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La verdadera historia detrás del primer álbum del Grupo Niche, 'Al Pasito'

Este año se celebraron las tres décadas del nacimiento del Grupo Niche, después de la salida del álbum 'Al pasito'. ¿Cómo cambiaron Jairo Varela y sus muchachos la forma de bailar y cantar este género? Recuerdos bien afinados.

9 de agosto de 2012 Por: Lucy Lorena Libreros | Reportera de Gaceta

Este año se celebraron las tres décadas del nacimiento del Grupo Niche, después de la salida del álbum 'Al pasito'. ¿Cómo cambiaron Jairo Varela y sus muchachos la forma de bailar y cantar este género? Recuerdos bien afinados.

Lisímaco Paz lo recuerda bien. Sentado detrás del mostrador de su vieja tienda de discos de la Calle 11, en pleno centro de Cali, y acechado por las miradas que desde los acetatos lanzan Henry Fiol y Héctor Lavoe, el veterano coleccionista estruja sus nostalgias salseras y trae a la mente la imagen de un vinilo de 45 revoluciones que le llegó a las manos hace tres décadas, prensado por discos Daro: ‘Al pasito’.De ritmo contagioso, pero extraño a los oídos de los rumberos de entonces —acostumbrados a agitar los pies con el golpe setentero que llegaba de Bayamón y del Bronx— aquel ‘longplay’, reflexiona Lisímaco, “comenzó a cambiar la manera en que los caleños escuchábamos salsa; esa vaina sonaba distinto”.Esa vaina no había nacido del piano con sonido bestial de Richie Ray, ni venía de Santiago, tierra soberana. Tampoco de las calles del Obrero donde ‘El jefe’ Daniel Santos, con su tumbao de guarachas, había impuesto el desorden. Aquel coro que pregonaba “no es pa’ saltarlo, mire es pa’ sentirlo, si quiere repetirlo, hay vuélvelo a poné” vio la luz en Bogotá, muy lejos de los ‘grilles’ de Cali donde bien se podía llevar el ritmo con el tintineo de los vasos sobre la mesa. Corría 1979 cuando Jairo Varela, un chocoano flaco y con catadura de náufrago, recorría las calles bogotanas, tocando sin suerte a las puertas de las casas disqueras con canciones que contaban en sus filas con Aléxis Lozano (en el trombón) y Nicolás Cristancho (en el piano). Comenzó por las grandes, pero estas se negaban a tirar sus cartas por el bendito ‘Al pasito’ y por un grupo de soñadores, —arrullados a orillas del Atrato— que después, en 1980, habrían de bautizarse como Grupo Niche.De esos días de puertas que se cerraban en las narices se acuerda bien Pablo Delvalle, investigador musical de ritmos caribeños, que vivía por esa época en la capital del país. “Fueron días difíciles en los que no sólo las disqueras, salvo Discos Daro, se negaban, también las emisoras; la Bogotá de hace 30 años no gozaba de la fortaleza salsera de hoy; esa salsa que proponía Varela les parecía una apuesta demasiado arriesgada”, dice Delvalle.Jairo Varela, el capitán de ese barco que embistió olas pesimistas, también evoca sin dificultades esos días pedregosos que vivió en la Avenida 19, como si hubiese ocurrido hace apenas unas horas y no una treintena de años atrás. “Decían que estábamos locos, cuando nos veían pasar a Aléxis (Lozano) y a mí gritaban allá van los chocoanos. Apenas nos reíamos, seguros de que algún día seríamos grandes”.El presentimiento, sobra decirlo, se cumplió. Y sigue afinado. El único error de cálculo, reconocen ahora muchos, estuvo en pensar que el punto de partida era Bogotá y no Cali, donde finalmente la orquesta echó raíces. Con todo, estudiosos de la salsa y rumberos insobornables, reconocen hoy que la llegada de Niche a la escena salsera del país supuso un antes y un después. Cambió la forma en que se bailaba, se cantaba y se producía este género.El primero en defender la tesis es Rafael Quintero, escritor y crítico musical. Según dice, las orquestas que existían por esa época en la ciudad —como ‘La gran banda caleña’ y ‘La octava dimensión’— tenían un “efecto local”.La ciudad, explica el escritor, tenía arraigado el espíritu salsero, pero aquello sólo se veía reflejado en los coleccionistas que guardaban verdaderas joyas de este género, en los bailarines famosos, en que las casetas estuvieran a reventar en cada Feria, pero no se reflejaba en la producción musical. “Niche llegó sentó cátedra y les enseñó a esas orquestas que no sólo podían sonar como las grandes sino alcanzar un sonido internacional”. De hecho, anota Quintero, “cuando el grupo comenzó a sonar la gente se confundió. Tenía un sonido tan profesional que no pocos creían que se trataba de una nueva orquesta puertorriqueña”. Pero no había que llamarse a engaños: “Jairo había llegado a la salsa con clave propia. Y mientras ‘Fruko y sus tesos’ seguían mezclando salsa con porros y cumbias, Niche irrumpió con el sabor de barrio y el sabor de los ‘griles’”.Un sentimiento similar se le despierta al escritor Umberto Valverde, mientras recuerda el aterrizaje de Niche a la música. Y cuando piensa en el aporte que Varela y sus muchachos hicieron al género reposa sus palabras unos segundos y después sentencia: “Con Niche no nació la salsa en Cali, pero sin duda fue responsable de consolidarla”.Su frase