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La mayoría de quienes salen a marchar en Cali son jóvenes. Dos de cada tres jóvenes caleños han participado en el Paro Nacional, según la Encuesta Nacional sobre Jóvenes de la Universidad del Rosario, Cifras y Conceptos y El Tiempo. | Foto: Foto: Bernardo Peña | El País

SALUD

Hablan los jóvenes de Cali: cartas sobre el país que anhelan

Jóvenes de diferentes lugares de Cali expresan sus anhelos para el futuro de la ciudad y el país.

23 de mayo de 2021 Por: Santiago Cruz Hoyos | Editor de Crónicas y Reportajes

En Colombia, según la Ley 1622 de 2013, los jóvenes son aquellos que tienen entre 14 y 28 años. Ese fue el rango de edad elegido por los investigadores del observatorio ‘Cali cómo vamos’ para realizar un estudio sobre la calidad de vida de la población juvenil tanto en Cali como en Yumbo.

Se titula ‘Juventudes, caracterización socioeconómica y empleabilidad’, y sus resultados son preocupantes. Explican, al menos en parte, ese descontento juvenil que ha hecho que Cali sea considerada la capital del estallido social en Colombia en los días del Paro Nacional.

Según el informe de ‘Cali cómo vamos’, soportado en análisis del Dane, en la ciudad el 23.5% de la población tiene entre 14 y 28 años; 531.369 personas. Para dar una idea de su situación actual, basta un dato: el 87,4% de los jóvenes de Cali y Yumbo habitan en estratos 1, 2 ó 3; 65 de cada 100 viven en estratos 1 y 2.

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Los números coinciden con lo hallado en el censo de 2018: la población joven de Cali está sobre todo en el oriente de la ciudad, en las comunas con menor desarrollo social y económico: 13, 14, 15 y 21. También la 6, 18, y 19.

La tasa del desempleo en los jóvenes crece de manera sostenida desde 2018. En apenas tres años se amplió en diez puntos. Mientras que el desempleo juvenil en Cali era de 18.8% en 2018, en 2020 llegó al 28.8%. Aunque no es una problemática exclusiva de la ciudad. En Bogotá, Medellín y Barranquilla el salto es similar. En el primer trimestre de 2021 la tasa de desempleo en los jóvenes en Cali y Yumbo fue del 27,2%.
Aquello está conectado a otro dato encontrado por el estudio de ‘Cali cómo vamos’: ante la falta de empleo, en la ciudad el 67.9% de los jóvenes que trabajan lo hacen de manera informal. Ese mismo porcentaje es la cantidad de jóvenes ‘ocupados’ que no cotizan seguridad social.

Sus salarios, por otro lado, se han reducido. En 2020, el salario promedio de los jóvenes en Cali-Yumbo fue de $848.214, “cifra que representó una reducción, promedio, de $114.147 frente a 2019 ($962.361)”, dice el estudio de Cali Cómo Vamos. Los bajos salarios se atribuyen por lo general a la falta de experiencia laboral. Las mujeres jóvenes ganan incluso menos.

En los análisis del Observatorio para la Equidad de las Mujeres de la Universidad Icesi y la Fundación WWB se determinó que las mujeres jóvenes que trabajan de manera remunerada tienen bajos ingresos. El 47.5% reporta que gana menos de un salario mínimo y el 39% entre 1 y 2 salarios mínimos.

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— Las mujeres jóvenes, a pesar de que han hecho un esfuerzo importante por educarse, sufren de precariedad laboral, excesiva dedicación al trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, informalidad laboral, bajos niveles de ingreso, pocas posibilidades de ahorro y altos niveles de deuda — dice Lina Buchely, la directora del Observatorio.

Por otra parte, el estudio del Observatorio de Políticas Públicas, Polis, de la Universidad Icesi, advierte que las consecuencias de la pandemia agudizaron una estadística que venía en crecimiento en América Latina: los ‘ni-nis’: la población joven que ni estudia ni trabaja.

