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La Victoria es el paso fronterizo entre Colombia y Venezuela por el río Arauca, a la altura del municipio de Arauquita. A plena luz del día, familias enteras dejan su pasado para huir de la pobreza que creció en el gobierno de Nicolás Maduro. | Foto: Jorge Orozco / El País

INMIGRACIÓN

Las leyendas del éxodo venezolano en los Llanos Orientales

Hasta agosto de 2018 quince mil venezolanos habían pasado la frontera para quedarse en Arauca. Llaneros les atribuyen el incremento de homicidios y delincuencia común. La prostitución, otro dolor de cabeza. Radiografía del desarraigo.

9 de septiembre de 2018 Por: Jessica Villamil Muñoz / reportera de El País 

‘Yeyé’ parece cantante de reguetón. Mira por el espejo retrovisor y dice que en su carro no se habla mal de los venezolanos.

Su voz estridente interrumpe la conversación de los pasajeros que le atribuyen la inseguridad en los llanos Orientales a los vecinos que se instalaron en su tierra. Yeyé cuenta entonces que él también es víctima:
“No joda mano, me puedo ganar $250.000 en un solo viaje, pero siempre termino comprándoles un mercado, dándoles para que completen pal’ resto del pasaje, pagándoles una pieza...”

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Desde el año pasado, el muchacho transporta a los venezolanos que quieren huir del gobierno de Nicolás Maduro. La ruta casi siempre es la misma: Arauca-Fortul-Tame (Arauca) hasta llegar a Yopal, en Casanare. Un viaje de seis horas en carro que a algunos les toca hacer a pie durante semanas porque no tienen la fortuna de encontrar un conductor como Yeyé.

Pero el muchacho que va cantando su historia con el paso de los kilómetros, tampoco es que pierda tanto. Según registros de Migración Colombia, hasta el 30 de agosto pasado quince mil personas habían llegado al departamento de Arauca.

En la orilla de la vía entre Arauca y Yopal además de pasto y más pasto para alimentar ganado, solo se ven cambuches y venezolanos con maletas y niños al hombro. Muchos de ellos vienen de Arauquita, donde atraviesan a plena luz del día los 300 metros del río Arauca, que divide a los dos países, a bordo de una chalupa. El paso se llama La Victoria, pero poner los pies en suelo colombiano no es ningún triunfo.

Los llaneros —reconocen— no los quieren. Dicen que son perezosos para el trabajo, que han descubierto que los hombres a los que emplean por solidaridad se alían con bandidos para “hacer el daño”. En Arauquita la crisis fue evidente cuando en abril pasado a través de un video se conoció del secuestro de María del Carmen Moreno, presidenta de la Junta de Acción Comunal de la vereda Caño Rico.

Cuatro días después, como su familia no pudo pagar la extorsión, apareció muerta. Ni familia ni amigos hablan del tema, pero en las cafeterías aún se comenta que los responsables fueron unos venezolanos a los que María del Carmen les dio trabajo en su finca.

Tampoco quieren a las venezolanas. Las acusan de destruir hogares. “Es que la mujer llanera cumple sus tareas en la casa muy bien, en cambio las otras sí se encargan de uno. ¿Usted me entiende?”, dice don Jorge, quien frecuenta los ‘venecazos’, esos sitios donde señoras que eran profesionales en su país y niñas que apenas entraban a la secundaria alquilan sus cuerpos hasta por diez mil pesos la hora.

No todas se alquilan. Algunas, desde sus nuevos trabajos en cafeterías, restaurantes, droguerías —dicen— se adueñan del patrón. “Uno no puede mirar a ninguna ‘veneca’ si no quiere problemas en casa”, dice Camilo, otro de los hombres que viaja con ‘Yeyé’.

Las historias de inseguridad y matrimonios rotos por cuenta de los mimos de las ‘vecinas’ sería una leyenda más de las que acostumbran a contar los llaneros sino fuera porque la Dirección Nacional de la Policía registró que mientras en el primer semestre de 2016 hubo 46 homicidios en Arauca, la cifra aumentó a 65 en 2018.

Ni qué hablar de los hurtos a las residencias que —aunque todos no denuncian— pasaron de 113 en los primeros seis meses de 2016 a 172 en el mismo semestre de este año.

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Por eso Gisela Garcés, presidenta Ejecutiva de la Cámara de Comercio de Arauca, pide que saquen a los venezolanos de su territorio porque en la frontera las instituciones son mucho más débiles y tienen más problemas que en el interior del país.

Aún así, Yeyé prefiere no hablar mal de los venezolanos. Cada día, sus viajes, le dejan hasta $600.000. Su carro, un Renault Logan, le sirve para llevar y traer de todo: “Ya nadie nos para porque todo está cuadrado en los retenes. Además, cumplo con prestar un servicio. No me importa quien se sube, lo que hace o lo que dice; eso sí, con tal de que no hablen mal de los venezolanos”.

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