la respalda con el conocimiento que le da —cuenta él— haber estudiado con juicio la sonoridad de esta orquesta caleña. “Nadie puede negar el talento para componer de Varela, herencia de su madre María Teresa Martínez, una intelectual del Chocó. Pero pocos han detallado la sofisticación que desde un comienzo le imprimió al manejo de los vientos. En ese sentido es un perfeccionista; yo mismo lo he visto grabar hasta 25 veces un trombón para un mismo disco. Después pregunta ¿Cuál sonó mejor? Eso sólo lo sabe él, que pule cada detalle, a uno le suenan igual”.Y Jairo Varela, en efecto, aspiraba a que su música no sonara igual a la que ya se escuchaba en la ciudad, cuando Joe Quijano se quejaba de que “hay una confusión en el barrio”, cuando Rubén Blades contaba que a Pedro Navaja lo había visto pasar con “el tumbao que tienen los guapos al caminar”. Cuando ‘La lámpara’ encandilaba en la Calle 15 y ‘Honka monka’ era destino obligado en la Octava.Varela, lo reconoce, no quiso anclarse en la salsa de los 70, en la visión romántica de esa salsa brava con la que Johnny Pacheco y sus estrellas de la Fania iluminaron el firmamento salsero. Cuando le daban chico a ese ‘desconocido’ en ‘El escondite’, por entonces una de las discotecas más famosas de Juanchito, tomaba prestada la tradición salsera tantas veces bailada, pero la adaptaba a sus propias letras y sus propios sonidos. Aunque muchos aún no se ponen de acuerdo, Pablo Delvalle asegura que Niche marcó la diferencia con otras orquestas con la incorporación a la salsa de sus raíces del Pacífico. Esas que aprendió junto al sacerdote claretiano Isaac Rodríguez, quien durante 50 años contribuyó a consolidar el acervo musical chocoano.Eso se nota —apunta del Valle— en canciones como ‘Mi negrita y la calentura’ donde se percibe la influencia de la mazurca, el danzón, la chirimía. “Antes de eso, el caleño había aprendido que lo bueno era lo llegaba de Puerto Rico y Nueva York; incluso hasta del Perú, con Alfredo Linares y Lucho Macedo, pero cuando sonó ‘Al pasito’ fue como sentir un lamento guajiro cubano en clave chocoana. Jairo no miró hacia fuera del país, como hicieron todos, lo hizo mejor: miró hacia dentro y le funcionó”. Varela no lo niega, como tampoco que las herencias musicales con las que se crió también tenían cabida para la Sonora Matancera y la Fania. “Simplemente me nutrí de todo eso y las combiné con mi visión de cómo debía sonar la salsa”.Fue esa mezcla, señala José Aguirre, productor y trompetista que durante años trabajó con Niche, la que consiguió que los caleños se identificaran con los sonidos de esta agrupación. “Era una afinidad que se expresaba en las letras, en que le cantara a los lugares emblemáticos de Cali, que exaltara sus mujeres y sus paisajes, pero que al tiempo también dejara espacio para reconocer los problemas de su raza y del Pacífico. Y eso sin perder el ritmo”.Valverde —que editó hace unos años con la Universidad del Valle ‘Con la música dentro’, libro en el que recoge experiencias de Varela y su orquesta en diferentes etapas— no desconoce esas virtudes, pero pondera que por encima de los mensajes de sus letras, “a Niche y su director nunca se le ha olvidado que su música es para bailar”.Que se disputara de tu a tu con los puertorriqueños los territorios de la salsa y a punta de letras y arreglos musicales modernos son, a juicio de Rafael Quintero, dos de las claves que permiten entender porqué la aparición de Niche partió en dos la historia de la salsa colombiana.“Y entonces a eso le sumó su extraordinario manejo de los coros, la gran mayoría de sus canciones tienen hasta dos y tres (cosa que heredó de la Sonora Matancera); además de un uso innovador de los vientos, utilizó los trombones y trompetas de la salsa pesada, pero los adaptó a su propio estilo. Antes de Niche, eso no sucedía en la salsa”, agrega Quintero.Punto a parte, destaca Aguirre, fue la proyección internacional que alcanzó la salsa colombiana de la mano del Grupo Niche. En 1986, recuerda el productor, cuando el ‘Cali pachanguero’ era un himno obligado de la rumba, por primera vez una orquesta nacional se presenta en el majestuoso Madison Square Garden de Nueva York y protagonizó conciertos tan memorables, como aquel que ofreció ante un millón de personas en Campo de Marte, del Perú. Ese mismo año comenzaría su conquista de Europa y de varios discos de oro.De no haber edificado su trayectoria sobre esas fortalezas musicales, —apunta Valverde— otra hubiese sido la suerte de la agrupación durante los cuatro años en que Varela permaneció en la cárcel acusado de enriquecimiento ilícito. “Otra hubiera sido la suerte y sus seguidores no le hubieran perdonado tampoco que se reinventara dentro de las distintas corrientes de la salsa en estos 30 años, así a muchos puristas eso les molestara”.Así lo cree también Lisímaco, detrás del mostrador de su vieja tienda de discos. Justo donde hace 30 años lo asaltó el presentimiento de que Cali había encontrado un nuevo ‘pasito’ para bailar la salsa.

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