Siempre se ha dicho que cuando se trata de elecciones se usan todas las herramientas y recursos posibles para lograr el objetivo de triunfar. Pero tales recursos se convierten en enemigos de la democracia cuando violan los principios éticos que deben guiar a una sociedad y llevan a destruir la imagen de los participantes en ellas.

Eso es lo que ha venido pasando con frecuencia infortunada en los procesos electorales que han tenido lugar en Colombia. Por ello, la campaña presidencia, que debería ser espacio para conocer las propuestas, la personalidad y la trayectoria de los aspirantes y sus partidos, ha terminado en un deplorable espectáculo de estrategias para agredir, descalificar y mentir.

El escándalo de las horas de videos revelados por alguien que estuvo dentro de la campaña del senador Gustavo Petro es quizás la cumbre de lo que no debe hacerse. Allí están las pruebas vivas de la manera en que políticos, congresistas y el mismo candidato se mezclan con asesores, algunos con prontuarios internacionales, para urdir una diabólica estrategia dirigida a agredir a los partidos y aspirantes rivales, a destruir su imagen, a sembrar la mentira y a manipular la verdad y los medios de comunicación para desviar la atención sobre sus propios errores.

Aunque en política sea costumbre tratar de destacar al candidato por encima de sus competidores, hay límites que no pueden rebasarse pues causan daño y destruyen la esencia misma de los procesos electorales, la base de la legitimidad de una democracia. Son los principios éticos y morales que hacen posible la transparencia en los mensajes. Y cuando se usan los medios para sembrar la mentira y la estrategia para dividir y atemorizar, se desconocen esos límites y la campaña se convierte en enemiga de la democracia.

Ahora, el Pacto Histórico y su candidato están en la obligación de explicarles a los colombianos sus procederes, en lugar de seguir usando la mentira y el oprobio como instrumento para conseguir adeptos. Todo lo que se ha revelado muestra hasta dónde llega su obsesión de tomarse el poder a como dé lugar, usando la agresión y la manipulación que se impone a la verdad y a la presentación de propuestas que creen confianza en su candidatura en lugar de la sospecha y la descalificación de sus contrincantes.

Y hay que preguntarse qué puede seguir en caso de que triunfe el señor Petro. Más aún, cuando su respuesta y la de muchos de sus estrategas de campaña y aliados provenientes de esa política que supuestamente rechazan y van a cambiar, es la judicialización de la política, el ataque a la revista Semana y a todos los medios periodísticos que han revelado el entramado de ataques y de bajezas que grabó y entregó quien se declara como integrante decepcionado de esa campaña.

Como actividad humana, la política debe estar guiada por principios. No todo vale es el mensaje que debe primar en la contienda electoral. Y no es creando el odio y la sospecha, o llevando al periodismo ante los jueces nacionales e internacionales como se le da legitimidad a una aspiración presidencial o a un partido político.