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Un viaje a Trujillo, Valle: el municipio que pasó de ser escenario de masacres a un lugar de paz

El municipio de Trujillo, Valle, fue escenario de varias masacres, pero hoy se muestra como un lugar de paz y reconciliación.

5 de agosto de 2018 Por: Aura Lucía Mera,  especial para El País

Destino: Trujillo, Venecia, Riofrío, el Rubi. Propósito: recorrer esos municipios del norte del Valle y mirar de cerca uno de los proyectos más interesantes e importantes de la Gobernación del Valle en materia de empoderamiento de los campesinos para lograr cuidar, conocer y vender mejor sus productos frutícolas.

Un proyecto piloto en Colombia que demuestra la inutilidad de los talleres sin seguimiento y el asistencialismo. Y que lo importante es enseñarle a sus asociaciones a funcionar como cualquier empresa privada, con sus reglamentos internos, que les proporcione las herramientas para competir en el mercado y tener ganancias dignas, mejorando la calidad y el conocimiento de sus productos. Dignidad, conocimiento e independencia.

Miro embelesada ese paisaje prodigioso de nuestro Valle, cómo la carretera impecable se despide de la llanura verde para adentrarse con suavidad en el pie de monte y poco a poco en las entrañas de la Cordillera Occidental.

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Sabía de la masacre de Trujillo. Este horror que estremeció al mundo a finales de los años ochenta hasta mediados de los noventa. Sabía del asesinato y mutilación con motosierra del sacerdote Tiberio y de su cadáver encontrado en el río Cauca cerca de Roldanillo. Sabía del asesinato continuo de campesinos, desaparecidos, torturados y desplazados. Sabía que sus autores eran narcotraficantes, paramilitares policías y militares.

Sí. Sabía pero no sabía. Como nos ha sucedido a miles de colombianos. La mente, tal vez como mecanismo de defensa, se torna paulatinamente indiferente... El horror se convierte en el pan nuestro de cada día y de la cotidianidad. Los desplazados ya son parte del paisaje urbano. La sangre que recorre ríos y quebradas deja de producir escalofríos.

Todos sabemos y no sabemos. Escuchamos mentiras que se hacen pasar por verdades. La justicia ni cojea ni llega. Todo se disuelve en una niebla oscura de olvido e indiferencia. Los campesinos no tienen nombre, ni tumba. No existen en la memoria individual ni colectiva. Son, en términos genéricos, “campesinos”. Nada más. Casi abstractos. Nos referimos a El Salado, Mapiripán, Bojayá, Trujillo. Sabemos pero no nos involucramos. Las escenas de las masacres las vemos en las exposiciones de fotógrafos que han arriesgado su vida para plasmarlas. Pero son fotos. Leemos libros que denuncian y cuentan. Sentimos un nudo en la garganta y luego los guardamos. Si comentamos algo, somos comunistas... o de “ultraderecha”... calladitos nos vemos mejor.

Eso sí, al leer nos enteramos que existen pueblos y veredas que no teníamos ni idea y aprendemos un poco de geografía... De vez en cuando un noticiero denuncia otra masacre demencial, pero al día siguiente otra más escalofriante la opaca... y así pasan los días y los años... casi un siglo.

Trujillo. Un pueblo bellísimo. La catedral sobresale con sus techos pintados de azul y su cúpula de aguja. La Plaza llena de árboles frondosos, bancas de granito, amplia y acogedora. Las casas pintadas de colores. Calles anchas y limpias. Comercio activo sobre todo en productos agropecuarios. Pizzerías. Heladerías. El Hotel Trujillo Plaza recién remodelado. Gente linda, la mayoría de ascendencia paisa.

Amables con el visitante. Una temperatura paradisíaca. No pasa de los 23 grados al mediodía y refresca al caer la tarde. Además la arropa el piedemonte. El río Cuancua la atraviesa y ya en Riofrío están los balnearios.

Pregunto por el Parque Monumento en Memoria de las Víctimas. Se encuentra en la cima de una colina. Destaca su arquitectura blanca como un rayo de luz en el horizonte. Imponente el duomo. Senderos llenos de flores enmarcan el recorrido. Siento que el corazón se me acelera. Me interno paso a paso en el dolor del holocausto. En el recinto sagrado que grita desde el silencio de las tumbas justicia y reparación. Más de doscientos osarios blancos con los nombres y fecha de los asesinados a mansalva. Jóvenes adolescentes, niños, adultos que fueron sorprendidos por la muerte y la tortura de repente, mutilados con motosierras, machetes, revólveres y palos. Sorprendidos la mayoría en esas “Noches de Niebla”, como consta en el libro editado por el Cinep en 2014.

El Parque Monumento se ha ido construyendo lento, paulatinamente. Con ayuda internacional. El Estado no movió un dedo, excepto por la bellísima placa de mármol con el nombre de todas las víctimas que aportó, en un gesto de solidaridad, el Ministerio de Cultura en el Gobierno del presidente Santos. La primera peregrinación masiva por las víctimas de esa masacre fue a mediados de los años noventa y fue perseguida con insultos, atropellos y balacera. Hasta el 2002 no se reanudaron. Ya es una costumbre y un ritual en el que participan sobrevivientes de varios departamentos y se acompaña con cánticos y ceremonias que mantienen viva la memoria del sacerdote Tiberio y los más de trescientos inmolados o desaparecidos. “Tiberio Vive” es la consigna que sale de las gargantas.

