Cada año, entre los meses de julio y octubre, el Pacífico colombiano se convierte en escenario de uno de los espectáculos naturales más esperados, la llegada de las ballenas jorobadas (Megaptera novaeangliae), que recorren más de 8000 kilómetros desde la Antártida hasta aguas cálidas para aparearse y dar a luz a sus crías.
Su arribo convierte lugares como Nuquí, Bahía Solano, Guapi, Juradó, Tumaco y la Isla Gorgona en epicentros del turismo ecológico.
La llegada de estos gigantes marinos ha llevado a que comunidades locales, investigadores y autoridades ambientales fortalezcan iniciativas de avistamiento sostenible. En Nuquí (Chocó), el proyecto Avistamiento sostenible de ballenas en el golfo de Tribugá busca consolidar asociaciones comunitarias capacitadas en ecología y prácticas respetuosas.
“Un avistamiento exitoso no significa ver a la ballena saltar, basta con observar su lomo o su soplo”, explicó Clara Inés Villegas, profesora de la Universidad Nacional, al resaltar que la clave está en no alterar la tranquilidad de los cetáceos.
Las recomendaciones básicas incluyen mantener una distancia prudente, limitar el tiempo de observación y reducir el ruido de las embarcaciones. Este enfoque no solo protege a las ballenas, también garantiza que las comunidades locales obtengan beneficios económicos sostenibles, fortaleciendo la cooperación en territorios como Arusí, Termales, Coquí y Jurubirá.
El interés turístico es alto: se estima que más de 30.000 visitantes llegarán en esta temporada para vivir la experiencia. Sin embargo, los expertos recuerdan que no se trata de un espectáculo controlado, sino de un encuentro con animales en su hábitat natural.
En muchos casos, basta con divisar el soplo en el horizonte para considerar la experiencia como exitosa.
En términos económicos, los planes varían de acuerdo con el tipo de experiencia. Una estadía básica en Buenaventura puede costar desde $ 422.000 por adulto, mientras que un paquete completo con transporte, hospedaje de dos noches, alimentación y actividades guiadas puede llegar a los $ 2 millones por persona.
Para quienes buscan mayor exclusividad, como hospedaje en cabañas privadas frente al mar en Nuquí o Bahía Solano, los precios se elevan: el hospedaje diario puede costar $ 1,2 millones, más alimentación cercana a $ 80.000, tiquetes aéreos de ida y vuelta desde Bogotá que rondan los $ 687.000 y la actividad de avistamiento que cuesta alrededor de $ 300.000 por persona.
De esta forma, un viaje de un día puede alcanzar los $ 2,8 millones, mientras que una experiencia de dos días, con mayores comodidades, puede superar los $ 3,5 millones. Los destinos más reconocidos para la actividad son Bahía Málaga, Bahía Solano, Isla Malpelo, Utría, Nuquí y Guapi, entre otros.
El reto, según investigadores y líderes comunitarios, es que el auge turístico no comprometa el bienestar de las ballenas ni la sostenibilidad de la región. Para ello, asociaciones locales, la Universidad Nacional y entidades como Codechocó trabajan de la mano para garantizar que el avistamiento sea responsable, inclusivo y una oportunidad real de conservación.