la fiesta de los 60 años, ¿cuál es, para finalizar, su mirada del presente y futuro de La Tertulia?

Ahora hay unos intentos muy importantes de reconstruir la relación con los artistas, que es fundamental. Aunque es difícil, porque  una relación se construye con el tiempo. Pero yo espero que esa relación se recomponga, que la relación con los artistas sea lo más cordial y fluida posible. Los artistas deben ser la prioridad número uno de La Tertulia.

Y a futuro también es importante incrementar los fondos, la colección. Hay un gran vacío de obras de artistas de las nuevas generaciones, que no están representados en el museo porque durante mucho tiempo se dejaron de adquirir obras. Los trabajos de los artistas de las nuevas generaciones deben estar entre la colección de La Tertulia.

 

 

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