Antes de la pandemia, dice Polis, uno de cada 5 jóvenes latinoamericanos pertenecía al grupo de los ‘ninis’. En Colombia, al 2020 y según las cifras del informe de inclusión laboral del Dane, hay 2,7 millones de jóvenes en esas circunstancias.

Los jóvenes caleños, además, según la encuesta Calibrando que realiza Polis, son quienes están menos satisfechos con la gestión de la Alcaldía durante la pandemia, comparado con el resto de la población. En una escala de 0 a 10, califican a la Alcaldía de Jorge Iván Ospina con un 4.2. La confianza en el Concejo es de apenas 3.3 y en la Policía, 3.8.

“En pandemia, los jóvenes caleños han sido uno de los grupos poblacionales que más han visto afectada su salud emocional y mental. En una escala de 0 a 10, donde 0 es que su salud mental ha empeorado y 10 es que ha mejorado, los jóvenes califican su estado de salud mental con 5.1 y el resto de la población con 6.4. También, el 66% y el 45% de los jóvenes y mayores de 30, respectivamente, afirman que uno de los aspectos que más los ha afectado durante la crisis ha sido experimentar con mayor frecuencia emociones negativas. Las medidas de bienestar se redujeron en toda la población a causa de la pandemia, pero los jóvenes son quienes han tenido una mayor reducción en sus medidas de satisfacción con la vida y felicidad comparado con el resto de la población. El ingreso y el trabajo son las dimensiones de su vida con las cuales están menos satisfechos”, dice el estudio de Polis.

Las emociones que predominan entre los jóvenes de Cali son en su orden ira (42,5%) y tristeza (42,1%), según la tercera medición de la gran encuesta nacional sobre jóvenes de la Universidad del Rosario, Cifras y Conceptos y El Tiempo.

Es cierto entonces: los jóvenes están descontentos con su situación. ¿Cuál es el país que anhelan? Estas son sus cartas para repensar a Colombia.

“Ampliar la oferta educativa superior a través de los colegios públicos”

Daniela Aranda Echavarría nació hace 24 años en el barrio Vista Hermosa, sector Patio Bonito, al oeste de Cali. Fue allí, en la cuadra, e inspirada por su madre, una líder comunitaria, donde encontró su propósito: lograr que más jóvenes como ella, de sectores populares, puedan ingresar a la educación superior y de esa manera reescribir la historia de sus territorios.

— Una historia sin violencia, sin dolor, sin hambre, sin exclusión.
Daniela es profesional en Estudios Políticos de la Universidad del Valle, y cofundadora de la Fundación Créalo, cuyo objetivo es generar oportunidades para los muchachos y las madres gestantes de Siloé.

Sueño con un país con oportunidades reales para los jóvenes, principalmente de nuestros barrios populares, y estas oportunidades deben ser materializadas en acceso a educación superior, educación básica de calidad, empleabilidad o posibilidad de emprender y fortalecimiento de los espacios de participación de la juventud. En cuanto al acceso a la educación superior, desde varios grupos juveniles venimos proponiendo la ampliación y desconcentración de la oferta educativa superior, permitiendo utilizar la infraestructura de los colegios públicos como sedes de algunos programas educativos claves para el desarrollo de la ciudad. Hacia el 2006 hubo una experiencia muy interesante con la Universidad del Valle gracias al convenio Ceres. En cuanto a la empleabilidad o posibilidad de emprender, sueño con un país con fondos de financiación de fácil acceso que permitan dinamizar la industria local desde las fortalezas de cada territorio, potencializando nuestra diversidad ambiental y cultural. También sueño con espacios de participación juveniles de acuerdo con las dinámicas de los territorios, que permitan mostrar la pluralidad de ideas y acciones que tenemos como jóvenes. No sueño con un país inalcanzable, quiero un país equitativo y justo.

“Que por ser mujer no esté condenada a la violencia”

Nathalia Andrea Marín Palomino está segura de que el cambio de Colombia es posible: “comienza por uno mismo”. Ella es comunicadora social – periodista, apasionada por contar historias de la lucha social. Ha escrito reportajes del Paro Nacional para el portal Cerosetenta, y esta es la Colombia que ella quisiera ayudar a construir.

