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El Boom de la historieta en Colombia

¿La publicación, en los últimos seis meses, de cuatro novelas gráficas dibujadas por autores nacionales sugieren un ‘boom’ de la historieta en Colombia? Puede ser.

11 de julio de 2011 Por: Por Enrique Lozano | Especial para Gaceta

¿La publicación, en los últimos seis meses, de cuatro novelas gráficas dibujadas por autores nacionales sugieren un ‘boom’ de la historieta en Colombia? Puede ser.

He aceptado esta tarea —autoimpuesta en realidad— de escribir sobre el cómic colombiano actual y lo primero que noto al poner los dedos sobre el teclado es que estoy sudando (a pesar del invariable frío bogotano). Ya he conocido y hablado con bastantes de sus protagonistas —de hecho, estoy casado con una de ellos—; he investigado diferentes ángulos de aproximación al tema y creo entender su relativa complejidad. Me he documentado y, sin embargo, no puedo sacudirme la sensación de que más me hubiera valido escribir sobre otra cosa. Quiero dejar contentos a mis amigos comiqueros (o historietistas o narradores gráficos o como quiera llamarse cada uno) y a mi esposa, por supuesto, pero también quiero que los lectores desprevenidos puedan entender este artículo y entusiasmarse con el tema sin caer perdidos en el laberinto insalvable de las referencias cruzadas y los guiños autorreferenciales que suelen dominar el medio. Por momentos da la impresión de que los historietistas son una especie de Club de Toby —como el personaje de la Pequeña Lulú— en el que no se admiten chicas y donde hay que saber el saludo secreto para entrar. Yo apenas lo estoy aprendiendo y quizá este artículo sea sólo mi manera de tocar a la puerta de esa cofradía. Así que, de antemano, pido disculpas a los lectores por el posible tedio que generen algunos pasajes someramente crípticos o aburridos, y a los practicantes de la narración gráfica colombiana por la falta de profundidad e inexcusables omisiones de nombres. Así que tras esta confesión inicial me aventuro en esta temática tan vibrante como actual.Podría comenzar por decir que Adolfo Samper publicó en 1924 en el diario ‘El mundo al día’ la primera historieta colombiana. Se llamó ‘Mojicón’ y fue una adaptación de la estadounidense ‘Smithy’.No me detendré en un recuento histórico del cómic en nuestro país (los interesados pueden consultar las fechas capitales de este desarrollo en el Museo Virtual de la Historieta Colombiana: www.facartes.unal.edu.co/muvirt), quiero más bien intentar responder a la pregunta: ¿a qué se debe el boom mediático de los últimos días en torno a las viñetas colombianas?Lo primero que habría que decir es que, en parte, esto tiene que ver con cuatro novelas gráficas de alta calidad escritas y dibujadas por autores nacionales publicadas en los últimos seis meses: ‘Bastonazos de ciego’, de Andrezzinho; ‘Parque del poblado’, de Joni b; y las dos versiones de ‘Virus tropical’ (en edición completa para Argentina y tercera entrega para Colombia) de ‘Power Paola’. Estos lanzamientos --a los que volveré más adelante-- han sacado a la luz pública una problemática legal que llama la atención de los medios y la opinión pues es la causante de que los libros de cómics en Colombia, donde ya de por sí todo el material impreso es bastante caro, alcancen unos precios verdaderamente impagables. Los honorables congresistas que sancionaron la Ley 98 de diciembre de 1993, mejor conocida como la Ley del Libro, decidieron que la carga impositiva de los cómics debería estar al mismo nivel de la de la industria pornográfica o la de los juegos de azar. Esto significa que la historieta, desde la óptica legal, es vista exclusivamente como una fuente de entretenimiento personal y cuyo aporte a la cultura y la sociedad es inexistente. Por eso, los impuestos que pagan las publicaciones de este tipo son exageradamente altos y el sobrecosto que se le transfiere al consumidor final es una sentencia de muerte comercial que ha impedido que esta manifestación artística se desarrolle de manera más prominente en nuestro país. Valdría la pena recordarles a nuestros legisladores que la narración gráfica ha sido llamada “el noveno arte” por su capacidad para elaborar representaciones complejas de la realidad y de construir conocimiento a partir de ellas. No es gratuito que el tratamiento de algunos de los grandes temas del siglo veinte, como el Holocausto o el conflicto árabe-israelí por ejemplo, hayan alcanzado algunos de sus mayores logros en el cómic a través de Maus de Art Spiegelmann o de Palestina de Joe Sacco, respectivamente. La verdad es que es probable que a los congresistas les haya pasado inadvertido este absurdo pues la Ley 98 es una adaptación de una ley francesa, país en el cual la