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Günter Wallraff, el padre del periodismo de infiltración

El reportero alemán que consagró al periodismo de infiltración, estuvo en Colombia como invitado de honor en la pasada Feria del Libro de Bogotá. GACETA habló con él para saber cómo es eso de suplantar identidades y denunciar excesos.

14 de mayo de 2013 Por: Juan Andrés Valencia Cáceres ?Periodista Gaceta

El reportero alemán que consagró al periodismo de infiltración, estuvo en Colombia como invitado de honor en la pasada Feria del Libro de Bogotá. GACETA habló con él para saber cómo es eso de suplantar identidades y denunciar excesos.

Son tantas las identidades que Günter Wallraff ha suplantado en su vida que cualquiera pensaría que la que menos ha vivido es la suya propia, la de un periodista camaleónico que siempre está en función de pasar inadvertido para buscar la verdad.Su método es tan minucioso como polémico: cuando encuentra un tema que quiere vivir en carne propia se toma su tiempo para observar y analizar el comportamiento humano. Entonces, como si se tratara de un actor de Hollywood, empieza a construir la psicología del personaje objeto de su investigación y ensaya su forma de hablar y moverse hasta lograr una caracterización convincente. Lo demás es utilería pura: un disfraz, una peluca y un buen maquillaje terminan siendo los últimos retoques para poner en marcha la infiltración. Bajo esta técnica Wallraff fue turco en su país natal durante dos años para denunciar el odio, la xenofobia y la falta de oportunidades que tienen los inmigrantes. También se hizo pasar como obrero de la compañía siderúrgica alemana Thyssen para dejar en evidencia la explotación laboral a la que la empresa somete a sus empleados de la cadena de producción. Igualmente encarnó la figura de un reportero que trabajó durante tres meses y medio en el diario sensacionalista Bild para recolectar pruebas contundentes que demostraran cómo en ese diario, que es el más leído de Alemania, tenían como política editorial falsear hechos y manipular la información.Fue informante neonazi dedicado a espiar a estudiantes de izquierda para mantener al tanto de sus movimientos a la policía. También fungió como empresario católico que consultaba la opinión de algunos obispos acerca de la venta de napalm. Incluso se tiñó la piel para hacer el papel de un negro africano, experiencia que le permitió sufrir lo peor del racismo; un ejercicio que incluso fue tachado de racista por algunos escritores afroamericanos. Como operario de márketing telefónico demostró que la presión que viven es tal que son llevados a convertirse en estafadores de ‘call center’. Y su obsesión por ponerse en los zapatos de otro llegaría al punto de que, en 1974, viajara a Grecia durante su dictadura para hacerse pasar como defensor de los presos políticos. Por ello fue encarcelado, interrogado, atormentado y torturado. Diez años después publicó esa experiencia. En cada uno de sus ejercicios periodísticos lo ha documentado todo. Valiéndose de grabadoras secretas y cámaras escondidas, Wallraff ha logrado dejar sin fundamento la gran mayoría de demandas que ha tenido que enfrentar por esconder su verdadera identidad. ¿El fin justifica los medios? Parece que sí. Luego de publicar su reportaje de inmersión como periodista de Bild, el tabloide inició varios procesos legales en su contra sin ningún éxito. La Corte Suprema decidió que más grave que suplantar una identidad falsa, eran las malas prácticas periodísticas y que, por consiguiente, la infiltración estaba justificada cuando era utilizada como una herramienta para evidenciar un mal mayor. Para ellos, la libertad de prensa y el interés público justificaban sus acciones.Al respecto de este caso, el Consejo de Prensa Alemán fue más mesurado: aunque emitió sendas reprimendas públicas en contra de Bild, también hizo lo mismo contra Wallraff por su “método ilícito de investigación periodística encubierta”. Para Maryluz Vallejo, profesora y crítica de periodismo, la infiltración solo es aceptable en casos muy puntuales donde la denuncia así lo amerite: “La labor del periodista es observar, investigar y consultar fuentes de la manera tradicional. Suplantar puede ser la vía más fácil de abordar un tema, además del riesgo inherente de que el periodista se vuelva protagonista de su propia historia y termine opacándola. Primero hay que agotar todos los recursos. Eso sí, la obra de Wallraff es admirable”.Daniel Samper Ospina, director de la revista SoHo, cree todo lo contrario en cuanto a los objetivos que se buscan con este género: “Ese tipo de periodismo debe ajustarse a un debate ético porque muchas veces roza con el engaño, pero reivindico el periodismo de suplantación cuando no tiene fines de denuncia, sino cuando permite que la experiencia sensorial haga parte de la reportería. Por ejemplo, que el periodista tenga una pelea de boxeo para sentirla por dentro”.Wallraff, por supuesto, tiene su propia visión. Y es tan poderosa que en Europa ya existe un término para definir su particular modo de abordar una investigación. Se llama ‘wallraffear’ y significa “exhibir las malas conductas desde adentro, asumiendo un rol”. Estas son las palabras de quien se ganó el epíteto de ‘periodista indeseable’.¿Qué pasó en su vida para que usted decidiera que el mejor método de investigación periodístico era la infiltración?El momento clave se dio cuando iba a prestar el servicio militar obligatorio en los años 60. Yo me negué a tomar el fusil como pacifista que soy. En aquel entonces había mucha gente de ultraderecha en el ejército alemán y su reacción ante mi negativa fue encarcelarme primero y declararme loco después para enclaustrarme en un centro psiquiátrico. Finalmente me despidieron por considerarme inútil para la milicia. Durante el tiempo que estuve en la cárcel empecé a escribir un diario que evidenciaba mi conflicto de conciencia y así, viviendo yo mismo esa experiencia, descubrí que una buena forma de investigar cualquier hecho era poniéndome en los zapatos del otro para descubrir la verdad desde adentro y no desde afuera. A veces hay que disfrazarse para descubrir esa verdad.