Pese a levantarme con rabia e indignación todas las mañanas, no hay nada que me quite el anhelo de una Colombia mejor. Una Nación donde por ser mujer no esté condenada a la violencia y al acoso; donde no me amenacen ni me maten por ser periodista. Los jóvenes estamos en pie de lucha porque deseamos que Colombia no esté gobernada por el miedo y la represión, donde la vida no consista en sobrevivir a la inseguridad o la guerra. Queremos que nos eduquen y nos informen sin tergiversar ni manipular los mensajes. Nos gustaría pensar que no existen ni derechas ni izquierdas que nos ‘salven’, porque en las elecciones sabremos escoger a nuestros gobernantes sin mirar sus partidos sino su experiencia y humanidad. Sueño que se acaben las guerras pueblo vs pueblo; menos fines individuales y más colectivos. Empatía para comprender que toda decisión nos involucra, que a ningún colombiano se le olvide que llevamos mezclas en la sangre. No son sueños de vándalos, ni de violentos; sino de una generación de cristal inquebrantable acompañada de otras generaciones exhaustas. Somos una nación exigiendo un mejor país a sus dirigentes. Y como también soñamos, obraremos.

“Que manifestarse no sea una sentencia a muerte”

Jonathan Valencia Pineda es librero, el coordinador cultural de la Librería Expresión Viva. También estudia Ciencia de la Información y la Documentación. Considera que para que el país se desarrolle, su gente se eduque, las librerías y sus servicios deben ser vistas por quienes gobiernan como bienes de primera necesidad. Pero no solo eso.

El Paro Nacional ha sido un ejercicio político en donde los jóvenes nos hemos reconocido, asumiendo el papel que nos corresponde históricamente. Como un nuevo latir común. Es la búsqueda de un país descentralizado, capaz de comprender las diversidades e individualidades, y que el acto de denunciar las inequidades y desigualdades sociales, que es lo que estamos haciendo al manifestarnos, no sea una sentencia de muerte. Quiero un país con garantías para quienes hacemos activismo social y político. Sueño también con las garantías de desarrollo para los agentes de la cultura y el arte que, como otros sectores, no son respaldados, apoyados, por políticas públicas equitativas y contextualizadas.

“Contra la educación del odio”

Salomé Laverde Gómez es estudiante de Ciencia Política en la Pontificia Universidad Javeriana de Cali. También es deportista, integrante de DemoCrítica y el Laboratorio Político, enamorada de las letras y la comunicación. “Voy detrás de lo que siento, a veces parezco carente de razón, pero lo compenso con el carácter y el corazón”.

Hemos crecido bajo una educación que siempre va contra algo o contra alguien. Siempre está a la orden del día en cualquier espacio un consejo para defenderse, para atacar al otro o protegerse del mismo y la cultura del “no dejarse de nadie”. En otras palabras es la educación del odio. Esa educación es la misma que da origen al machismo, al clasismo, al racismo y a todo lo que nos suene a irrespeto y negación de la diferencia. Es esa educación que nos va desarrollando un exceso de presencia en sí mismos, un fortalecimiento de ese ‘yo, yo, yo’. Ese odio recalcitrante es el que nos impide abrirnos al otro, el que no nos permite explorar nuestra generosidad y tener la capacidad de entendernos. Algunos expertos en salud pública consideran el odio como una pandemia de consecuencias devastadoras. Lo preocupante aquí es que esa educación es la que ha sido protagonista en este contexto tan álgido que vive Cali y Colombia. Con la educación del odio es que parecen pensar en este momento muchos de nuestros dirigentes y por supuesto, nosotros como ciudadanos. Lo que ha ocurrido desde el 28 de abril, cada uno de esos sucesos a los que ninguno somos ajenos y de los cuales hemos sido testigos, no es más que vernos a la orilla de un abismo al que por décadas hemos empujado a otros, pero al que hoy, podríamos caer nosotros.

