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El caleño Jhon Jairo Ojeda González se formó como golfista en un campo público. Hoy ocupa el primer puesto en el ranking nacional prejuvenil. | Foto: Bernardo Peña / El País

DEPORTES

El caleño Jhon Jairo Ojeda González, el 'champion' del golf nacional

El caleño Jhon Jairo Ojeda González se formó como golfista en un campo público. Hoy ocupa el primer puesto en el ranking nacional prejuvenil.

27 de octubre de 2018 Por: Santiago Cruz Hoyos / Editor de Crónicas y Reportajes

Jhon Jairo Ojeda y su madre Magaly González decidieron dirigirse al campo público de golf. Era principios de diciembre de 2011. Buscaban algo que Jhon Jairo pudiera hacer en las tardes, una vez regresara del colegio. En ese entonces él tenía 7 años y la certeza de que no quería ingresar a una escuela de fútbol.

Su madre recordó el lote por donde pasaban a diario cuando se dirigían a su casa ubicada camino a Jamundí, en un sector humilde conocido como ‘bajo Pance’. En el lote siempre había gente golpeando bolas con palos largos, algo que a lo lejos no entendían, pero no tenían nada que perder con ir a mirar.

Los tíos de Jhon Jairo y su hermano Estaban también sintieron curiosidad, así que fueron en familia. En el lote, que en realidad era la sede del Club Deportivo Marañón Golf, los recibió su director, Donnelly Charria, un excaddie que quiso brindarles la oportunidad de aprender a jugar golf a las personas que no tenían el dinero para ser socias de un club o de una academia, o que simplemente querían pasarla bien una tarde.

Donnelly le explicó a Jhon y a su familia que el golf es un deporte de precisión cuyo objetivo es introducir una bola en los hoyos que están distribuidos en el campo, con el menor número de golpes.

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Enseguida tomó un balde repleto de bolas, unos palos, y mostró cómo se hacía. Después invitó a los tíos de Jhon, a su hermano, a su madre, para que golpearan la bola y la introdujeran en el hoyo. Pese a que lo intentaron varias veces, no lo lograron. Magaly ni siquiera pudo pegarle.

Jhon, en cambio, dio un golpe como si jugar golf fuera tan natural como caminar, aunque ni siquiera había visto un torneo por televisión o por lo menos un video en YouTube. Aún recuerda esa sensación que experimentó al ver la bola volar. Algo muy similar a la felicidad.

– Mamá, yo quiero seguir viniendo al campo– dijo.
Jhon Jairo Ojeda González es actualmente el número uno del ranking nacional de golf en la categoría prejuvenil.

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Es martes, en Cali llovizna, y Jhon Jairo está sentado en una de las cafeterías del Club Farallones, frente a un magnífico campo de golf. A lo lejos se ven las montañas nubladas.

Cada tanto se le acercan socios del club que lo saludan efusivos. “Sos un ‘champion’”, le dicen mientras le estrechan la mano y lo abrazan. Las felicitaciones se deben a que el fin de semana anterior ganó el campeonato nacional prejuvenil y juvenil, Copa Camilo Villegas, en Medellín.

Gracias a ese triunfo obtuvo el cupo para asistir a la Academia de IMG, en Estados Unidos, en el verano de 2019. También se ganó el derecho de competir en un torneo en San Diego.

Jhon, tímido, responde a las felicitaciones con un “muchas gracias”. A los 14 años luce como un hombre maduro, serio, sereno, callado.

La timidez, cree Magaly, su madre, hizo en parte que Jhon encontrara en el golf su lugar en el mundo. Finalmente es un deporte que se practica en solitario y en el que, incluso, ni si quiera se depende de un rival para jugar.

Además, interviene Donnelly Charria, que entrenó a Jhon hasta los 13 años, su carácter apacible es una enorme ventaja en el campo. Mientras que algunos jugadores expresan demasiado sus emociones, Jhon las controla para no ponerse en evidencia.

