ECONOMÍA

Rómulo Marín: "Después de la crisis viene la abundancia y debemos estar preparados"

En 1976, cuando tenía un taller en Villa Colombia, Rómulo Marín hacía dos pares de zapatos por día. Hoy su fábrica produce siete mil. La historia parece de Disney: la feliz lucha de un hombre por salvar sus sueños.

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La historia parece de Disney: la feliz lucha de un hombre por salvar sus sueños. Rescató su empresa del borde de la quiebra, por ejemplo. Charla con un personaje de película. | Foto: Foto: Especial para El País

12 de abr de 2020, 07:55 a. m.

Actualizado el 30 de dic de 2024, 02:25 a. m.

¿Qué es el fracaso? Un aprendizaje. Mientras uno no pierda la vida, fracasar es algo necesario…

Rómulo Marín, el tulueño que confeccionó a pulso una fábrica de calzado que hoy tiene 1200 trabajadores, sabe bien lo que es caminar en medio de la crisis. En el 2002, cuando Chávez puso a marchar su máquina de la expropiación en Venezuela, varias de las empresas con las que tenía negocios desaparecieron de ese lado. El conflicto binacional que se desató entonces, tradujo más o menos 10.000 millones de pesos en pérdidas para su empresa, lo que derivó en la necesidad de acogerse a la ley de insolvencia financiera un año después.

Hubo días duros, dice al teléfono. Pero a la hora de recordar, cuenta el aforismo de un hombre que se robó unos perros falderos en la ciudad y se los llevó para la selva; allá los amarró y durante diez días los mantuvo solo con agua. Durante ese tiempo los animales desarrollaron el olfato que en la comodidad tenían perdido, así que cuando los soltó cada uno fue por una presa al monte. Se volvieron cazadores, dice. Hablando de supervivencia, la anécdota de la manada mutante ejemplifica el elemental principio de la reinvención.

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Su papá fue policía y carnicero. Murió yendo por un novillo. A Rómulo le faltaban días para nacer y la mamá le contó que con el duelo, él se le atravesó en la panza. O eso decían los médicos hasta que en los sueños, o en los delirios del dolor, ella vio a la Virgen y el niño vio la luz. Años más tarde, cuando llegaron a Cali, el pelado se la rebuscó cargando mercados y llevando almuerzos. Así empezó a entrar a las zapaterías. Y de tanto en tanto se enamoró de un oficio que le ofrecía todo lo que hasta ese momento su mamá soñaba para él: que no trabajara bajo el sol.

En quinto de primaria dejó la escuela y se dedicó a estudiar para zapatero empezando como ayudante. Ahí conoció todo lo esencial. Rumió la experiencia de los veteranos, memorizó secretos, se machucó, se cortó las manos, se pegó los dedos, lloró, aprendió, fue feliz. Tal vez el destino lo estaba esperando en ese molde, parece. Porque hacer zapatos a partir de ese instante le resultó natural. Estudió modelaje de calzado en el Sena y a los 19 años abrió su primer negocio en el garaje de la casa que alquilaba con sus hermanos y su mamá: Clínica de Calzado Rómulo Marín, en la Calle 43 8-06 del barrio Villa Colombia. “Hice el letrero en una lata de publicidad donde antes decía Coca-Cola”, cuenta. Empezó con un operario y terminó con 25 contratados, cuando en 1976 cerró el taller para irse a los Estados Unidos.

Se había casado. Su esposa de ese tiempo tenía residencia gringa y la suegra lo invitó a probar suerte: Nueva York. La capital del mundo. La gran manzana. En un mordisco, el carisma y su capacidad de trabajo le abrieron las puertas de la industria zapatera. Luego sus manos hablaron el lenguaje universal. “Fue la primera vez que reconocieron mi trabajo como arte…”, dice, y a través del celular suena tal vez un suspiro. Al poco tiempo pasó a modelar muestras para grandes firmas, trabajó con zapateros italianos y judíos, aprendió inglés. Se aventuró también con una sociedad, y al lado de otros tres colombianos alcanzó a poner a funcionar una pequeña empresa en Manhattan que luego tuvo que cerrar porque solo él trabajaba. Pudo quedarse. El futuro aguardaba con el ¡Yes We Can!. Pero la vida es una tómbola. Otro suspiro.

Cinco años después regresó a Cali con la idea de montar su propio negocio replicando el modelo industrial, y una meta que parecía muy ambiciosa para el hijo del carnicero: fabricar algún día mil pares diarios de zapatos. Pero de préstamo en préstamo con los bancos, en 1988 la empresa quedó constituida y en 1993 Calzado Rómulo llegó al millar de pares. Luego esos zapatos llegaron a Venezuela. Y también a Ecuador, Costa Rica, Panamá.

