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La odisea diaria que tienen que vivir los caleños al andar en MÍO

Muchos usuarios del sistema del transporte hoy se preguntan quién les devolverá el tiempo que a diario pierden esperando un bus. Las demoras en las rutas cada día son mayores. El drama del ciudadano.

13 de julio de 2014 Por: Margarita Rosa Silva | Reportera de El País

Muchos usuarios del sistema del transporte hoy se preguntan quién les devolverá el tiempo que a diario pierden esperando un bus. Las demoras en las rutas cada día son mayores. El drama del ciudadano.

El tiempo es una de esas variables que apasionan al ser humano. Muchos se han dedicado a comprender cómo es que los humanos lo perciben, lo viven. Aún hay muchas preguntas al respecto, pero también hay una certeza: cuando una persona está esperando algo, percibe los minutos el doble de lentos de lo que realmente transcurren.Los caleños sí que saben de ello. Al menos, los que alguna vez han montado en el sistema de transporte MÍO. Los que han estado 10, 15, 20, 30, 45 y hasta 60 minutos esperando una ruta que, cuando pasa, va tan llena que ni siquiera se detiene. Los que a diario se paran en las estaciones y miran las pantallas que, con puntos luminosos, forman números que generan promesas temporales, a menudo incumplidas. Si usted ha viajado en MÍO, sabe lo que es mirar la cuenta regresiva en ese tablero. Sabe lo que se siente que por fin llegue al 1 y que el nombre de la ruta parpadee indicando que el bus arribó a la estación. Pero sabe también la frustración de mirar hacia la puerta y descubrir que el bus no está ahí. Y entonces, segundos después, mirar a ese tablero otra vez, donde la ruta reaparece con una promesa de tiempo totalmente nueva: otros 10 o 15 minutos, en el mejor caso. Para Yamiled Morales, una mujer de unos 40 años de edad, el problema no son solo esos minutos de espera. Ella, además, debe caminar una distancia que equivale a unas diez cuadras. Pero no son diez cuadras normales: para tomar el MÍO, Yamiled debe atravesar un terreno baldío, con pasto hasta la altura de las rodillas, tierra que al llover se vuelve lodo, y un ‘puente’ hecho con dos tablas de madera, sobre una especie de arroyo. La travesía es tal, que la mayoría de la gente prefiere pagar $1000 a los mototaxistas que circulan en la zona para que lo lleven hasta el sitio donde toma el alimentador del MÍO. No vive en zona rural. Su apartamento está relativamente cerca a la Autopista Simón Bolívar, en un barrio que tiene entre uno y dos años de antigüedad, llamado Plan Parcial Las Vegas de Comfandi, detrás de El Caney. El problema es que, por lo joven del barrio, aún no llega una ruta del masivo hasta allá. Así que, cuando Yamiled llega en alimentador a la estación Universidades, ya lleva unos 50 minutos de recorrido. Allí debe tomar una ruta expresa que en 40 minutos la lleva a la estación Torre de Cali, donde debe esperar mínimo otros 5 o 10 minutos la T31, que la lleva hasta San Nicolás, donde trabaja. Cuando le va bien, su recorrido en total le toma hora y media, mientras que si su vecina, que trabaja en la empresa, la lleva en carro, tarda 30 minutos. 15 minutos En Cali, las vías troncales son pocas: la Calle 5, la Carrera 15, la Carrera 1. La mayoría de la gente vive en zonas apartadas de esas arterias y debe tomar un bus padrón en la calle, que lo lleve hasta una estación. La demora de los buses en pasar es tal, que algunos prefieren tomar un vehículo ‘pirata’ o caminar. En un paradero en la Avenida Sexta, en el Norte; en uno en La Hacienda, en el Sur; en uno en Ciudadela del Río, en el Oriente, todas las personas a las que se les pregunta coinciden en lo mismo: esperar un bus pretroncal o alimentador del MÍO nunca tarda menos de 15 minutos. Mucho menos en hora pico. Y hay quienes pensarían que 15 o 20 minutos “no son tanto”. Pero piénselo así: en 15 minutos una persona alcanza a bañarse tres veces; o a preparar un desayuno y comerlo; o a alistar la lonchera de su hijo. En ese tiempo, una mujer puede maquillarse y un hombre, afeitarse; se puede planchar la ropa del día y el