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El pacto con la soledad de García Márquez

Más allá de los mundos inverosímiles narrados magistralmente por el Nobel en su obra, la gran protagonista que acompaña a sus personajes es, en realidad, la soledad. El académico Andrés Lema compara la realidad vivida por los habitantes de Macondo con el ideal de soledad propuesto por Montaigne. Reflexión.

22 de junio de 2014 Por: Andrés Lema-Hincapié, PhD * Especial para GACETA

Más allá de los mundos inverosímiles narrados magistralmente por el Nobel en su obra, la gran protagonista que acompaña a sus personajes es, en realidad, la soledad. El académico Andrés Lema compara la realidad vivida por los habitantes de Macondo con el ideal de soledad propuesto por Montaigne. Reflexión.

Cien años de soledad’ es un libro triste. Muchos lectores, y un número no menor de críticos, han sido fácilmente encantados por el poder hechizante de la voz narrativa presente en el libro. La exuberancia imaginativa de ‘Cien años de soledad’, su humor sutil o evidente, su maestría verbal y los abrebocas sobre mundos posibles no narrados, divierten a casi todos los lectores. Aquí la palabra “divierten” retoma su sentido etimológico: García Márquez en ‘Cien años de soledad’ confunde hábilmente al lector, llevándolo a recorrer otros senderos —divertere, en latín, significa “desviar de la ruta”— que en lugar de llevarlo directamente a los sentidos existenciales de la obra, lo desorientan y más bien lo pierden.La “diversión” ha sido tan poderosa y tan eficaz, que el sentido mismo del título del libro, ‘Cien años de soledad’, por lo general, queda olvidado. Sin embargo, para García Márquez la soledad forma parte, fundamentalmente, de esa verdad humana que “toca el corazón”, como decía su maestro William Faulkner. En una iluminadora entrevista concedida por García Márquez a Ernesto González Bermejo, en 1970, el novelista insistía en la desatención de la crítica hacia un tema constante, presente en todas sus obras novelísticas: la soledad. “En realidad” apunta García Márquez, “uno no escribe sino un libro. Lo difícil es saber cuál es el libro que uno está escribiendo. En mi caso, lo que más se dice es que es el libro de Macondo. Pero si lo piensas con cuidado, verás que el libro que yo estoy escribiendo no es el libro de Macondo, sino el libro de la soledad”. También García Márquez asegura que, hasta 1970, ningún crítico “ha tocado el punto que a mí me interesaba al escribir el libro, que es la idea de que la soledad es lo contrario de la solidaridad y que yo creo es la esencia del libro”.Hasta aquí, García Márquez es claro: en cuanto anti-valor político, Macondo va en un proceso de aniquilamiento, de desaparición, porque allí no existe un tejido social de reconocimiento por el cual los individuos construyan entre sí un proyecto colectivo más allá de sus individualidades propias y atomizadas. Macondo podría ser pensado como la contrapartida del ideal de la polis griega. Antes que nada, escribe Aristóteles en el Libro I de su Política, el hombre es animal de ciudad que usa la palabra. Esto significa que el hombre sería una realidad viviente cuya naturaleza más fundamental construye en diálogo con otros hombres, en un contexto espacial y temporal, compartido: la ciudad. Los habitantes de Macondo hablan, dialogan, o incluso callan, es decir, tienen la facultad de la palabra o del silencio, pero no consiguen unirse políticamente. Sin la unión política de sus ciudadanos, Macondo termina siendo un aglomerado de solitarios. García Márquez encuentra allí, remarcándolo no una sino cuatro veces, la razón de la comunidad fracasada —que termina no siendo ninguna comunidad: “La frustración de los Buendía proviene de su soledad, o sea de su falta de solidaridad: la frustración viene de ahí, y la frustración de todo, de todo, de todo, de todo”. Aquí la interpretación de García Márquez sitúa la noción de soledad en un contexto social. En otras palabras, García Márquez enfatiza la soledad social y, más política, que la soledad vivida en el intimismo de la conciencia individual. ‘Cien años de soledad’ insiste en la soledad entendida como fracaso, por diversas razones, de proyectos humanos comunes.En su gran ensayo, titulado ‘Sobre la soledad’, Michel de Montaigne no se hace ilusiones sobre la bondad intrínseca de la soledad. A pesar de que para él la soledad es un estado individual deseable, conseguirla no garantiza alcanzar de inmediato sus frutos para la interioridad. En palabras de Montaigne: “Por el hecho mismo de deshacernos de la corte y del mercado, eso no significa que nos hayamos deshecho de los principales tormentos de la vida”. Personajes como Melquíades, como José Arcadio Buendía, y muy en particular como el Coronel Aureliano Buendía, entienden con Montaigne que soledad significa aislamiento físico del comercio con otras personas. Sin embargo, ese aislamiento físico no conlleva