narración gráfica representa alrededor del 7% de los ingresos de la industria editorial con una cifra que en 2007 rondaba los 320 millones de euros. En este contexto --tan diferente del nuestro--, es comprensible que se pueda pensar en los cómics como una fuente de ingresos para el fisco. En Colombia, sin embargo, la situación dista mucho de ser tan favorable. “Aquí todavía está en disputa hasta la respetabilidad del medio”, dice Pablo Guerra guionista y crítico de historietas.Y dice más: “En Colombia se cree que el cómic vale si es adaptación de alguna obra literaria respetada o si es usado como herramienta pedagógica para jóvenes, pero ese no es su valor intrínseco”. Aquí, de acuerdo a este bogotano más conocido en el medio como elamigolucho, “todavía se carga con el lastre de las comiquitas y se cree que ésto es para bobos”, algo que según él no dista mucho del estatus que se le da en algunos círculos a la televisión. La diferencia es que las historietas no producen plata mientras que los canales nacionales son fuentes de empleo y abundante actividad económica. En sus palabras, a comparación con la televisión, “el cómic fuera de bobo, pobre”. Estos prejuicios con respecto a la historieta, sin embargo, están siendo cambiados por la actividad de un grupo numeroso de creadores, y de algunos críticos, que publican su trabajo en internet, revistas y fanzines (autopublicaciones de bajo presupuesto). Uno de los proyectos que mayor reputación ha ido adquiriendo en nuestro país es la ‘Revista Larva’, editada por un grupo de jóvenes en Armenia. Esta publicación trimestral comenzó siendo financiada por recursos propios y el aporte de la Universidad del Quindío, entidad que durante los primeros números les regaló la impresión. Hoy en día, casi cinco años después y desligada de su alma máter, esta iniciativa se sostiene principalmente por pauta, comercialización, y algunos subsidios del Ministerio de Cultura, la gobernación y la alcaldía. El equipo, nos cuenta Daniel Jiménez, su director, está compuesto por Pedro Giraldo cofundador encargado de la asistencia editorial en ilustración, “dos personas en la parte comercial, dedicadas a administración y pauta; una persona encargada de distribución; otra en diseño; una más manejando lo de internet como web master; y un modelo de colaboradores en cada ciudad a donde llega (Cali, Bogotá, Medellín, Manizales, Pereira)”. Quizá sobra recalcar que esta infraestructura en una revista de cómics en Colombia es bastante inusual. El éxito de este proyecto ha radicado, entre otras razones, en la apertura en los contenidos (en la revista han presentado su trabajo la mayoría de los autores colombianos activos y numerosos creadores internacionales tan reconocidos como Peter Bagge), y en la rigurosidad que exigen de sus colaboradores a la hora de participar.“A ‘Larva’ no se puede mandar cualquier cosa”, dice Power Paola (editora invitada de un número especial sobre historietistas mujeres), “de hecho devuelven el material que uno manda con críticas o aspectos a corregir antes de su publicación”. Este rigor en la selección de lo que publican, unido a su heterogeneidad, han logrado que la revista sea respetada y leída por comiqueros, aficionados y público general.Pero la heterogeneidad no es una cosa fácil de lograr en nuestro país, ni en la publicación ni en la práctica de las historietas. Los mismos dibujantes tienen una idea bastante precisa de cuáles son los límites del género y curiosamente —pues la percepción del profano suele ser que los cómics son una actividad juvenil poco estructurada— no suelen aceptar con mucha facilidad la transgresión. Como dice M. A. Noregna, historietista cofundador de la Editorial Robot, “la experimentación en el cómic aquí no es muy bien vista, sobre todo por los que llevan más rato haciendo esto pues son gente bastante formalista”. Él mismo admite, sin embargo, que el paisaje está cambiando y que hoy en día el panorama nacional presenta una mayor diversidad. Para Pablo Guerra este cambio tiene dos orígenes principales: la internet —que ha permitido acceder a un canal de comunicación donde la resonancia del trabajo es más amplia y genera un intercambio de experiencias con practicantes de otras latitudes—, y una convergencia de procesos personales de autores que provienen de referentes distintos a los del cómic (actividad que anteriormente estaba en manos de ilustradores y diseñadores gráficos). El mismo Guerra estudió literatura en la Universidad de los Andes y su tesis sobre ‘Arkham Asylum’ --novela gráfica de DC Comics-- fue premio Otto de Greiff en el 2003. Truchafrita, “el fanzinero más juicioso de este país”, como lo llama Noregna, creador de los Cuadernos Gran Jefe, es historiador de la Universidad de Antioquia. Joni B y Power