uniforme del hijo. Ahora, calcule que si una persona debe tomar tres buses en su recorrido, gasta 45 minutos de su vida tan solo esperando. Los 45 minutos que dura el primer tiempo de un partido de fútbol.Además, 15 minutos pueden ser razón de despido en el trabajo. Por ejemplo, María Elena, que espera la ruta en el barrio Vallegrande, cuenta que todos los días llega tarde a su trabajo en el Centro. Que menos mal el jefe sabe “cómo es ese sistema” y se la perdona. Algunos pensarían: ¿por qué no busca una alternativa de transporte? La respuesta es sencilla: “si ya le metí lo del pasaje a la tarjeta, cómo hago para coger un pirata o un taxi colectivo? No tengo alternativa”. Aún así, hay quienes ya se habituaron a viajar de otras formas: Jeeps, vehículos informales, taxis que hacen las veces de bus y busetas blancas que recogen  gente en paraderos, especialmente en el Oriente. Así cobren un poco más y sean inseguros, la gente prefiere usarlos que perder su trabajo. Muchos, incluso, prefieren pagar doble pasaje (pirata y luego MÍO), descuadrando lo del desayuno, para poder llegar a tiempo.Hay quienes, rendidos ante el desespero, toman taxi. Como la hija de Gustavo Ospina, que vive en Ciudadela del Río y trabaja en el Instituto de Niños Ciegos y Sordos, en San Fernando. Cuando pasan 40 minutos y el bus no pasa, debe recurrir al taxi, que le cobra $17.000. “Eso a veces es más de lo que se gana una persona en un día”, reflexiona Gustavo, apoyado en su bastón. A veces es la única opción que queda. Como esta semana, cuando diez rutas fueron canceladas porque 200 buses dejaron de salir. Entonces Carolina Gómez, que vive en La Hacienda y siempre toma la ruta P72 (una de las desaparecidas) esperó media hora en vano. Después del tiempo perdido, decidió que caminar hasta la Pasoancho le tomaría otros 20 minutos y que ya sería demasiado tarde, así que descompletó lo del almuerzo y tomó un taxi en el paradero. Otros, como Luz Talaga, prefieren el bus urbano. De pie en la estación Torre de Cali del MÍO a las 7:00 p.m., en medio de un tumulto que bien podría compararse con la fila para entrar a un concierto de la Feria, dice arrepentida que ella normalmente toma una Ermita ruta 3, que la deja cerca a su casa en 30 minutos. “Pero hoy, de boba, me dio por venirme en MÍO y vea esto...”, cuenta llevándose la mano a la cara, mientras las personas se empujan y apretujan como peces atrapados en una red, para poder entrar al bus. Ese día prefirió coger el MÍO porque andaba en tacones y, para tomar bus urbano, debía caminar cuatro cuadras. “Habría sido preferible, porque aquí ya llevo más de una hora parada”. En ese tumulto, donde el concepto de espacio personal desaparece, no solo preocupa la incomodidad. “A veces siente uno que lo están tocando más de lo normal, y cuando voltea a mirar, es que le están sacando el celular o la billetera”, dicen algunos. Además, a menudo se forman peleas, hay agresiones. Ese es el diario vivir en estaciones como Universidades, en el Sur; Ermita, en el Centro y Andrés Sanín, en el Oriente. Ese es el diario vivir de Yamiled. Por eso ella, con puntualidad inglesa siempre tiene el bolso en mano a las 6:00 p.m. “Ya me tienen cuento en la empresa, me recochan”, cuenta. Aún así, llegar antes de las 8:00 p.m. se convirtió para ella en una utopía. Entonces, como los otros 500.000 pasajeros que a diario toman el sistema, respira profundo y se arma de paciencia.Si a diario ella, o cualquier otro usuario, espera 45 minutos de ida y lo mismo de venida, son 90 minutos al día; 7 horas y media a la semana; poco más de un día al mes; casi 15 días en un año. “Con la calidad actual del servicio, uno podría alegar y pedir que le devuelvan los $1600 del pasaje”, dice Yamiled. La pregunta es si, de alguna manera, podrán devolver a la gente el tiempo que se le escurrió de las manos. Lea también el informe en el que analistas plantean posibles soluciones estructurales para la profunda crisis financiera que viven los operadores del MÍO.Conozca ¿Qué hay tras la llegada de la nueva Secretaria de Tránsito?

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