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Alfredo de la Fe, el violín más caleño de todos

A su paso por Cali, donde ofreció un concierto en el Teatro Municipal junto a la Cali Charanga, Alfredo de la Fe evocó los meses de frenesí que vivió en esta ciudad. Diálogo.

30 de noviembre de 2014 Por: Lucy Lorena Libreros | Periodista de GACETA

A su paso por Cali, donde ofreció un concierto en el Teatro Municipal junto a la Cali Charanga, Alfredo de la Fe evocó los meses de frenesí que vivió en esta ciudad. Diálogo.

El violín de Alfredo de la Fe no se parece mucho en realidad a un violín. Es rojo brillante, lleva su nombre tatuado en letras blancas y mayúsculas, tiene poco cuerpo y porta sobre su diapasón siete cuerdas templadas. Un día, recuerda, no le fueron suficientes las cuatro cuerdas convencionales. Entonces le agregó una más. Tiempo más tarde, él mismo se encargó de ajustarle seis. Hoy, ese violín extraño cuenta con siete hilitos delgados de los que salen charangas, boleros, sones y pachangas afinadas. El músico cubano patentó el instrumento hace varios años. Y cuando le preguntan a qué suena un objeto como recién salido de una caja de inventos, responde como si se tratara de una ecuación elemental: suena a violín, a viola y a violoncello.Con ese violín apretado entre su rostro y el hombro derecho, Alfredo de la Fe da las instrucciones finales a los músicos de la orquesta Cali Charanga con la que se presentará en el Teatro Municipal. Es sábado 15 de noviembre y lo que está por suceder aquí es casi una promesa cumplida: el ahijado de Celia Cruz, el hombre detrás de la sonoridad de la orquesta de Tito Puente, y cómplice de otros gigantes de la música latina como Lavoe, Palmieri y la Fania, aguardó por años una oportunidad para presentarse en el mayor escenario de esa Cali gozona a la que llegó por primera vez en 1982 y de la no pudo desprenderse nunca. La invitación se la hizo Juliana Garcés, directora del teatro, quien le confesó al músico que conservaba todos sus discos. Que llevara su violín a este escenario. Que sabía de su cariño por Cali. Que además estaba bien correspondido. Alfredo de la Fe no lo dudó y en esta noche de concierto se hizo acompañar por amigos conocidos. Cali Charanga fue una de las orquestas con las que solía compartir tarima durante los años en que vivió en este país. De eso, pues, se trata esta entrevista. De su nostalgia por Cali. Alfredo de la Fe, sentado en una silla de platea, aún con el teatro sin público, comienza a recordar. Maestro, hagamos un viaje en el tiempo. ¿Cómo recuerda su primer encuentro con Cali? Llegué por primera vez durante una gira que hicimos con Roberto Torres por la época en que estaban pegados ‘Caballo viejo’ y ‘Para que aprendas’. Tocamos en el CAM, en El Escondite y El Abuelo Pachanguero. Una locura. Después de eso regresé a Nueva York y grabé con Torres ‘Somos los reyes del mundo’, que en Cali también fue un éxito. Siempre creímos que usted se había convertido en caleño de corazón por culpa de Larry Landa...Eso fue después. Yo andaba metido en un lío con la justicia de Nueva York. Era mi época fuerte de rumba y droga. Inicialmente, invitado por Larry, vine a Cali por tres semanas, pero terminé quedándome siete meses y después en Colombia 14 años. En Nueva York me hablaban de la gran pasión de Cali por la salsa. Pero una cosa es que te lo cuenten, y otra vivirlo. Caminar por el Obrero. Sentarse a conversar con un muchacho que te dice quién grabó y en qué año tal disco. Ver cómo a los niños los bautizaban Jerry Masucci o Larry Harlow por amor a la salsa. Era de no creer.A usted lo recibe una época psicodélica. Con el narcotráfico en su apogeo. ¿Cómo lo manejó mientras dirigió la orquesta de Juan Pachanga, la discoteca de Larry Landa en Juanchito?Es que yo vine fue a hacer mi música. Sí era una época de rumba pesada. Después de las tres de la mañana comenzaban a llenarse los bailaderos en Juanchito. Y empezabas a whisky y champañas caros en las mesas. Pero mis músicos y yo andábamos concentrados en hacer gozar. Una vez Tito Puente me enseñó: “cuando estés tocando mírale los pies a la gente. Si bailan bien, es porque tú estás tocando bien”.Algunos dicen que usted había llegado a Cali a curarse...No, qué va. ¡Quién se cura en medio de una rumba tan tremenda! Consumí tanto que sabía que, si no paraba, me moría. Eran días enteros de fiesta. Aquí me volví más loco que nunca. La primera vez que salí de Juan Pachanga, después de tocar toda una noche, descubrí algo poético en medio de tanta locura. Yo venía acostumbrado a amanecer en discotecas de Nueva York, ubicadas en sótanos. Pero aquí tú salías y lo que te encontrabas era ese río Cauca y los pescadores comenzando su faena. Eso me parecía hermoso. Pero uno podría pensar que la verdadera fiesta ocurría en otra parte: en Residencias Aristi, donde incluso usted alcanzó a vivir junto a Héctor Lavoe...Era la casa del ritmo. Por allí pasaron Andy Montañez, Pite el Conde, Joe Cuba. Todos ellos sabían a qué hora en mi casa comenzaba la rumba, pero no cuándo terminaba. Más de dos décadas después de su muerte, ¿cómo evoca a Lavoe?Como un genio a la hora de cantar y un hombre alegre. A veces prefiero conservar esos recuerdos porque en esa época es cierto que también vivimos cosas pesadas. Éramos tremendos haciendo lo que hacíamos, pero a un costo terrible para nuestras vidas. Una noche, por ejemplo, Héctor me destruyó al apartamento completamente porque decía que lo perseguía un hombrecito de diez centímetros con una metralleta. En otra cosa ocasión quiso amarrarse de una cortina para saltar desde el apartamento pues yo vivía en el piso 15. Pero también vivieron otras cosas bellas, como paseos al mar Pacífico...A ‘Juanchacaco’ (Juanchaco), como decía Lavoe. Una vez fuimos con un amigo panameño y como al cuarto día nos aburrimos de tanto pescado. Entonces le pedimos a una señora que nos preparara una gallina. Y, sí, la señora la vendía, pero viva. Yo me muero de risa cada vez que recuerdo al flaco de Héctor ‘corretiando’ a la gallina por todo un corral. Después, cansado, se fue a nadar al mar un rato y cuando volvió mi amigo y yo nos la habíamos comido toda. Se puso furioso.