¿Y qué hizo inmediatamente después de salir libre del ejército?Viví como desalojado, como un hombre sin techo en varios países de Escandinavia, y trabajé en varias fábricas metalúrgicas. De ahí salieron mis primeros reportajes de inmersión. Al principio fue fácil porque pude abordar estas historias como el periodista desconocido que era, pero después, cuando me di a conocer por mis métodos, las empresas realizaron listas negras donde mi nombre figuraba en primer lugar como alguien a quien no debían contratar por las inmersiones que hacía. Eso obligó a perfeccionar mis disfraces para así cambiar mi identidad.Cuando usted hizo esa primera infiltración, ¿se dio cuenta del alcance y la repercusión que eso podía tener en los medios masivos?Nunca imaginé que fuera a tener tanta resonancia. Yo simplemente decidí hacer mis inmersiones sin importar si me iba a volver famoso o no, y mucho menos que mis reportajes iban a generarme tantos conflictos. Yo simplemente hacía mi trabajo sin pensar en las consecuencias. Lo único que siempre me ha preocupado es que el tema que esté abordando le llegue a la mayor cantidad de gente posible.¿Qué se necesita para hacer bien un trabajo de inmersión?Planificación a largo plazo, un compromiso social, mucha ética, tener una claridad absoluta de los derechos humanos que estás defendiendo, mucha paciencia porque las cosas no se dan de un momento a otro; a veces también precisas de mucho coraje porque no es fácil hacer esto. Lo más importante, eso sí, es tener muy claro que lo que quieres hacer es estar al lado de aquellos que no son escuchados, de esa gente marginada que no tiene voz ni poder de ‘lobby’ para defender sus derechos.¿Cómo prepara los personajes que usted desea encarnar?De dos formas. Primero, con muchos años de anticipación. Eso fue lo que hice como Alí en ‘Cabeza de turco’ , donde me tomé el tiempo de conocer a los turcos, su cultura, su idiosincrasia, su estilo de vida, cómo hablan, cómo gesticulan y cómo se mueven. También hice la misma tarea cuando decidí teñirme la piel para encarnar a un negro, porque quería vivir lo que viven los africanos como inmigrantes en mi país. La segunda es contar con un equipo de trabajo muy talentoso capaz de cambiar mi fisonomía con pelucas y maquillaje. Lo demás es espontaneidad, algo que se me da muy bien debido a la experiencia que he adquirido para infiltrarme y pasar desapercibido en el intento.Usted es muy conocido por su obra periodística. ¿Cómo hace para no ser descubierto en plena investigación? ¿Así de perfectas son sus actuaciones y el maquillaje?Además de tener acceso a gente capaz de cambiar mi identidad de una forma increíble, lo realmente interesante de un método como este es que en los ambientes donde yo me sumerjo, que son los de abajo, los muy mal pagos, allí nadie te mira a los ojos. La gente de arriba no voltea a mirar a los de abajo. Esto se refleja en ‘Con los perdedores del mejor de los mundos’, donde relato mi experiencia como mensajero; nunca nadie se dio cuenta que era yo a pesar de que entregué muchísimos paquetes diariamente. Es obvio que el hecho de llevar uniforme ayudó mucho, así como también una peluca tupida y un maquillaje que me quitó 20 años de encima, pero que los ricos no miren a los pobres ayudó bastante. Lo que sí me pasó en dos trabajos de inmersión fue que algunas personas me reconocieron. Eran dos colegas, periodistas ambos, que no me denunciaron y me dejaron terminar la investigación no sin antes acercarse a decirme que me habían reconocido pero que no querían decir nada porque les gustaba mi trabajo y para no poner en riesgo mi investigación.Algunas personas critican sus infiltraciones por considerarlas engañosas, mientras otras las destacan porque las encuentran perfectamente válidas. ¿Usted alguna vez se ha cuestionado sus métodos?Ha sido un proceso muy largo. Muchas veces me han acusado de engaño, otras de que no es ético ni correcto hacerlo, e incluso fui llevado ante la Corte Suprema de mi país que se pronunció a mi favor. Declaró, textualmente, que en los casos donde pasen cosas que deben ser denunciadas y que para lograrlo no basta con los métodos del periodismo tradicional, es totalmente legítimo usar herramientas “ilegales” (como cambiar de identidad) para descubrir información que es importante hacerla pública.En otras palabras, el derecho a la información está por encima de, por ejemplo, una identidad falsa. Y no es que haga mi labor como un juego, lo hago porque no hay otra manera de hallar la verdad. A veces toca disfrazarse para entrar a un lugar donde normalmente nunca podrías hacerlo con tu identidad real. Entonces, por eso digo que eso no es un método ‘per sé’ sino un recurso que se utiliza porque sencillamente no hay otra forma de descubrir ciertas cosas. Hoy por hoy, en Alemania está muy reconocido este género periodístico e incluso en los países nórdicos hay un verbo que se llama ‘wallraffear’; la gente sabe perfectamente qué es, está muy reconocido y otros periodistas también lo hacen, y muy bien, como la mexicana Lydia Cacho, quien tuvo que hacerse pasar como prostituta para llegar al fondo del asunto de la explotación sexual y la trata de personas desde su país. Por fortuna, hay otros colegas que están dispuestos a seguir infiltrándose.

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