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El sueño de hacer cine en Cali es una realidad

En Cali el cine no está reservado para quienes tienen la fortuna de pasar por la academia. Muchos jóvenes, con apenas diplomados, han logrado hacer realidad su sueño de contar historias y a través de sus propias productoras se han convertido incluso en referentes en el país. Tikal y Mejoda, ejemplos que valen oro.

31 de mayo de 2015 Por: Claudia Rojas Arbeláez l Especial para GACETA

En Cali el cine no está reservado para quienes tienen la fortuna de pasar por la academia. Muchos jóvenes, con apenas diplomados, han logrado hacer realidad su sueño de contar historias y a través de sus propias productoras se han convertido incluso en referentes en el país. Tikal y Mejoda, ejemplos que valen oro.

Había una vez un pelado al que le gustaba la fotografía y soñaba  contar historias con una cámara.  En su caminar se encontró con otro al que le apasionaban las mismas cosas  y, por supuesto, se volvieron amigos.  Empezaron a imaginar historias juntos, a descubrir posibles relatos en cada situación que vivían.  Entonces, de repente, en un rápido abrir y cerrar de ojos, aquel sueño adolescente, aquel primer enamoramiento visual se transforma en un proyecto de vida, en uno de largo aliento. 

Esta anécdota con tintes románticos puede ser menos dulce en la vida real, pero es similar a la que les ocurre a muchos de los colectivos culturales y productoras audiovisuales de nuestra ciudad.   Algunos se mueven por intereses particulares, por sus propias expectativas como autores que quieren expresar su manera de ver las cosas y otros, un tanto más ¿altruistas tal vez? que quieren reescribir la historia que han escrito sobre ellos. 

“Somos habitantes de la comuna 20 de Cali, de Siloé, y siempre hemos sido objeto de estudio de muchos, que vienen, nos hacen preguntas, nos retratan, nos estudian… incluso hacen tesis, se llevan fotos y nunca regresan.  Entonces, pensando en la necesidad de visibilizarnos como realmente somos y no como nos ven los demás, fue que nació Tikal producciones”, comenta Eduardo Montenegro, uno de los creadores de una productora que existe desde el 2004 y que surgió dentro del Centro Cultural Comunitario La Red. 

Desde ese momento y hasta ahora, Montenegro y sus amigos no han cesado en su propósito de retratar sus calles, su identidad y sus memorias urbanas como en realidad las perciben quienes allí habitan, intentado, como él mismo dice, “reivindicar lo que siempre muestran de nosotros que solo somos violentos, sucios y que vivimos en casas caídas”.  

Así, en diez años han mostrado sus dinámicas sociales, procesos educativos y sus expresiones artísticas a través de sus más de 37 piezas audiovisuales entre documentales, videoclips y ficciones (algunas de las cuales pueden observarse en Youtube bajo el nombre de Tikal Producciones) entre las que Montenegro cita varios de sus trabajos, documentales: ‘Sin territorio no hay vida’  o  ‘Gualas’, con el que se muestra los diferentes usos que tiene este medio de transporte propio de ladera. 

Un caso similar ocurre en el sector del Distrito de Aguablanca, con Mejoda, que lleva nueve años trabajando como una organización comunitaria y encontrando en el lenguaje audiovisual la mejor manera de mostrar a sus jóvenes y de superar la discriminación que “sufrían los muchachos que llegaban a los canales con ganas de mostrar su trabajo, sus bailes o su música y eran rechazados  porque los videos que llevaban no tenían buena calidad”, apunta Víctor Palacios, uno de los fundadores del Colectivo Mejoda. Para remediarlo, Palacios y su grupo de amigos empezaron a trabajar en su propósito y lograron conseguir en 2008, con tan solo dos años de funcionamiento, el Premio Semana al mejor medio comunitario del país. 

El galardón, sin duda, les mostró que su intensión los había guiado bien, pero la alegría del reconocimiento suele extinguirse ante la realidad. El sueño juvenil de creer que se puede vivir solo por amor ‘al arte’ también se agota y la vida adulta llega con sus responsabilidades y cuentas por pagar. 

Entonces, en medio de las tormentas, la solidaridad se hace precisa y los amigos se tienden la mano para mostrar el camino allanado. “Llega un momento en que uno tiene que organizarse en serio, buscar el bienestar común y asumir la vida con mayor seriedad”, recuerda Palacios, quien poco después de crear su colectivo se conocería con Montenegro y empezarían a hacer cosas en colaboración. 

Por esos días, los chicos de Mejoda decidieron crear el Festival de Video Comunitario, con el que pretendían abrir un espacio donde pudieran mostrar no solo sus trabajos sino los de otros, que al igual que ellos también buscan su manera de expresarse. 

“Surgió porque no había un festival donde cupiéramos y no estábamos a gusto con ningún escenario”, comenta Palacio. Y agrega que  “muchas personas han estado discriminadas históricamente, sometidas a los imaginarios sociales que han construido los medios y que son amañados. Este festival permite que la gente cuente su historia con su propia estética y narrativa”.  

Este año el festival llega a su séptima versión. Ha sobrevivido a veces con ayudas nacionales y con voluntades locales bastante variables, pero sobre todo con el empuje de sus creadores que ven la necesidad de mantener un espacio que albergue trabajos comunitarios de diferentes regiones del país. Después de todo, es en la exhibición donde el proceso cobra sentido. Y en esto, Montenegro y Palacios coinciden en pensar que lo más importante es “mostrarle nuestros trabajos a la gente, que se sienta tranquila con su retrato. Nosotros no somos dioses que no decidimos sobre ellos, ni queremos mostrar sus testimonios fuera de contexto”, señala Montenegro.   

Tras varias proyecciones que se desarrollan en la Comuna 20 y el Distrito de Aguablanca y que llevan por nombre ‘Cine al barrio’ está el llamado que los dos colectivos hacen a la reflexión: “para hacer una película se necesita mucha ayuda y eso es lo queremos decirle a la gente, que sí podemos trabajar juntos,  tras este ejercicio cultural también  podemos convivir  en paz”, comenta Palacios.  

Como parte de esta dinámica de trabajo en equipo, los chicos de Mejoda y Tikal produjeron el documental ‘Matachindé’ (www.matachinde.wordpress.com) con el que se ganaron el Premio India Catalina en el Festival de Cine de Cartagena, a comienzos de año.  “Se trata de la celebración de la Semana Santa en un pueblo llamado Veredas de Yurumanguí, que es un rezago del palenque del desparramado.  Este pueblo está a ocho horas Buenaventura”, explica Palacios. 

Al igual que las proyecciones, el premio India Catalina también ha sido de todos.  Y la estatuilla ha viajado al igual que una virgen peregrina por las calles, los centros culturales y las escuelas del distrito, dejándose contemplar con todos los que ven la vida de otra manera.  ¡Que vale la pena contar sus propias historias con imágenes!

 

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