necesariamente la serenidad de espíritu que Montaigne recomienda como objetivo último de la soledad.Los solitarios en los ‘Cien años de soledad’ no viven serena y alegremente su soledad. ¿Por qué el laboratorio-taller de Melquíades no asegura una soledad tranquila? Montaigne respondería: porque esos solitarios llevan consigo, a sus respectivas soledades, insatisfacciones que aún no los abandonan. Como plantea Montaigne, la ambición, la avaricia, la irresolución, el temor y las concupiscencias no nos abandonan simplemente por cambiar de lugar. Ellos nos siguen hasta en los claustros y hasta en las escuelas de filosofía; hasta los desiertos y las cavernas. La soledad feliz es, entonces, para Montaigne un retiro gozoso hacia sí mismo.Por tanto, el frenético activismo de Úrsula Iguarán no necesariamente tiene que obstaculizar la “verdadera soledad” (expresión de Montaigne). El quietismo mudo en el que cae Meme, y su aislamiento en un convento de la ciudad innombrada —sin duda Bogotá—, son una falsa soledad. Tampoco es existencialmente verdadera la soledad que de manera trágica, cómica y paródica traza un círculo de tiza: si bien aislado de todos cuando él está en la cima de su poder político y militar, el Coronel Aureliano Buendía sigue atrapado en las redes de la fama. También el segundo de los Buendía puede haber buscado la fama, o no. En todo caso, fue gran parte gloria eso que resultó de los actos del coronel. Hay dos tipos de soledad que agobian al Coronel Aureliano Buendía. En primer lugar, recordamos la imagen del coronel que camina, pero sin tocar o abrazar a alguien, mientras cerca de sus pies un subalterno siempre traza un círculo de tiza de seis metros de diámetro. El Coronel Aureliano Buendía habría sido el títere de una pasión: la de mandar. Por haber vivido esa pasión, la voz narrativa comunica la conclusión a la que llega Úrsula madre sobre su hijo el Coronel Aureliano Buendía: “[Úrsula] llegó a la conclusión de que aquel hijo por quien ella habría dado la vida era simplemente un hombre incapacitado para el amor”.En segundo lugar, estaría la soledad del retiro doméstico. El laboratorio-taller de Melquíades adquiere en la casa de los Buendía la función de madriguera para el Coronel Aureliano Buendía y para otros personajes, todos masculinos, conviene anotar. En el laboratorio-taller de Melquíades, la velocidad ruidosa de la casa, su tráfago y sus afanes, no logran ingresar. Tiempo después de su existencia bélica, el narrador informa sobre el Coronel Aureliano Buendía: “Taciturno, silencioso, insensible al nuevo soplo de vitalidad que estremecía la casa, el coronel Aureliano Buendía apenas si comprendió que el secreto de una buena vejez no es otra cosa que un pacto honrado con la soledad”.Para Montaigne, desde luego, la soledad verdadera consiste en entregarse al estudio: ¿Cuántos de los Buendía creyeron, muy seguramente junto con Melquíades y con el patriarca José Arcadio Buendía, que estudiar para descifrar los manuscritos del gitano, y luego, para saber, tendría como efecto la soledad serena, satisfecha, del solitario feliz y agradecido? Montaigne escribió: “Puesto que emprendemos la tarea de vivir solos, […] ¡hagamos que nuestro regocijo dependa de nosotros!”. Montaigne identificará las cosas que pueden convertirse en obstáculos para la soledad. Ellas están nítidamente ilustradas por José Arcadio Buendía, el hijo del primer Buendía, en su relación con las mujeres; por Úrsula, en relación con su familia; por el patriarca José Arcadio Buendía, en su ansia de riquezas y de aventuras; y por Fernanda del Carpio, en su hipocondría insigne. Montaigne es contundente: “Hay que tener mujeres, hijos, bienes, y sobre todo salud, quien pueda tenerla; pero no hay que apegarse de tal manera a eso que de ello dependa nuestra felicidad: hay que reservarse para sí una pequeña trastienda, del todo nuestra, del todo fiel, donde establezcamos nuestra verdadera libertad, nuestro lugar principal de retiro y nuestra soledad”.Con todo, el final de ‘Cien años de soledad’ conduce a la desaparición de la soledad por medio de una solución terrible: sin hombres en Macondo, no puede haber solitarios. El último hombre de Macondo ni siquiera existe más en soledad: porque ya no habría más hombres, y por esto, ninguna posibilidad para la humanidad. O, quizás, es necesario que la humanidad evite repetir los senderos humanos de Macondo. “Pues estaba previsto que la ciudad de los espejos (o de los espejismos) sería arrasada por el viento y desterrada de la memoria de los hombres”.Sí: ‘Cien años de soledad’ es un libro triste. Una humanidad que busque construir otros espacios de vida tendría que hacerlo fuera y lejos de Macondo, aprendiendo de él, libre de la soledad que atravesó y que aniquiló ese experimento de la imaginación humana.*PhD (Ottawa) & PhD (Cornell. Institute for Cultures, Languages,and International Service

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