CALI

La fundación que impulsa talentos para vencer a la pobreza en Cali

Una pequeña fundación en Altos de Menga fomenta habilidades artísticas entre 52 niños de familias vulnerables. Su creadora es una docente caleña cuyo sueño es transformar vidas. Hoy brinda apoyo a inmigrantes venezolanos que se han asentado en ese sector.

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Niños y niñas entre los 6 y los 13 años reciben instrucción en manualidades, artes y oficios en la Fundación Talentos de Alto Menga. Son actividades que les permiten ocupar el tiempo libre para alejarlos de las tentaciones y los peligros de la calle.

3 de may de 2020, 07:55 a. m.

Actualizado el 28 de abr de 2023, 09:20 a. m.

Todo comenzó en noviembre del 2018 en la sala de la casa de Lonis Murillo, una docente caleña con raíces en el Chocó, quien reside desde hace tres décadas en Altos de Menga, un extenso sector de casas humildes que se asoman sobre las faldas de las montañas del norte de la ciudad.

Sin importarle las incomodidades, la falta de espacio y con unos pocos pesos creó con su amiga, Claudia Ramírez, la Fundación Talentos Altos de Menga.

Atada a su vocación de servicio, desde muy joven su idea fue la de promover y descubrir destrezas artísticas y culturales entre los niños, niñas y adolescentes vulnerables de su barrio, evitando que destruyeran sus vidas en las calles con el consumo de sustancias sicoactivas.
“Me conmovió ver a muchos niños que conforme llegaban a su juventud se dejaban permear por actividades asociadas a la pobreza, alejándose de sus sueños”, señala esta líder comunitaria.

En el sector habitan hogares de estrato 1, cuya población la conforman principalmente albañiles, empleadas de oficios domésticos, vendedores ambulantes, algunos dedicados al reciclaje y personas que ejercen el transporte informal como una forma de ‘rebusque’ para sobrevivir.

Con algunas guitarras donadas, elementos de dibujo y otros implementos, Lonis prestó su casa para que los niños utilizaran su tiempo libre en oficios y actividades artísticas mientras sus padres trabajaban.

Hoy, está a cargo de 52 niños entre los 6 y 13 años pertenecientes a 35 familias colombianas y venezolanas a quienes se les imparten talleres y clases de canto y otras actividades para detectar habilidades innatas.
Pero su labor ha ido más allá. La fundación es también un faro de solidaridad al brindar orientación a personas discapacitadas, madres cabeza de hogar desplazadas por la violencia e inmigrantes de Venezuela. Todos tienen cabida en la vivienda de Lonis.

Pese a sus poquísimos recursos, la institución sigue creciendo. Lonis sostiene que “ha sido un trabajo con las uñas, pero hemos podido salir adelante con la ayuda de algunos amigos, tanto que ampliamos unos espacios donde antes podíamos atender solo a 12 niños”. Ella ha acudido incluso a la venta de ropa usada para captar fondos.

Un pequeño equipo de seis voluntarios –algunos de ellos universitarios y de la misma comunidad— especializados en diferentes áreas acompañan el proceso formativo y artístico de los menores beneficiarios.

Abriendo oportunidades

Altos de Menga, según el último censo del Dane, tiene alrededor de 1800 jóvenes en condición de vulnerabilidad, además porque menos del 50% de los programas sociales del Gobierno apenas si llegan a esa comunidad.

De allí, que el reto de Lonis sea el de vincular a más niños y familias, pero la falta de recursos ha imposibilitado expandir aquella institución. Todo para ayudar a su comunidad a superar las trampas de la pobreza.
Pese a las dificultades, la fundación luego de dos años ya arroja sus primeros frutos, al descubrir talentos en varios niños.
“Cuando ellos lleguen a los 16 años de edad, la idea es que tengan claro a qué se pueden dedicar en el futuro, obviamente, con el complemento de sus estudios”, anota Lonis.

Como educadora de larga trayectoria, destaca que “hoy muchos jóvenes se vinculan a procesos académicos, pero alejados de sus inclinaciones artísticas lo que causa alta deserción, más la falta de recursos económicos de sus familias”.