Sí, este país necesita una reforma tributaria que no golpee la clase media. Sí, esta ciudad necesita de un dirigente que escuche y entienda más allá de su propia voz. Sí, este país necesita una reforma estructural a la Policía, al Ejército, al Esmad, necesita entregar el juzgamiento de los delitos que cometen miembros de estas instituciones, de la justicia penal militar a la justicia ordinaria. Abandonar esa educación de guerra. Sí, esta ciudad necesita atender con educación y trabajo esa población “extramuros”. Sí, este país necesita presidentes y todo un equipo de trabajo que conecten de cara al ciudadano y sean capaces de articularse estratégicamente para establecer acuerdos sobre lo fundamental, para hacer de Colombia un país más equitativo, libre y que brinda condiciones de vida digna.

Sí, necesitamos más conversaciones y menos exigencias. Pero más que eso, Cali y Colombia necesita seres humanos capaces de cooperar y asociarse para alcanzar metas comunes. Que se entienden como seres sociales más allá del propio yo. Entender que, si en primer lugar como seres humanos somos nefastos, sin duda como presidentes, tenderos, estudiantes o lo que sea que seamos, no podremos más que reflejar nuestra condición. Solo así lograremos la Cali y la Colombia con las que sé que no solo yo sueño, sino muchos de nosotros. Esas en las que podamos vivir y convivir, más que sobrevivir. Esas en las que estudiar y trabajar no sean un privilegio o por el contrario una odisea. Como diría el escritor Mario Mendoza, “quizás allá donde me enseñaron que era territorio enemigo, me está esperando alguien para darme un abrazo”.

“Un país donde lo que logres sea por méritos y no por quien conozcas”

Cleider Stiven Torres vive en el barrio Petecuy, al oriente de Cali. Tiene 27 años. En el barrio hace parte de la Fundación Hakuna Matata que, a través del arte, intenta prevenir la violencia.

Alguna vez la fundación señalizó las calles de Petecuy como Zonas de Juego para los niños y así evitar que se convirtieran en lo que ya empezaban a ser: zonas de fuego.

El país que sueño es uno donde los objetivos que logres sean por tus méritos y no gracias a quien conozcas. . Un país donde quien gobierne lo haga para todos y no para unos pocos que suelen ser siempre aquellos que financian sus campañas. Quiero un país donde la salud y la educación sean asequibles para todos, donde las familias tengan la certeza de comer tres veces al día, y no como pasa hoy en Cali, una ciudad con cientos de familias que comen una vez al día.

Quiero también un país donde el arte, la cultura y el deporte tengan apoyo decidido y no pañitos de agua tibia. Un país donde la corrupción sea castigada de manera ejemplar. Un país donde ser del campo o de ciudad no signifique ser más o menos. En fin, quiero un país donde todos podamos coexistir sin importar la ideología política, religiosa, étnica. Un país donde tengamos una vida digna, de calidad, en paz y en donde nuestros derechos sean respetados tanto por los demás ciudadanos como por el Estado.

“Un país que escuche a su gente”

Juan Oney tiene 23 años y es voluntario del proyecto ‘Abriendo Caminos’ de la Fundación Alvaralice. Su propósito es apoyar los procesos sociales de su barrio, Comuneros, en el Distrito de Aguablanca.

Sueño con un país donde los recursos públicos se destinen realmente a las necesidades del pueblo. Un país donde los jóvenes de mi barrio no vean frustrados sus sueños de ser deportistas, ingenieros, arquitectos o abogados por falta de oportunidades o dinero para estudiar. Un país donde los jóvenes tengamos la posibilidad de acceder a una educación gratuita y no tener que decidir entre trabajar para ayudar con las necesidades que aprietan en el hogar o continuar nuestros estudios. Sueño con una Colombia de mejores oportunidades en el mercado laboral, donde ser solo bachiller no represente un impedimento para conseguir empleo. Un país donde las personas no tengan que morirse esperando algún medicamento porque la EPS no se los facilita. Por todo eso marcho. Por los hombres y mujeres que están desaparecidos, por las personas a las que les arrebataron su vida en las movilizaciones. Marcho por las víctimas del desplazamiento forzado. Marcho porque no quiero volver a ver a ningún joven cambiar el lápiz o los guayos de fútbol por un arma de fuego.