Libro que recoge los testimonios escabrosos. La indiferencia del Estado. La No-Justicia rampante. El encubrimiento soterrado de la verdad y las mentiras judiciales. El perdón que el expresidente Ernesto Samper pidió a las víctimas y posteriormente el lento caminar hacia el olvido. Como si con el pasar de los años todo quedara en la bruma de la amnesia nacional. Estadísticas someras. Casos cerrados. Ojos y oídos indiferentes. Resmas olvidadas y carcomidas por las polillas y el polvo donde se disuelven acusaciones y clamores de justicia.

Llego a la cima donde reposan los restos del padre Tiberio. Me entero que han sido profanados en varias oportunidades. Tiberio Fernández Mafla, nacido en la vereda La Vigorosa, párroco de Trujillo a finales de los años ochenta. De origen campesino, entregado a sus labores encaminadas a proteger los habitantes de su municipio, a ayudarles a progresar, a exigir dignidad y derechos básicos, apoyando pequeñas comunidades. Dedicado a su catequesis y a su compromiso social. Con esa sencillez y humildad campesinas “que contagian y refrescan la vida”.

Todo parecía marchar normalmente hasta que a finales de los ochenta se organizó una Marcha Campesina en la que los habitantes del municipio exigían mejores vías de acceso, educación y salud, lo mínimo, lo básico... Desde esa fecha empezaron las desapariciones de jóvenes, los asesinatos de “viciosos”, de trabajadores acusados de colaborar con la guerrilla.

Hasta que “se lo llevaron el 16 de abril y el 21 del mismo mes apareció su cadáver. Lo encontraron por Roldanillo flotando en un recodo del río Cauca y ahí le hicieron las pruebas. Luego lo trajimos a Trujillo. Lo vimos totalmente mutilado, sin la cabeza, sin las manos, sin sus órganos genitales, con un tiro en el pecho.” (palabras de su hermano Jorge Fernández Mafla).

Su sobrina Alba Isabel y sus acompañantes Norbey Galeano y Óscar Pulido hasta la fecha no han aparecido.

Hacia 1995 se crea Avafit, Asociacion de Familiares de Víctimas de Trujillo. Sus fundadoras, mujeres que habían perdido a sus hijos, sus maridos, sus hermanos, sus padres. -“Mujeres fieles, activas, resistentes, insistentes, como columnas humanas desde donde se ha podido seguir construyendo”. “Las llaman Guardianas de la Memoria y fueron las primeras en llegar al lote para construir el Parque Monumento, y hacer las esculturas amasando el barro con sus lágrimas… Recibieron el título de Madres del Silencio en el ritual del río Cauca. “Magdalenas de Trujillo que hoy son capaces de denunciar. De dar entrevistas. Que son capaces hasta de gritar en una audiencia pública donde es prohibido expresarse y decir muchas verdades de los victimarios...”

Hablo con Ludivia Vanegas, una de estas guardianas. Recibe los visitantes. Entro al oratorio donde se encuentran las casullas del padre Tiberio. Su sotana. El cáliz y otras pertenencias. Un óleo en fondo negro muestra un cuerpo crucificado sin cabeza, ni brazos, ni pies, ni genitales. Un Cristo mutilado a motosierra. Es Tiberio. Siento que la garganta se me cierra... Luego el gran recinto. Fotografías. Testimonios. Dibujos... Un recorrido por el dolor y la resiliencia. Compro el libro ‘Noche y Niebla’.

Ludivia me mira a los ojos y me dice “tengo sesenta y seis años. Perdí a mi hijo y a mi marido. Ya no me importa morir. No guardo silencio por temor. Han regresado los panfletos y las amenazas. Han profanado de nuevo este recinto. Si me pasa algo, simplemente escriba que me conoció...”

Salgo. Un atardecer rosado acaricia La cúpula-aguja de la Catedral. La brisa mece las ramas de árboles que también quieren hablar. Me siento en la banca del parque. La vida sigue palpitando.

Sin embargo Los asesinatos y los desaparecidos continúan. Igual las amenazas... Y han pasado veinte años.

Trujillo, un sitio para visitar. Sentir y tratar de entender esta demencia asesina... Y convencerse de que la única lucha que podemos seguir dando es por la paz. La Reconciliación, el perdón y el ¡nunca jamás!

Sobre el Parque Monumento de Trujillo

El Parque Monumento de Trujillo fue creado como homenaje a las cerca de 342 personas que fueron objeto, entre 1986 y 1994, de torturas, desapariciones y asesinatos por parte de agentes de la Fuerza Pública, el narcotráfico y el sicariato.

Su construcción se inició en septiembre de 1998 después de un proceso participativo para la creación de propuestas arquitectónicas y sociales lideradas por la Asociación de Familiares de Víctimas de Trujillo – Afavit, quienes en la actualidad fomentan y sostienen este lugar de memoria a partir de diversas actividades, como ejercicios pedagógicos, iniciativas de reconstrucción de memoria histórica, visitas guiadas por el parque, etc.

Trujillo es hoy un monumento vivo a la memoria y la reconciliación, gracias a la acción decidida de sus pobladores por hacer de la paz, su principal vivencia.

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