Sin dar tregua, el invierno arrecia en el territorio nacional, las lluvias causan estragos y las alertas continúan encendidas por la urgencia de evitar nuevas tragedias. Hacer frente a los desastres es apremiante, pero atender sus causas es imperativo.

El departamento del Valle es testigo de la factura que está pasando el cambio climático. El 57% de la región padece los efectos de una intensa temporada invernal pocas veces vista, los ríos se desbordan, los diques se rompen, cientos de familias padecen el impacto y Cali colapsa después de cada aguacero. Si ahora la causa de la zozobra es la lluvia, meses atrás lo era el verano más intenso y con las temperaturas más altas en décadas.

Para dar un ejemplo, mientras hace un año por esta misma época, los municipios del norte del Valle que dependen del embalse Sara Brut se enfrentaban a un racionamiento de agua de hasta doce horas porque su nivel apenas alcanzaba el 20% de su capacidad total, hace dos días las compuertas debieron abrirse para liberar líquido una vez la represa se rebosó al llegar al 103% de su capacidad. Y la mayoría de los ríos de la zona están desbordados, afectando a las comunidades, a los campesinos y las zonas de cultivo.

El río Palo es el otro ejemplo. Ese afluente que no alcanza a ser controlado por la represa de Salvajina y muestra un estado agónico en época seca, representa un peligro para Cali cada vez que sus aguas aumentan y llegan al río Cauca, ocasionando su desbordamiento en sectores vulnerables como el barrio Puerto Nuevo en Juanchito, que lleva una semana bajo las aguas. El efecto colateral es la contaminación que arrastran las crecientes, lo que obliga a cerrar la bocatoma del principal acueducto de la ciudad y a racionar el servicio durante horas.

Tales patrones se repiten en todo del departamento y si bien son causados por las lluvias extremas, tienen su razón principal en la deforestación, en el daño a las cuencas hídricas así como en el descuido de un Estado incapaz de proteger su medio ambiente. El resultado son las tragedias que hoy viven el Valle y Colombia, donde van 389 víctimas fatales, hay 25.000 damnificados y a diario se presentan inundaciones, deslizamientos o catástrofes.

Evitar los estragos del invierno no se logra de un día para otro, ni se solucionan con los auxilios que se les entregan a los damnificados. El Valle necesita levantar las defensas para hacer frente a las amenazas de los extremos climáticos, lo que comienza por garantizar la reforestación y recuperación sus cuencas hidrográficas. Los municipios también deben asumir su responsabilidad asegurando el presupuesto que requieren destinar para proteger y auxiliar a sus habitantes, obligación que hoy no están en capacidad de cumplir como corresponde.

Las lluvias no darán tregua por ahora. Ojalá, los estimativos de las autoridades ambientales estén equivocados. Pero lo cierto hasta ahora es que falta un tramo largo para que la temporada de invierno decrezca. Por eso hay que tomar las medidas necesarias, pero ante todo emprender las obras y los cambios que demanda el cambio climático.