“Quiero un país hermano”

Felipe Amú tiene 22 años y es estudiante de derecho en la Universidad Santiago de Cali. También es actor de cine, teatro, televisión, manager de la agrupación musical juvenil De Mar y Río, un colectivo de jóvenes que egresaron del semillero de la Fundación Escuela Canalón que dirige la maestra Nidia Góngora. “A través de la música hemos creado un pequeño Pacífico colombiano en la ciudad desde donde aportamos a la construcción de país”, dice Felipe.

“Deseo vivir en un país donde la gente entienda la importancia de respetar a la madre naturaleza, un país sensible, donde lo más importante sea el cuidado de la vida propia y la del otro. Un país que retome el respeto y atención a los mayores, a los maestros, matronas y sabedores, que exista un puente entre la temprana y la tercera edad para trabajar siempre de la mano. Que las únicas diferencias entre el campo y la ciudad sean geográficas y no otras, necesitamos más de eso que tiene la gente de regiones como el Pacífico en su corazón: humanidad. Quiero un país solidario, amigo, y con empatía.

“Un país donde la violencia no sea la tendencia del día”

Natalia González tiene 20 años, vive en el barrio Potrero Grande y hace parte del programa Rumbo Joven de la Fundación Alvaralice. El Paro Nacional, dice, también responde a la decisión de los jóvenes de tener el futuro en sus manos, o por lo menos la posibilidad de construirlo de una manera distinta.


“Quiero un país donde la violencia no sea tendencia del día, más educación y menos armas. Un país de trabajos dignos sin exposiciones extremas, ni explotación, donde tengamos las mismas posibilidades con o sin experiencia, logrando conseguir estabilidad laboral con el sueldo justo y disponibilidad de progreso. Uno donde la educación sexual no sea un tabú y algo ajeno a todos, para alcanzar la modernidad del primer mundo sin dejar de lado nuestra cultura. Un país donde podamos escoger nuestro futuro y que este no esté condicionado por el lugar donde nacemos.

“Un país donde ser joven no genere incertidumbre”

María José Capote estudia Fonoaudiología en la Universidad Santiago de Cali. Cursa décimo semestre. También es socia fundadora de la Asociación Colombiana de Estudiantes de Fonoaudiología. Ella anhela una Colombia donde los jóvenes no vean truncados sus sueños por la falta de oportunidades. Un país donde ser joven no sea vivir con una incertidumbre permanente.

“Siempre hay una preocupación por el desempleo, la informalidad laboral, la dificultad para acceder a la educación superior. Esa incertidumbre se traduce en sueños truncados, lo que profundiza la desigualdad social y la pobreza. Sin embargo también he sido testigo de cómo las nuevas generaciones tratamos de superar esa frustración a través de nuestra creatividad y capacidades. El país que visualizo requiere una juventud comprometida en crear y construir a partir del diálogo las ideas que permitan estructurar una perspectiva de futuro que emerja de la coyuntura social que estamos atravesando. Políticas sociales destinadas a mejorar las oportunidades en los diferentes ámbitos de la sociedad, construyendo tejido social, reivindicando nuestras comunidades y dándole voz a la justicia y la verdad, lo que nos permitiría recorrer el país sin miedo. Que las oportunidades no respondan al género, la educación se remita a la calidad y la accesibilidad. Hoy nace en mí el sentimiento de esperanza en un país mejor, el país que como joven sueño para mí y todos y cada uno de los habitantes de Colombia, por lo tanto hago un llamado a cada sector social, grupo, comunidad o colectivo a construir ese futuro que deseamos a través de un diálogo que más que palabras, recoja y materialice en hechos eso que tanto anhelamos.

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