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Lech Walesa, el revolucionario polaco

‘Walesa, la esperanza de un pueblo’ es una película biográfica del premio Nobel de la Paz (1983) y después presidente polaco Lech Walesa. Un viaje histórico que nos muestra la admiración profunda del director Andrzej Wajda por el principal líder político de su país.

4 de mayo de 2014 Por: Claudia Rojas Arbeláez | Especial para GACETA

‘Walesa, la esperanza de un pueblo’ es una película biográfica del premio Nobel de la Paz (1983) y después presidente polaco Lech Walesa. Un viaje histórico que nos muestra la admiración profunda del director Andrzej Wajda por el principal líder político de su país.

En los casos de incertidumbre, Lech Walesa se quita su reloj de pulso y su argolla de matrimonio y los pone sobre la mesa de comedor, advirtiéndole a su esposa que no dude en usarlos para conseguir comida para sus hijos si él no regresa. Estas dos cosas parecen ser su mayor tesoro en un país y una época donde la incertidumbre y el hambre parecen haberse instaurado en la cotidianidad. Tres veces se despoja de sus cosas, pero ella nunca las vende porque siempre espera que regrese con ella y sus seis hijos. Esta es una de las anécdotas íntimas que observamos en la vida de este líder pacifista polaco que transformó no solo la historia de su país sino la del mundo entero, al labrar el final de un sistema doloroso y decadente que sin duda había dejado de funcionar. Él, a quien el mundo recuerda como el líder del sindicato de ‘Solidaridad’, es el protagonista de la película ‘Walesa, la esperanza de un pueblo’, dirigida por su compatriota, el veterano Andrzej Wajda, apasionado no solo por el líder sino también por su revolución. La película, que sobrepasa las dos horas de duración, usa como dispositivo narrativo a la periodista Oriana Fallaci (para su libro ‘Entrevista con la historia’), quien asiste al hogar de Lech Walesa para conocerlo y entrevistarlo a profundidad. Entonces la historia comienza ubicándonos en 1970, en medio de una Polonia arrinconada por la situación política y social de su época. A partir de allí la película despliega sus alas al pasado y, entre pregunta y recuerdo, va del presente al pasado, mostrándonos el nacimiento y la madurez política de un hombre que gestó la que sería recordada como una revolución de terciopelo. Y es que Walesa nunca fue un hombre violento, al contrario ganó su guerra con paciencia, diálogo y espera. De ahí que la película se tome su tiempo y se construya con detalles, alternando entre imágenes de archivo y puestas en escena acomodadas de manera armónica para evitar las rudezas y los saltos visuales. El resultado es un derroche visual que va de la cámara en hombro a las imágenes de noticiero, pasando por secuencias en blanco y negro a las coloreadas. De esta forma la propuesta visual de Wajda es propia del documentalista que habita en él, que se engolosina con los hallazgos del pasado y exhibe sus fichas como muy valiosas. Y con este hilo borda fino los detalles de una producción que luce más como un documento histórico que da cuenta de huelgas, protestas, arrestos y negociaciones. aquellos momentos decisivos que sirvieron de faro para iluminar una historia que empezaba a marcar una ruta certera. Pero toda esta exhibición pública tiene sus desventajas y no calma el hambre de quienes quieren conocer un poco más de lo que bien puede leerse en los libros de historia. Si bien toda esta faceta biográfica es interesante, tampoco es la única. Y puede resultar abrumadora, no solo por la sobre exposición de las secuencias llenas de discursos y alcance político, sino que no permite ejercitar nuestra tensión. Es cierto que somos llevados de la mano por un momento trascendental, pero esto no basta para lograr que nos conectemos con su protagonista. Tal como está planteado, todo pareciera ser parte de un camino allanado, como si el riesgo verdadero no existiera y por lo mismo no logra ponernos al borde de la silla en ningún momento. ¡Bueno, creo que nunca fue su intención! Es claro que el propósito se logra cuando nos muestra la ruta del aquel electricista de la compañía astillera que se convierte en líder, después en ideólogo, para terminar recibiendo el premio Nobel del Paz en 1983 y doce años después en el primer presidente polaco elegido democráticamente. De eso conocemos todo, pero en ‘Walesa, la esperanza de un pueblo’ hay poco lugar para los dramas íntimos y personales. Esos definitivamente no parecen interesarle a Wajda. Él no se conforma con tibiezas ni matiza su admiración y su pasión narrativas cuando de contar historias de su nación se trata. Y esta pasión lo sigue impulsando, hoy a sus 88 años, para seguir dirigiendo sus películas en las que se destaca su apuesta dramática.

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