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En un principio el Gobierno pensó en entregarlo a los militares, pero tras los reclamos de los damnificados, el edificio pasó a ser ocupado por 140 familias que lo perdieron todo. El 80% de los ocupantes originales ya no vive allí, solo algunos de sus descendientes. | Foto: Foto: Bernardo Peña

SOLIDARIDAD

Solidaridad: la historia del abrazo que Venezuela nos dio hace 64 años

64 años después de la explosión, esta estructura de quince pisos donada por la hermana república se erige todavía como un testimonio histórico de la resurrección de la ciudad. Varias generaciones han vivido en esa edificación.

25 de abril de 2020 Por: Redacción de El País

La tragedia del 7 de agosto de 1956, causada por la explosión de seis camiones con dinamita que arrasó con 27 manzanas de la zona céntrica, sin duda dividió en dos la historia de los caleños.

Tras esa catástrofe, de la cual solo quedan algunos pocos recuerdos, la ciudad se transformó de villorrio a urbe con construcciones y barrios modernos, como resultado de la ola de migraciones y el aterrizaje de las primeras compañías multinacionales
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Y uno de esos recuerdos, que forman parte de la memoria histórica de Cali, es el tradicional edificio República de Venezuela o Edificio Venezolano –como también se le conoce—, el cual continúa allí erguido con sus quince pisos frente a Chipichape, hoy una de las zonas más exclusivas de Cali.

Allí, meses después de la tragedia (hacia finales de 1957), el inmueble dio abrigo a las primeras 140 familias damnificadas escogidas por haber perdido sus viviendas y negocios en la pavorosa explosión que dejó 4000 víctimas.

En sus inicios, la antigua edificación, que fue donada por el Gobierno de Venezuela, en ese entonces en cabeza del general Marcos Pérez Jiménez, fue una novedad arquitectónica por su diseño y distribución de espacios, que en aquel entonces no se conocían y que incluía su propia capilla (Nuestra Señora de Coromoto), zonas verdes y hasta locales comerciales.

El Edificio Venezolano se convirtió así en el primer conjunto residencial de esas características en un lote de 42.000 metros cuadrados que pertenecía a la Hacienda La Flora, donado por el médico Adolfo Bueno Madrid, uno de los fundadores de la Clínica de Occidente.

El historiador Rafael H. Salazar anota que “diez meses demoró la construcción de esa unidad multifamiliar. La primera piedra la puso el 10 de noviembre de 1956 el general Oscar Mazzei, ministro de Defensa del vecino país, en una zona despoblada para aquel entonces”.

“Fue una construcción que, pese a su gran tamaño, se levantó en un tiempo récord, lo que dejó asombrados a muchos. Eran ingenieros que aprovecharon hasta el último minuto para erigir esa gigantesca estructura”, destaca por su parte Luis Antonio Cuéllar, presidente de la Academia de Historia del Valle del Cauca.

Y anota: “Seguramente hoy se hubieran demorado dos años o más. Fue aterrador como trabajaron y aprovecharon el tiempo esos hombres”.
El conjunto fue financiado con dineros del Banco Obrero de Venezuela, nación que para entonces apenas asomaba sus primeras señales como potencia petrolera en América Latina.

La entrega de las obras la hizo el alcalde, ingeniero Carlos Garcés Córdoba, el 7 de septiembre de 1957 y asistió como testigo de esa inauguración el embajador venezolano, Carlos Felice Cardot, según lo rememora el historiador Rafael H. Salazar
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Casi de inmediato aquella construcción levantó la envidia de muchos y el pedido fue que se hiciera otra similar pero no fue posible por sus costos. Por ello, decenas de familias invadieron predios en los barrios San Nicolás, Obrero y El Porvenir, luego de que el Gobierno de Rojas Pinilla incumpliera el envío de una partida de $30 millones para atender a los afectados.

Historias de vida

Aunque a la fecha el 80 % de los residentes originales del edificio ya no habita allí, ese condominio multifamiliar ha sido testigo del crecimiento de varias generaciones de caleños.

Una de esas historias es la de la familia Gil Moscoso, una de las primeras beneficiarias por haber resultado damnificada en la explosión que dejó a miles de personas en la calle.

El patriarca era don Edelberto Gil, un joven dentista casado con Gloria Moscoso de Gil, y quien en esos años ejercía su oficio en un consultorio ubicado en el barrio El Porvenir, a pocas cuadras del sitio de la explosión. Su inmueble quedó en ruinas.

“Yo nací en el apartamento número 28 y viví en el Edificio Venezolano hasta los 11 años de edad, es decir, hasta los Juegos Panamericanos de 1971”, recuerda el exconcejal y actual secretario de Hacienda del Valle, José Fernando Gil Moscoso.

Anota que “para esos días la edificación fue una novedad porque tenía ascensor, un jardín infantil o kinder garden y un pequeño centro comercial, más un templo, canchas de fútbol y basquetbol y una escuela. Lo único que nunca tuvo fue una piscina".

Como anécdota, el político señala que “la construcción fue tan buena que el Gobierno no quería entregársela a los damnificados, sino a miembros del Ejército, lo que generó una gran pelea”. Por eso tardó algún tiempo la ocupación del inmueble”.

Con el pasar de los años muchos de los residentes se fueron mientras otros alquilaron o vendieron los apartamentos. Otros murieron y los apartamentos cambiaron de manos.

El Edificio Venezolano convirtió la zona norte de Cali en una de las más apetecidas, ya que buena parte del desarrollo urbano de los años 60 y 70 obedeció en gran medida a esa estructura que se convirtió en un símbolo de la nueva ciudad.

Líos de posesión

Debido al descontrol de la época, los damnificados recibieron los apartamentos del Edificio Venezolano, pero sin una escritura de propiedad de las viviendas, ya que se trataba de una donación. Como se dijo, el edificio lo donó el Gobierno de Venezuela e igual hizo el médico Adolfo Bueno Madrid con el predio, cuyos herederos no se han interesado en el asunto.

Debido a ese vacío jurídico que persiste desde hace 64 años, el exconcejal José Fernando Gil Moscoso ha denunciado desde hace algún tiempo una rapiña de intereses particulares para adueñarse de algunas áreas comunes, incluyendo la capilla.

Para amparar los derechos de los residentes se creó la Fundación Ciudad de Cali, que está hoy en liquidación. “Los dueños del edificio han seguido en esa lucha para que se reconozca la propiedad del predio, lo cual es lamentable”, señala, “además, porque se dejó pasar mucho tiempo”.

Uno de esos litigios tuvo que ver con la Iglesia Católica, la cual llegó a argumentar que el templo era de su propiedad. “Eso no es cierto. El templo es del edificio”, afirma.

Con tristeza dice que sus padres fallecieron sin que les reconociera la propiedad y la tenencia de esos terrenos a los ocupantes originales del edificio, aunque poseen títulos sobre los apartamentos. Igual ocurre con los primeros ocupantes de los 140 apartamentos, muchos de los cuales han pasado desde hace varios años a manos de descendientes de dos, tres y hasta cuatro generaciones.

Aun con ese tipo de problemas, el Edificio Venezolano siempre tendrá un sitial en la historia de Cali, ya que es un ícono arquitectónico que se levantó gracias al gesto de solidaridad del vecino país con una tragedia que enlutó a la vieja ciudad.

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