¿Cómo fue que esa estadía de tres semanas acabó entonces convertida en 14 años y en un amor infinito por Cali y por Colombia?Es que Cali me recordaba mucho a La Habana. Yo había dejado la isla desde niño con mis papás. Ya he contado que un día nos fuimos en balsa y estuvimos perdidos en alta mar como 16 días hasta llegar a Cayo Hueso, en La Florida. Pero a uno el barrio, los sabores de la infancia, porque mi mamá había cocinado para Batista; el bar donde ensayaban Celia y la Sonora. Todo eso a nunca se olvida. Cali me hizo feliz en ese sentido. De Cali pasé a Bogotá después de que Alfonso Lizarazo me invitó a su programa ‘Baila de rumba’, que creo fue lo que terminó por darme a conocer en toda Colombia. También vivió en Medellín. Y es allí donde ocurre esa experiencia de la que ha hablado tantas veces: cuando dejó metido a Juan Pablo II...Es que con esa anécdota hay un antes y después en mi vida. El gobernador de Antioquia de la época me invitó a la recepción que le iban a hacer al Papa. Yo ensayé durante dos meses la presentación, pero la noche antes —convencido de que ante la presencia y el aura de ese señor vestido todo de blanco, como un ángel, yo iba por fin a dejar las drogas— me enrumbé. Dije, esta noche me tomo el último roncito, me meto el último pase. Pero a las 9 de la mañana del día siguiente seguía en lo mío. Nunca llegué. Ese día dije “esto tiene que cambiar”. Ya pasaron 28 años y nunca volví a recaer. Y eso que amigos colombianos como Fruco lo aconsejaban...Sí. Un día llegué donde Fruco a grabar y él me preguntó “¿no crees que estás metiendo mucho?”. Yo lo mandé para el carajo y le recriminé si era que él acaso me daba para la rumba. Pero me dejó jodido, porque cada que tenía un vaso de ron me acordaba de sus palabras.Volvamos a Cali. El año pasado, después de 10 años sin pisar un escenario nuestro, usted se reencuentra con nuestra ciudad. ¿Cómo fue eso?Fue un momento precioso. Estuve en Zaperoco, toqué en la Feria y era como si el tiempo no hubiera pasado. Cali seguía siendo una ciudad entrañable, musical, coqueta, bailadora. La misma que yo visitaba en los 80 cuando frecuentaba Los Turcos con Humberto Corredor y Umberto Valverde. La misma cuando yo grababa para Discos Zas el sello discográfico de Corredor. Fue por esa época que también conoció a Mayolo...Ese Mayolo era un loco increíble. Yo le ayudé con la música de Azúcar y eso me permitió conocer todo el Valle. Ahora hace una labor similar para una serie sobre Celia Cruz...Imagínate esa vaina. Ella fue mi madrina de bautizo y la que me regaló para comprar las primeras cuerdas de mi violín. Es una novela de Fox Telecolombia para RCN. Y esta labor ha sido como revivir toda mi niñez al lado de ella. Estoy haciendo la música incidental y recreando la música misma de Celia. Creería que es la primera vez que no se está haciendo música para una telenovela con máquinas. Todo lo estoy haciendo con músicos reales.Desde hace seis meses usted vive en Bogotá, ya no hay dudas de que es un colombiano más...Sí, claro. La historia es que un día, en una tertulia en el palacio presidencial, en la que también estaba Gabo, César Gaviria me preguntó cuándo pensaba nacionalizarme colombiano. Una semana después estaba jurando bandera. Adoro este país. Sobretodo Cali, porque Cali me dio amigos y lo mejor de su música. Cuentan que usted era muy cercano a García Márquez...La verdad es que compartimos muchas navidades en su casa de Cartagena, al lado de su madre, Luisa Santiaga. Escucharla hablar a ella era como volver a leer a García Márquez. Con él hicimos muy buena amistad porque él sentía un cariño muy grande por Cuba. Incluso usted ayudó a rehabilitar a uno de sus hermanos...Eso poco se sabe. Se trató de Alfredo García Márquez. Gabo me contó que lo había llevado a Cuba, a Israel, a varios lados, para su recuperación, pero nada. Yo me lo llevé para Medellín y le ayudé. Me alegra saber que murió sobrio. Hoy, que por fin podrá cumplir su sueño de tocar en el Municipal, siente que ya está saldada la deuda que Cali tenía con usted...Era una deuda mutua. Pero esta Cali de ahora es mucho mejor a la que conocí en los 80. Está divina, más moderna. Y se nota el esfuerzo para recuperar la salsa, sobre todo a través del baile. Porque, tú estás en Marruecos, y se te acerca alguien para hablarte del baile de salsa caleño, con sus discos acelerados, como lo hacían Evelio Carabalí y Amparo Arrebato. En dos años cumpliré medio siglo como artista. Y, no sé ustedes, pero váyanse preparando porque la fiesta será aquí, en Cali.

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