Si hace un gran golpe continúa caminando sereno. Como si un jugador de fútbol anotara un gol y regresara caminando al centro del campo sin más. Si por el contrario hace un mal golpe, se comporta más tranquilo aún, como alguien que bosteza en una playa sin preocupación alguna, lo que desconcierta a los otros jugadores. En el golf es común que, cuando un jugador no acierta, lance malas palabras o azote el palo contra el pasto.
– Siempre salgo al campo a divertirme, a disfrutar, como me lo inculcó el profesor Donnelly. Cuando salgo con la presión de ganar, de jugar bien, no me salen las cosas– se explica Jhon con palabras justas, precisas.

Como si golpeara una bola con la fuerza y el ángulo medido para que ingrese en el hoyo.

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El padre de Jhon es un soldado pensionado. Su madre, Magaly, trabaja en el área administrativa del Ejército. En la familia nadie entendía el golf, entre otras cosas porque no forman parte del círculo social de quienes acostumbran a jugarlo.

El temor de Magaly era ese: que Jhon se sintiera menos que los demás golfistas porque no tenía la misma marca de ropa o los últimos palos del mercado. Temía también que lo apartaran o lo miraran distinto por provenir de una familia humilde. Pero hasta el momento eso jamás ha ocurrido.

Jhon, en realidad, es querido –y admirado– por las familias de los golfistas del país. En cada ciudad donde debe ir a jugar es recibido por una mamá que lo trata con el cariño de un hijo propio.

La admiración que le profesan no solo se debe a sus triunfos o a su ‘hándicap’, que es la palabra con la que en el golf se valora el nivel de juego de un jugador; o porque tenga la fama de ser “todo un señor”. También se debe a su honestidad.

En una ocasión Jhon marchaba tercero en un Máster Internacional. Quienes ocuparan el primero o el segundo lugar obtenían un cupo para competir en el Optimist International Junior Golf Championship, uno de los torneos más importantes de su categoría.

El segundo día de competencias Jhon firmó una tarjeta con 79 golpes y, con la tranquilidad que le daba ese tercer puesto para seguir en la pelea, se fue a almorzar con su mamá. Mientras estaba en la mesa, los golfistas que pasaban lo felicitaban. “Qué bien, líder”, le dijo uno.

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A Jhon se le hizo extraño. Él había hecho 79 y el líder, 74 golpes, por lo que no podía estar de primero. No daban las cuentas. Así que dejó el plato y de inmediato se dirigió donde estaban los jueces.

Los jueces efectivamente lo habían ubicado como líder. En vez de 79, le sumaron 77 golpes que, sumados a los de la jornada anterior, lo ponían en el primer puesto. Jhon y su mamá se miraron asustados. En el golf, si un jugador presenta una tarjeta con golpes de más a los que hizo, como castigo lo dejan con esa puntuación. Pero si en cambio presenta una tarjeta con menos golpes, lo descalifican.

– ¿Eres capaz de jugar mañana sabiendo que si no dices nada sería como hacer trampa?– le preguntó Magaly.
– No— dijo Jhon.
Se dirigió a la jueza que le había recibido su tarjeta y le explicó lo que estaba sucediendo. Magaly lo miraba todo a lo lejos, mientras, angustiada, le narraba la escena por celular a Donnelly. Al cabo de un rato, Jhon regresó sonriendo. Resultó que el digitador pensó que un 5 que Jhon había escrito era un 3. Al tratarse de un error del digitador, no recibió ninguna sanción y en el Club Farallones, donde se disputaba el torneo, valoraron su valentía pese al riesgo de resultar sancionado.

Desde entonces, mediados de 2017, y gracias a la gestión de Ángela Camila Vargas, quien forma parte del Comité de Golf del Club, Jhon entrena a diario en el Farallones aunque no sea socio. También está exento de pagar la mensualidad de la academia del Club, en la que tiene a su disposición al entrenador Luis Nelson Herrera, un preparador físico –en el golf se puede caminar hasta 10 kilómetros en una jornada– y un psicólogo con el que trabaja el pensamiento positivo.

