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“Cuando se termina el turno llevamos la ropa a la lavadora y usamos detergentes especiales para lavar este tipo de prendas. Y nos duchamos antes de salir a casa”. | Foto: Raúl Palacios / El País

El hombre que se encarga de vestir a los muertos en Cali para su paso al 'más allá'

Dentro de sus labores como tanatopractor también está dejar a los difuntos bien vestidos y presentados para irse al más allá.

3 de noviembre de 2018 Por: Meryt Montiel Lugo / editora equipo de Domingo

Jair de Jesús Guiral Cardona puede dar fe de que la buena imagen de una persona es muy importante, así ya esté muerta, pues hasta él han llegado muchos dolientes a entregarle los cosméticos, el esmalte o el tinte que la persona fallecida usaba para que se los aplique, e incluso, le hacen recomendaciones para que ese ser querido se vaya al más allá lo más atractivo y elegante posible.

“Uno en este oficio ve de todo”, cuenta este vallecaucano de 48 años, sentado, una tarde de octubre, en una de las bancas del Camposanto Metropolitano del Norte, donde presta sus servicios como tanatopractor, conductor y jefe del laboratorio del Instituto Arquidiocesano de Tanatopraxia Restaurativa, Inartre.

Hay familiares que dicen: ‘quiero para mi madre un maquillaje suavecito, use un labial o un brillito que medio se vea, porque ella prácticamente no se maquillaba’. Hay otros que piden: ‘a mi hermana póngale un rojo intenso, que a ella le gustaba mucho maquillarse’; otros, solicitan, ‘déjela con una sonrisa, así como era ella’, relata este hombre de 1, 74 m de estatura, que lucía esa fresca tarde de octubre, elegantemente vestido con su otro uniforme, el de su otra tarea, la de conductor de carrozas fúnebres en el Camposanto Metropolitano del Norte: pantalón, camisa y corbata en tonos azules y zapatos negros bien lustrados.

La labor de tanoestética (maquillar a los difuntos) es para Jair una actividad “muy bonita”, pero que a veces se le torna “compleja”, porque familiares le traen una foto del fallecido y le piden que deje a su ser querido como luce en la imagen.

“Nos traen fotos que son de hace cinco, siete, diez años atrás, y desde ese lapso la persona ha cambiado mucho y se nos dificulta un poco dejarla tal y como quieren sus familiares, no solo por el tiempo transcurrido sino, a veces, por las patologías que tenía. De todas formas, se trata de hacer lo mejor que uno pueda el trabajo para cumplir con la petición del familiar”, comenta este exguarda de seguridad.

Cuando los familiares le traen la ropa para que vista al fallecido también le hacen recomendaciones: no le abotone el cuello, en el ataúd colóquele las manos cruzadas a la altura del pecho; péinelo de lado, déjele el capul, hágamele el candado... todas esas sugerencias, en lo posible, las tiene en cuenta para dejar satisfechos a los deudos.

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Hay que velar por la bioseguridad

Vestido de pantalón y camisa de antifluidos, blancos, bata desechable azul -una por cada difunto que preserva-, gorro desechable, dos pares de guantes calzados en cada mano para mayor seguridad, botas de caucho con platina y la máscara full face, una careta especial que le cubre todo el rostro y que le evita percibir hedores, Jair entra al laboratorio.

Según su propia descripción es un lugar espacioso, de techo blanco, pisos grises, paredes blancas y completamente lisas (ya que no se deben usar baldosines para evitar que se adhieran virus y bacterias entre las ranuras donde estos se unen). Allí hay varias mesas de preservación, cada una con un kit instrumental médico y un diferencial, un aparato que, cual gato hidráulico, le permite con facilidad mover de un lado a otro el cadáver, así sea de gran tamaño y peso.

En el laboratorio este esposo y padre de dos hijos toma todas las medidas preventivas necesarias para empezar su labor, ya que en el certificado de defunción no se informa sobre las causas de la muerte del fallecido, solo los datos básicos.

Así que por eso, dice, cumple a cabalidad una de las máximas reglas de su oficio: tomar las medidas de protección personal necesarias para velar por su autocuidado.

Esa recomendación, recuerda Jair, se las dio hace varios años, durante una capacitación, el director en ese entonce del Instituto de Medicina Legal, quien con un ejemplo les ilustró la importancia de la bioseguridad.

