Cali
Runners Samaritanos: el equipo de corredores conformado por habitantes de calle de Cali
En Cali, un grupo de habitantes de calle encontró en el running un camino para dejar atrás la adicción a las drogas, reconstruir vínculos y demostrar que el deporte también puede ser una ruta de resocialización: Runners Samaritanos.
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14 de dic de 2025, 12:09 p. m.
Actualizado el 14 de dic de 2025, 12:09 p. m.
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¿Un equipo de runners conformado por habitantes de calle de Cali? La idea se le ocurrió al atleta Diego Sabogal. En una ciudad donde 8000 personas viven en parques, plazas, puentes, caños, andenes, ¿puede el deporte recuperarlas para la sociedad, para sus familias?, se preguntó. Enseguida salió a buscarlas en sus cambuches.
Era 2022. El equipo recibió el nombre de la fundación donde nació: Runners Samaritanos. Se vincularon alrededor de 30 habitantes de calle. Antes de entrenar, se bañaban en la casa de Diego mientras él les preparaba café con huevos y pan. Afuera dejaban sus carretas de reciclaje, sus costales. Pronto lograron lo que a nadie se le ocurría posible: ganar medallas; correr una maratón.
Es domingo. El equipo entrena en los alrededores del Gato de Tejada, en el oeste de la ciudad. Trotan alrededor del río Cali. En el pelotón va uno de los atletas fundadores, Jorge Antonio Dueñas. Como el resto de sus compañeros, lleva puesta una camiseta con un estampado que dice: “De la calle a la cima”.

Cuando Jorge acudió a la Fundación Samaritanos de la Calle, no lo hizo para formar parte del club de corredores, sino para recuperarse de sus heridas: una puñalada en la cabeza, hoy cubierta por el cabello cano. La organización, fundada en 1998, brinda comida, dormida y atención psicosocial a quienes no tienen un hogar. También, a quienes así lo desean, les ofrece una oportunidad para salir de la calle. El equipo es una de las estrategias para lograrlo.
Cuando Jorge conoció a los corredores, pidió un cupo. Sentirse parte de algo es imprescindible para dejar la calle, había escuchado. A miles los empujó a ella la soledad, las relaciones rotas con la pareja, el maltrato de la familia. Jorge nació en Bogotá y se convirtió en habitante de calle a los 9 años, después de que su padrastro le diera una paliza. Para ganarse la vida, a veces robaba. Mientras lo narra, las lágrimas se le mezclan con el sudor.
— Traté de trabajar con mi papá en su carpintería, pero también hubo maltrato. Y terminé siendo un delincuente. Antes, lo reconozco, corría para robar; ahora corro para recuperar mi vida. Por eso le doy gracias a Dios y a Samaritanos. Son como ángeles humanos. Recuerdo la primera carrera, la del Zoológico. Le pedí a Dios que me diera fuerza para ganar, pero, sobre todo, para vencer los animales de furia que llevo adentro. Hoy mi vida sigue siendo difícil, pero sobria —dice, sin sospechar la metáfora: ganar la carrera del Zoológico era doblegar los animales que llevaba por dentro; correr para llegar a la meta, no para huir de las autoridades. La medalla de aquella competencia, la primera que ganó Runners Samaritanos, cuelga sobre su cuello.

Correr, había mencionado hace un momento el actual entrenador del equipo, el atleta de 19 años Juan Diego Prieto, es una manera de disminuir la ansiedad por el consumo de alcohol o drogas, espantar los síntomas de la abstinencia, reemplazar la felicidad fugaz de los psicoactivos por la del deporte sin hacerle daño al cuerpo.
También genera rutinas que mejoran la salud: dormir mejor, comer mejor, hidratarse, reconstruir la autoestima, habitar de nuevo el cuerpo antes de habitar un hogar. Varios de los integrantes de Runners Samaritanos superaron la vida en calle gracias al equipo. También adoptaron a otros para que lo hicieran, como a Helios.
El perro negro salta de un lado a otro hacia las piernas de los corredores, como tratando de contagiar su alegría en esta mañana fría. Es la mascota del equipo. Leidy Viviana Moyano Suárez, exhabitante de calle y ahora corredora, lo encontró abandonado en un caño, dentro de una bolsa, enfermo, con pulgas. Cuando Leidy lo miró a los ojos, fue amor a primera vista. En ese momento, en Cali llovía y, de repente, escampó. Por eso lo llamó Helios, “el Dios del Sol”.

