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Decreto 139 reglamentó las noches de Popayán

Crónica de un comprador de licor, en una noche de fin de semana en la capital caucana después de la entrada en vigencia del decreto que regula el horario de atención de los estancos.

28 de junio de 2011 Por: Beatriz Natalia Morales Fernández / Fabián Castellanos Fandiño / Vanessa María Pedraza

Crónica de un comprador de licor, en una noche de fin de semana en la capital caucana después de la entrada en vigencia del decreto que regula el horario de atención de los estancos.

Son las ocho y media de la noche, me siento en una de las bancas del parque Caldas. Espero a un amigo. Él quedo de llegar a esta hora pero en Popayán las personas son impuntuales. Mientras tanto veo el paisaje, las paredes blancas se tornan amarillas por el reflejo de la luz que emanan los faroles. Prendo un cigarrillo, mentolado como me gustan, y de repente clavo mi mirada en dos señores bastante adultos. Uno de ellos con una botella de aguardiente en la mano derecha y sirviendo en una copa plástica, hablan, ríen, juegan, en fin se nota alegría en sus rostros. No incomodan a nadie solo pasan el tiempo recordando cosas y personas que seguramente ya no los recuerdan a ellos. Empieza a volar mi imaginación y con ella el tiempo, miro nuevamente el reloj, pero hasta ahora han pasado cinco minutos. El desespero me atrapa. No he comido. Suena mi celular, es mi amigo, al que estoy esperando: “parce estoy en mi apartamento con unos amigos, ¡vengase!”. Empieza mi recorrido, camino por la carrera séptima y siento el clima como de fin de semana en la ciudad. Hay más movimiento de lo normal, veo bares y cafés que antes no había observado, sin embargo no le presto mucha atención y continúo. Paro en un estanco. “Donde Heyer” en el barrio El Modelo, pregunto: “¿A cómo el litro de aguardiente?” “A veinte mijo” me responde. Me toco los bolsillos, siento mi billetera, la abro y veo que tengo diez. No me alcanza. “Vecino lo compro más tardecito” le digo. Llegó a la casa de mi amigo, varias personas están hablando muy cómodamente, mientras tocan guitarra y bongo. Entro, saludo y rápidamente me ofrecen un trago, “¿aguardiente?” preguntan, “cómo no” respondo. De copa, en copa se fue agotando el licor. Miro el reloj ya son las once y media y me uno a la delegación para ir a comprar la bebida embriagante. Salimos y vamos al estanco pero vemos que está cerrado y mis amigos preguntan el por qué, les respondo es el decreto 139.El decreto 139 fue firmado en marzo de este año por el Alcalde Ramiro Navia donde se regular el horario de funcionamiento de estancos, tiendas y similares en el municipio de Popayán. El decreto dice que los negocios declarados como “Estancos” deben estar abiertos al público desde las diez de la mañana hasta las once de la noche. Y vender a través de una ventanilla hasta las dos de la mañana. Esta medida no cubre bares, cafés, ni discotecas. Cuando nos acercamos al estanco vemos una pequeña ventana abierta y emanando una luz prendida, están atendiendo. Compramos un litro de aguardiente, pero vemos aburrido al dueño del negocio, le ofrecemos un trago, él lo recibe y nos dice “Me lo tomo porque las ventas han bajado más del cincuenta por ciento después del decreto” nos despedimos y volvemos a nuestra idea original, tomar. Varias canciones después y una que otra tertulia provocaron sonrisas en los presentes, paso lo que preveíamos que iba a pasar se acabó nuevamente el trago. Son más de las tres de la mañana reunimos dinero, la conocida “vaca”, y nuevamente salimos en busca de aguardiente. Caminamos por la carrera novena en dirección a la terminal pero todos los estancos están cerrados, y por más que golpeamos nadie nos abrió. Uno de mis amigos propone que tomemos un taxi y vayamos a comprar a una casa donde él sabe que venden licor.Popayán cuenta con 443 estancos registrados en la Cámara de Comercio del Cauca, que funcionan legalmente y además están agremiados en la Asociación de Estanqueros de Popayán. Ellos han venido denunciando constantemente que existen varios negocios clandestinos en donde se venden diferentes clases de licores, que no están registrados ni pagan impuestos, además que la mercancía que negocian es producto del contrabando. El taxi nos lleva a un lugar cerca del centro de la ciudad, allí timbramos y nos ofrecen aguardiente, whisky, tequila, vodka y Norteño, aguardiente ecuatoriano muy popular en la capital caucana. Me causa curiosidad que los precios de los licores sean menores a los ofrecidos en los estancos. Volvemos a la casa de mi amigo, con trago en la mano, y con ganas de terminar de mejor manera la noche.¡Rinnnnnnnnnnnn! El despertador, lo apago bruscamente, miro al techo, estoy en la sala de la casa de mi amigo. Alzo la mirada veo siete botellas de aguardiente vacías en la mesa, otras dos personas durmiendo en colchones. Que dolor de cabeza, tengo una resaca tremenda. La sed me inunda. Hago la promesa de todos los borrachos: “no vuelvo a tomar” me levanto, recojo mis cosas y me voy. Miro el reloj nuevamente, faltan diez para las diez, camino y los rayos del sol hacen que desee una gaseosa cada vez más y más, me la imagino en lata, con una gota de agua que baja por ella, y que sienta un pequeño quemón cuando lo agarre. Mientras estoy en mi delirio por una bebida de esas características me siento al frente del estanco a esperar que sean las diez para que me atiendan, y no por la ventanilla, sino por las puertas como lo hacían seis meses atrás.

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