El directivo les comentó que un hombre había muerto atropellado por una volqueta y llegó su cadáver al instituto. Allí enviaron a analizar algunos de sus órganos. Quince días después llegó el resultado: esa persona tenía una enfermedad contagiosa. “Entonces, si no se toman todas las medidas de precaución, si no se utilizan los elementos de protección personal los perjudicados seríamos los tanatopráxicos”, explica Jair.

Una vez que cuenta con todos sus elementos de protección, lo primero que hace es el lavado y desinfección del cadáver con agua y un jabón especial y un desinfectante externo que usa antes, durante y después del proceso. Luego alista el instrumental quirúrgico: pinzas, cuchillas de afeitar, hojas de bisturí... Y empieza a preservar el cuerpo. Si la muerte ha sido por causa natural inyecta químicos en la arteria carótida primitiva derecha. Si ha sido de manera violenta se usan varios puntos de inyección, porque al cuerpo le han tenido que hacer necropsia, “entonces, hay que ubicar arterias en los diferentes miembros del cuerpo para aplicar los químicos preservantes”.

Si el cuerpo de la persona que falleció por muerte natural necesita ser preservado cinco o diez días por el proceso de velación, debe aplicar químicos más concentrados, con unos aditivos y a una presión más moderada para que haya una mejor irrigación hacia todos los tejidos del químico preservante, advierte.

Muerte natural o violenta

En su jornada laboral de ocho horas este hombre de hablar sosegado, pero seguro, puede preservar, gracias a las habilidades que le han dejado sus 24 años en el oficio, “máximo seis personas”, si han fallecido de muerte natural y no presentan edemas, acumulación de líquidos, escaras o desprendimiento de piel.

Pero si presentan estas condiciones tiene que hacer otro procedimiento donde hay que, por ejemplo, proteger los brazos con plástico adherente para que no haya emanación de líquidos. Además, con la mezcla de bases cosméticas, contrarrestar hematomas. De esta forma solo podría preservar 3 o 4 cuerpos.


El tiempo que demora en su trabajo y el número de cadáveres que preserva, si la muerte es violenta, dependen del tipo de autopsia que se le haya hecho en Medicina Legal.

“Si le hacen una necropsia normal, solo de la parte frontal, me puedo demorar de 3 a 4 horas y si le han realizado una autopsia anterior y posterior (frontal y por detrás) me puedo demorar unas 7 horas en la preservación de un solo cuerpo”.

La demora, agrega Guiral, se debe a que en Medicina Legal hacen la necropsia para determinar qué le produjo el deceso a la persona y suturan el cuerpo y lo entregan a la funeraria. “A nosotros nos toca bañarlo, desinfectarlo, organizarlo, retirarle toda la sutura, con el fin de inyectar los fluidos que van a preservar el cuerpo para tenerlo determinado tiempo en velación”.

Y si un cadáver por muerte natural se debe trasladar a otro país se demora en el proceso de embalsamamiento de 6 a 7 horas; si es por muerte violenta, entre 14 y 15 horas. “Nos demoramos más porque entes gubernamentales nos exigen que se debe garantizar que el cuerpo se conserve mínimo quince días”.

No perder la sensibilidad

Son muchos los cuerpos sin vida los que han pasado por las manos de Jair Guiral y algunos lo han impactado “por la forma como han fallecido y por el estado en que llegan al laboratorio”. Hace algunos años, ante esta situación se preguntaba: “¿por qué me gustó este oficio? y al instante recapacitaba y se decía: “esta es mi misión, la voy a realizar lo mejor que pueda”.

Y como ser humano, piensa Jair, “uno no puede perder la sensibilidad: cada persona que muere tiene papá, mamá, esposo, esposa, hermanos, hijos, por eso, a todos los fallecidos hay que tratarlos con dignidad y respeto”, comenta con suma sencillez.

Gracias a su trabajo entre cadáveres ha podido vivir él y sacar adelante a su compañera de vida y a sus dos hijos: Jhon Alexander, fisioterapeuta de 24 años, y Alejandro, de 22 años, tecnólogo en Mecánica Mecatrónica y Automotores del Sena.

Cuando se le pregunta qué dice su mujer sobre su trabajo, esbozando una sonrisa Jair explica: Ella me conoció cuando yo era guarda de seguridad. A los dos meses de habernos conocidos empecé a laborar aquí en la organización como tanatopráxico. Ella sabe cuál es la función que realizo, pero creo que si viera personalmente lo que hago no sé si se me arrimaría”, concluye entre risas.

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