Apoyo a los venezolanos

Recientemente a Altos de Menga han llegado familias venezolanas que le huyeron a las dificultades de su país para buscar otros horizontes, y que ahora son el otro objetivo de la institución.

“Aquí no discriminamos a nadie, porque nuestro objetivo es transformar vidas”, recalca Lonis con voz pausada.

En el marco de ese trabajo, la Fundación hace énfasis en niños de familias venezolanas, que tras integrarse a la comunidad estaban desescolarizados y con falencias educativas.

El acompañamiento de sus progenitores ha sido clave para que esos menores puedan continuar con sus estudios. En ese proceso hay 12 niños.

Ante la falta de instituciones educativas en el barrio, los menores recorren a diario largas distancias para llegar a sus sitios de estudio. Varios acuden al Colegio Técnico e Industrial del barrio 20 de Julio y otros a la Escuela República de Brasil en el sector de La Campiña.

Pese a ello, la felicidad de estos menores no se compara con nada cuando luego de su jornada escolar acuden a los talleres en la casa de Lonis para explorar sus habilidades artísticas, y de paso compartir con otros chiquillos de su barrio. -Esto antes de la cuarentena-

Cantando por su futuro

Niños que antes no tenían oportunidad alguna de mostrar sus habilidades ya lo hacen con el apoyo de la fundación.

En este ejercicio hay varios que se destacan por sus voces, y que podrían abrirse paso en el mundo del canto y la música. Asimismo, se ha descubierto a otros con potencial para la escritura, la culinaria, la bisutería, las artes plásticas y la pintura.

Otro de los niños por sus habilidades con la guitarra, ya logró una beca de la Fundación VidArte para que adelante su formación en el marco de un programa de inclusión social.

Pero existen más niños sobresalientes. Entre ellos, figura Rosamary Roa, una niña venezolana de 13 años, que está perfilando su futuro en el canto, luego de llegar a la fundación el año pasado.

“Me gusta la música romántica y escuchar Hip Hop. Creo que tengo muy buena voz, y ojalá pueda seguir”, dice con abierta timidez. Relata que se unió a la institución de la mano de una amiga del barrio.

Rosamary, quien también toca guitarra, cursa actualmente séptimo grado en el Colegio 20 de Julio. Pertenece a una familia que emigró de Valencia, Venezuela, a Cali hace nueve meses.

“Dios quiera que Rosamary pueda llegar muy lejos”, comenta orgullosa su mamá Gladisbeth Quintana, quien laboraba antes de la cuarentena en un taller de repostería en el sector de La Buitrera.

La historia de Josué Faneite Caldera es muy similar. Es un niño de 10 años del Estado Zulia, Venezuela, quien con sus parientes emigró a Cali hace año y medio.

Él también canta y su preferencia es la música cristiana. De pocas palabras, Josué afirma que “en ocasiones le gusta el reggaetón, pero no rapear. Me gusta cantarle a nuestro Señor”. Su madre, Ana Caldera, vende arepas para sobrevivir por causa de la cuarentena.

Lo anterior es apenas uno de los varios logros de la institución de Lonis, una profesora normalista que se alejó de las aulas para ayudar a la gente de su comunidad en las lomas de Menga. Cuando se le pregunta sobre su estado civil dice: “¡Soy una mujer soltera con 52 niños! (risas)”.

Ayudas por el Covid

Por estos días de cuarentena por el Covid la fundación está cerrada y su creadora se unió a un grupo llamado Solidaridad Alto Menga para donar mercados a familias pobres.

Este ejercicio, con la ayuda de vecinos y amigos, ha propiciado la entrega de más de 400 mercados a hogares en condición vulnerable.

Se han adelantaron acciones para ayudar igualmente a personas en abandono con el apoyo de la Junta de Acción Comunal. Jóvenes del barrio se vincularon a esta tarea para repartir alimentos a familias hoy sin recursos.

Periodista apasionado por los deportes, los goles, la literatura y la redacción digital. Vinculado a mi casa, El País, desde el 2013.

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