Leidy, quien nació en Bogotá, se inició en las drogas a los 17 años y se graduó del colegio embarazada. Por diversas situaciones, su familia la separó de su hija y eso hizo que el consumo se exacerbara. Terminó en la calle, expuesta a riñas, a puñaladas, a la picadura de bichos, a enfermedades. Dormía donde el sueño la alcanzara, aunque procuraba hacerlo cerca de sitios seguros: un CAI de la Policía, una iglesia.
— Muchas veces estuve en el hospital. Tenía una pareja que me maltrataba y estuve a punto de perder un brazo. Ya estaba cansada de vivir en la calle y alguien me dijo que había un sitio donde podía ir a bañarme, dormir, mitigar el consumo: Samaritanos. Allí conocí el proyecto del equipo de corredores y el sueño del profe Diego Sabogal de llevar a habitantes de calle a correr la maratón de Cali. Esa fue la experiencia más bonita, porque un deportista más es un habitante de calle menos. Me empecé a acostar temprano, a entrenar, a dejar el consumo y me reencontré con mi familia. Durante años no supieron nada de mí. Me daban por muerta. Hasta que me vieron en televisión.
En los medios de comunicación corrió el runrún de que en Colombia existía el primer equipo de running conformado por habitantes de calle, y un noticiero nacional entrevistó a Leidy. En Bogotá, frente al televisor, su hija la reconoció y saltó de felicidad. Días después, el equipo viajó a la capital para competir en una carrera y, en el hotel de concentración, sucedió el reencuentro.

— Cuando uno se convierte en habitante de calle y consumidor de drogas no solo se pierde a sí mismo, sino que hace que la familia se pierda, se destruya. Ellos se habían separado. Mi mamá sufría. Ahora se han vuelto a unir, recuperé la relación con mi hija y cada dos meses viajo a visitarlos —dice Leidy, quien trabaja como educadora terapéutica en la Fundación Samaritanos, donde, corriendo, también encontró al amor de su vida: el exhabitante de calle y ahora atleta, Jimmy Garzón Moreno.
Jimmy creció sin sus padres. A su papá lo mataron. A su mamá no la conoce. Apenas sabe que se llama Olga y que se fue para Calarcá, Quindío. Después del terremoto de Armenia en 1999, a él lo dejaron en la casa de sus abuelos con un mercado empacado en un costal.
A los 14 años se sintió solo, menospreciado, y se fue a la calle. Ya en ese momento consumía drogas.
— Me hizo falta una red de apoyo que me ayudara a tomar mejores decisiones, como estudiar. Lo más duro de la calle es estar solo, no tener a quién acudir.

Jimmy trabaja en el Zoológico en oficios varios, como podar jardines, y es uno de los atletas que más podios suma en el equipo. El primero fue en la Media Maratón de la Caña, en Palmira. Fue segundo y le entregaron 400.000 pesos. Por primera vez sintió que la sociedad no lo rechazaba, no se cambiaba de acera, sino que lo aplaudía. Se prometió no habitar más la calle, no consumir drogas o alcohol. Es la regla de oro para entrenar o competir con el equipo.
— En mi caso siempre gano medallas, así llegue de último —menciona sonriendo Roberto Benítez, 69 años, mientras hace una caminata de recuperación en medio de las estatuas de los gatos del río Cali.
— El premio es para mí porque, cuando corro, opaco el consumo y domino la ansiedad por las drogas y el alcohol. Entreno tres veces por semana y he corrido unas diez carreras de cinco kilómetros —agrega con voz ronca, lo que explica su apodo: ‘Tal Cual’, como el dibujo animado, defensor de los derechos del consumidor, que sale en televisión.
A ‘Tal Cual’ lo llevó a la calle, como a la mayoría, las drogas. A Hernán Moreno Pacheco, en cambio, lo empujó el desempleo. Perdió su trabajo como guarda de seguridad a los 52 años y nadie lo volvió a contratar. Entonces acudió a Samaritanos.