Paola son artistas plásticos, Mr. Z es comunicador social. Los ejemplos de comiqueros que provienen de disciplinas diferentes al diseño son día a día más numerosos y han sido, en parte, los causantes de que las historietas estén llegando a un público cada vez más amplio.Las novelas gráficas son otra de las maneras como el cómic ha ampliado su base de lectores. Algunos historietistas, sin embargo, no son muy dados a aceptar el término pues lo ven como un empaque surgido en la industria editorial con el propósito de darle ‘respetabilidad’ al cómic para poder mercadearlo masivamente. “La novela gráfica es una historieta larga a la que le cambian el nombre para que lo compre la gente que le da pena leer cómics”, dice Power Paola, autora de Virus Tropical. “Mi libro es ambas cosas, yo no tengo ningún problema con el término”, remata. Su historia, una narración autobiográfica que va desde su nacimiento en Quito hasta la graduación del desaparecido Colegio Los Cedros, en Cali, fue publicada en nuestro país por entregas bajo el sello de Editorial La Silueta. En Argentina fue lanzada en un solo volumen por la Editorial Común, del historietista Liniers (autor de Macanudo). Al respecto de esta novela, el diario bonaerense Página 12 declara que: “La dibujante llena cada espacio con detalles minuciosos sobre el mundo que transitó. Hay mucho trabajo, mucha reflexión en el dibujo de Power Paola”. También en Argentina se publicó el trabajo de Andrezzinho, comiquero bogotano, titulado ‘Bastonazos de ciego’ por las editoriales Burlesque y Loco Rabia. En el prólogo, Diego Guerra, historietista y crítico (autor del sofisticado blog ‘68 revoluciones’), declara que en este libro “el lenguaje es minimalista, los personajes están dibujados con una línea sencilla, amable, los encuadres a veces son increíblemente sencillos, otras veces son verdaderos planos cinematográficos, algunas páginas son diagramadas con limpieza, otras son abiertamente experimentales, pero lo que prima es la historia que se nos cuenta, por encima de la belleza del dibujo y la elegancia de las palabras”. La otra novela gráfica que ha alcanzado un alto reconocimiento en días recientes en Colombia es Parque del Poblado de Joni b que cuenta una serie de situaciones acontecidas a un grupo de amigos que se reúne una noche en este mítico espacio de la capital antioqueña. Este libro fue publicado gracias a una beca de creación de la Alcaldía de Medellín. Al respecto de esta narración dice el periódico El Mundo: “las viñetas limpias de Joni demuestran una realidad ‘underground’ de Medellín que parece invisible para otros medios. Y es precisamente eso lo que atrapa de las historietas de este autor, su reflejo de la ciudad”. Los ejemplos anteriores, sin embargo, son sólo la punta del iceberg. La verdad es que hoy en día el medio de los cómics en nuestro país está verdaderamente caracterizado por la diversidad y la madurez que lentamente ha ido trayendo consigo esta multiplicidad. Desde las viñetas contestatarias de Luto –comiquero caleño–, pasando por las estilizadas instantáneas cotidianas de Truchafrita, los delirantes trazos de Nomás, la experimentación sin tregua de Noregna, el trabajo manga de la editorial Dream Tales, los afilados guiones de elamigolucho o la exploración de la ‘estética trash’ de Inu Waters, entre muchísimos otros, lo que asoma en la historieta colombiana es una abundancia productiva que está cambiando la manera como los cómics se dibujan y se leen. El camino ha sido largo y las gestas heroicas de otras épocas como la de Jorge Peña en ‘Los Monos’, Bernardo Rincón en la revista ACME, o la de José Campo al mando del Festival Calicómix --que realizó su décima séptima versión el pasado 30 de junio--, entre tantos más, abrieron el camino para que los nuevos creadores puedan construir sobre, y también por oposición a, su legado. Pero la sola producción de historietas no es suficiente para hablar de una escena nacional madura. Paralelo a los autores ha comenzado a existir un trabajo de crítica, requisito fundamental para un medio formado, encabezado por plumas como las del caleño Alejandro Martín, la de Daniel Jiménez, y las de Pablo y Diego Guerra, por mencionar sólo algunos. La labor de reflexión y divulgación realizada por ellos es invaluable a la hora de la formación tanto de los nuevos comiqueros como de los nuevos lectores de cómics. Es por todo lo anterior que esperamos que los honorables congresistas del próximo año –cuando se vuelve a discutir la Ley del Libro– entiendan que está en sus manos revertir el error histórico cometido por sus colegas hace veinte años y que es necesario adecuar la legislación a la realidad de un medio que ya está listo para asumir su adultez.

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