Sus empleados son su familia y no es frase de cajón. Los ama y ellos lo aman. Varios son víctimas del conflicto, reinsertados, gente que pasó por la cárcel, personas con capacidades especiales. Se jugó hasta lo que no tenía para salir de la crisis con ellos y juntos le dieron vuelta a la pagina: en el 2017 unificó los siete puntos de manufactura que tenía, ampliándose a una planta de producción en Acopi, Yumbo, donde hoy fabrican siete mil pares por día.

¿Cómo rescató su fábrica?

Una de las cosas que me ayudó fue dar la cara. En la época hubo gente que me amenazó. ¿¡Va a pagar, o no!?, me dijo una vez un señor en mi oficina; y yo le respondí, hermano haga lo que quiera conmigo pero yo en este momentico no tengo. Voluntad me sobra, y le doy la cara porque quiero pagarle. No hay cosa más odiosa que se le escondan a la gente cuando le deben. Y apenas pude le pagué.

Deme otra pista… Eran casi 10.000 millones en pérdidas...

Yo salí de la crisis con el apoyo de muchos empresarios de materias primas que creyeron en mí, mientras los bancos me negaron ayuda. Personas, amistades que no alcanzo a nombrar y que me compraron para ayudarme a seguir. Yo iba a las ferias de calzado y la gente me criticaba porque me veía feliz aun en esas circunstancias. Entonces yo me acordaba de un conferencista que decía: así uno esté mal tiene que mostrar que está bien porque de lo contrario lo acaban de joder. Me ayudó mucho haberme criado en la pobreza.

Entonces hubo solidaridad empresarial. Eso que aquí suele ser tan raro, casi una exclusividad paisa....

Es cierto, nosotros como región somos muy diferentes. De pronto porque somos un cruce de caminos. Me acuerdo cuando de muchacho me iba en flota a vender zapatos a Medellín. Me ayudaba el hablado, que tal vez por mi abuelo caldense siempre ha sido con dejo antioqueño. De lo contrario me habría fregado.

Este miércoles el expresidente Uribe tuiteó pidiendo ayuda para su fábrica…

Muchos de los políticos que vienen a la ciudad conocen la historia de la empresa y saben lo que hace por la gente. Son 1200 empleos directos y unos seis mil indirectos porque también están las cajas, los de las suelas, los del cuero. Por ahora nosotros estamos al día. Nosotros no estamos buscando riqueza, estamos buscando ayudar a la juventud.

¿Cómo fortalecerse en una crisis? ¿Igual que los perros en la selva?

Eso es lo que nosotros estamos haciendo ahora, por eso ahora no estoy preocupado, necesito tener mi mente limpia. Yo ya tengo una estrategia, por ejemplo: con esta coyuntura vamos a tener que hacer más zapatos de la línea de enfermería, por lo que me conseguí materiales nacionales que ya estoy probando. Estoy sacando mi olfato para que cuando arranquemos, despeguemos con el objetivo puesto.

Ya que ha lidiado tanto con los bancos en medio de dificultades, se lo pregunto: ¿ante la crisis de hoy, adoptarán a una postura diferente?

Los bancos son bancos y no tienen corazón.

¿Qué tan difícil cree que va a ser este momento para el Valle?

Yo lo único que veo difícil es que la gente tenga que aguantar hambre, de resto no hay ningún problema.

¿Por qué tanta fe?

Porque después de una crisis viene la abundancia y debemos estar siempre preparados para la buena suerte. Si no estamos preparados, se pasa. Hay muchos empresarios que estamos fortalecidos con nuestros trabajadores entrenados. A cambio de las empresas que sacan al personal cada rato, yo por ejemplo tengo gente de diez, de quince, de veinte años trabajando a mi lado. Esa es la gente especializada para mí.

¿Para usted qué es la experiencia?

La experiencia no existe, es el día a día, porque todas las cosas cambian.

¿Y qué es la pobreza?

A veces, un estado mental.

¿Qué es lo primero qué sintió al regresar de Estados Unidos?

Que aquí todo está por hacer, y que el país lo estaban cogiendo cinco o seis familias.

¿Cuál es el zapato que necesita la horma de los pies que tenemos como país?

Educación gratis para los niños, así nos toque sacar plata de las empresas. Pero aquí hay riqueza, aquí hay petróleo, hay minas de carbón, de oro, de esmeraldas, lo que pasa es que no las explotamos nosotros. Tenemos que tomar conciencia, somos muchos los que tenemos que tomar conciencia.

A los 68 años, ¿hoy cuál es su sueño?

Que la empresa se convierta en una escuela zapatera para muchachos de bajos recursos. Yo siempre pensé que cuando pudiera, iba a ayudar.

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