No pensar en el obstáculo, el lago previo al hoyo o la trampa de arena, sino en lo que puede significar introducir la bola, alcanzar la meta.

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A sus 14 años Jhon tiene una agenda similar a la de un ejecutivo atareado. Se levanta a las 6:00 a.m., para estar en el colegio Coomeva un poco antes de las 7:00 a.m. Allí cursa décimo grado. A las 2:00 p.m.

regresa a casa y a las 3:00 p.m. está en el Club Farallones, entrenando. A eso de las 7:00 p.m. está de vuelta para hacer tareas o para desatrasarse de las clases que debe perder por los torneos. Los fines de semana, por lo regular, está en competencia.

Sus ratos libres se los dedica al golf. Ve videos en el celular o juega el videojuego de Xbox 360 con el que le enseñó a su madre las reglas del deporte: ‘Tiger Woods, PGA Tour’.

Magaly lanza una carcajada cuando Jhon lo cuenta. Si alguien la escuchara hablar hoy en día podría deducir que es una gran aficionada al golf o incluso una entrenadora. Domina las reglas y los términos del deporte de la A a la Z. Pero cuando llegó al campo público por primera vez no tenía la menor idea de cómo se jugaba.

Magaly es algo así como la mánager de Jhon. A veces hace de caddie, que son los asistentes del golfista en el campo. Llevan la bolsa de palos, miden los hoyos, dan algún consejo. Otras veces Magaly se encarga de la hidratación de Jhon o de liberarlo de la presión.

Tiene una conexión tan fuerte con su hijo, que cuando Jhon está nervioso en el campo, Magaly siente mariposas en el estómago que se lo advierten. Y aunque ella se angustie, jamás se lo hace saber. Siempre parece tan tranquila, así un hoyo eche todo un torneo a perder.

La dedicación familiar explica por qué Jhon tiene una hoja de vida tan extensa como deportista veterano. Ocho páginas en las que se lee que ganó, entre muchas otras, la Copa Felipe Harker y la Copa Arturo Calle, dos de las competencias juveniles más importantes del país. También obtuvo el tercer puesto con la Selección Colombia en el Suramericano Prejuvenil de Perú realizado en septiembre pasado.

Si Jhon no ha podido jugar aún los torneos en Estados Unidos a los que clasifica ha sido por no tener la visa. Sin embargo, en Bogotá tiene aliados que no descansan para que por fin se la otorguen. Sin que nadie se lo propusiera, se tejió alrededor suyo una especie de red de amigos y familiares que ha sostenido su carrera.

El 3 de marzo de 2012, por ejemplo, cuando Jhon celebró su cumpleaños número 8, reunieron entre sus padres, sus primos, sus tíos, $700.000. El dinero alcanzó para comprar unos palos usados, su primer equipo.

Cuando los socios de los clubes sociales de la ciudad conocían su historia, cómo había empezado todo en el campo público, pasaban cosas como que lo exoneraban de pagar las inscripciones en los torneos, o le ayudaban a pagar el caddie, e incluso los tiquetes cuando debía viajar fuera de Cali y el cupo de la tarjeta de crédito de Magaly estaba a tope.
En el Suramericano disputado en Perú hace un par de meses, los entrenadores Mónica Tamayo y Jorge Mesa notaron que los ‘wedges’ de Jhon, unos de los tipos de palos que utiliza, estaban en mal estado.
Cuando aterrizaron en Lima le dieron unos nuevos.

En su entorno cercano todos coinciden en que deben respaldar a Jhon, pues tiene las condiciones suficientes para dar el paso siguiente: lograr una beca en alguna universidad de Estados Unidos y convertirse en golfista profesional.

Jhon dice que ese es justo su plan, como si todo fuera cuestión de tiempo para concretarse. Sentado en la cafetería del Club Farallones, luce tan apacible como las montañas nubladas que se observan a sus espaldas.

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