Es otra de las estrellas del equipo, ganador de varios podios, pues en su juventud fue atleta aficionado. Compitió al lado de figuras como Víctor Manuel Mora, medalla de oro en unos Centroamericanos y del Caribe, o Jacinto Navarrete, quien representó a Colombia en mundiales de pista cubierta y aún posee el récord suramericano de los 3000 metros bajo techo.
Hernán, sin modestia, asegura que en su categoría, máster, (tiene 64 años) es el número uno del Valle. Su ‘pace’, es decir, el tiempo que tarda en recorrer un kilómetro, es de cuatro minutos. Ya ha corrido una maratón completa y se siente intacto: “hay atleta para rato”.
Lo mismo asegura Álvaro Lombana, pese a que superó la tuberculosis, una enfermedad infecciosa causada por una bacteria que afecta a los pulmones. Los habitantes de calle tienen más riesgo de contraerla.
A diferencia de la mayoría de los corredores del equipo, Álvaro no tuvo una infancia difícil. Estudió en el colegio Antonio José Camacho y jugó fútbol desde niño. Su papá lo llevaba cada domingo al estadio a ver al América. Soñaba con ser futbolista. Después viajó a Europa, donde trabajó en construcción, y una década después lo deportaron por no tener papeles legales. Era 2010. En 2012, por curiosidad, probó las drogas. No pudo salir de allí hasta 2019. Se convirtió en habitante de calle. Alguna vez estuvo en la cárcel. Hoy, gracias al equipo de corredores y a una búsqueda espiritual, se mantiene sobrio. Es taxista.

— El primer entrenamiento en el equipo fue trotar desde La Ermita hasta el Zoológico, ida y vuelta. No sé cómo pude, recién tratado de la tuberculosis. Desde entonces no paro de correr. En el running no hay mentiras. Estás vos solamente. Ha sido una forma de volverme a encontrar. Y he vivido momentos muy felices. Lo que no viví en el fútbol lo vivo en el running: medallas, entrenamientos, concentraciones, competiciones, entrevistas. Hasta salí en ESPN Argentina. Hoy en día mi objetivo es ayudar a las personas a salir de las drogas.
Si Cali es una ciudad donde se calcula que 8000 personas viven en la calle, es en parte por el consumo. Una de las deudas sociales de esta capital es una política sostenida que intente prevenirlo.
Desde el Concejo se ha solicitado un censo para determinar, en realidad, cuántos son los habitantes de calle y así dimensionar los recursos necesarios para su atención y resocialización. Johana Caicedo, secretaria de Bienestar Social, explica que cuenta con un presupuesto de $21.990 millones para la atención del fenómeno de habitabilidad en calle, con lo que en 2025 benefició a 5094 personas.

Mientras tanto, el equipo de corredores sigue haciendo su trabajo. A veces no se necesita plata: apenas dar ejemplo. Es lo que sucedió con Camilo Andrés Carabalí, 35 años, otro de los corredores.
Creció en los barrios El Rodeo y Mujica, donde la droga, por lo menos en su entorno de amigos, abunda. Al principio —se decía Camilo— era un consumidor social, de fiestas. Después fue aumentando al punto de que decidió irse del barrio. No quería que lo vieran en malas condiciones. Llegó a Sucre, en el centro, donde se encuentra la mayoría de habitantes de calle de Cali.
Allí alguna vez conoció el hambre y eso lo llevó a la Fundación Samaritanos, donde le dieron un plato de comida. También una oportunidad laboral: primero lavando vajillas en la cocina; después, como promotor social.
En las noches, Camilo trabajaba en un parqueadero del centro, cercano a una discoteca, y cada madrugada veía al equipo de corredores de Samaritanos salir a entrenar. Vio en ellos, en sus sonrisas mañaneras, un bienestar que quiso perseguir. Le pidió una oportunidad al entrenador y dejó de fumar, de trasnochar, de tomar alcohol.

—En el equipo encontré amor. Todo habitante de calle necesita ese cariño y una orientación para cambiar su vida y, después, devolverle ese apoyo a la sociedad con buenas acciones, como el running, que deja en alto el nombre de Cali en todo el país.
Diego Sabogal comenta sin embargo que el objetivo del equipo no son tanto las medallas, los podios, sino que quien viva en la calle pueda salir de allí y deje atrás el alcohol, la droga.
— La meta no es llegar primero, sino no devolverse.
Ahora, cuando termina el entrenamiento, descansan en una banca frente al río. Algunos miran su camiseta sudada, donde dice “de la calle a la cima”. Como si se tratara de un recordatorio.
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