“Mientras haya en la Tierra un niño feliz, mientras haya una hoguera para compartir, mientras haya unas manos que trabajen en paz, mientras brille una estrella, habrá Navidad”. Esta estrofa de un poema hecho canción por el español José Luis Perales bien resume los sentimientos que en esta época del año afloran en el corazón de la humanidad.
Es como si una atmósfera de bondad envolviera el alma de cada persona para motivarla a mirar más allá de sus propios intereses y necesidades y buscar satisfacer los deseos y las penurias de los demás, que producto de la pandemia de Covid-19 se han centrado en las carencias económicas, pero que ni mucho menos se agotan allí.
Entonces compartir algo de alimento con aquellos que no lo tienen, especialmente ancianos y niños desprotegidos, se vuelve tan valioso y reconfortante como regalarles también un abrazo y algo del tiempo que muchas veces se desperdicia, por ejemplo, al estar presos de esa forma de esclavitud moderna en la que se han convertido las redes sociales.
Es la magia de la Navidad. La posibilidad de ponernos por un instante en los zapatos del otro, sin importar su credo, sus preferencias políticas, su estatus social, su nivel educativo, su color de piel o su oficio. La ocasión para derribar los prejuiciosos muros que a lo largo del año se han construido desde el sinsentido y la arrogancia, para rescatar los valores que deberían ser la brújula de las relaciones sociales a todo nivel.
Diciembre es entonces no solo el tiempo de recibir regalos, de bailar, brindar y comer manjarblanco, natilla y buñuelos, sino también de ser solidarios, generosos, amistosos, empáticos, alegres y respetuosos, no solo con la familia, los amigos y los compañeros de estudio, sino también entre jefes y empleados, con los contradictores políticos y con quienes nos cruzamos en la calle, sin importar que no los conozcamos.
No es otra la esencia del cristianismo que convoca a millones de personas en Occidente y cuya máxima es amar al prójimo como a sí mismo, incluso si piensa distinto a mí o me ha hecho daño. Es también el centro del mensaje al que recurre el papa Francisco en su propósito de unir a la humanidad por encima de las religiones, a partir de prioridades que conciernen a creyentes y no creyentes, como el urgente cuidado de la Casa Común.
Tal vez esa es la razón porque católicos y no católicos encuentran en la conmemoración del nacimiento del Niño Jesús el momento propicio no solo para reflexionar sobre la forma cómo se está conviviendo con los demás sino también para avanzar en valiosas acciones encaminadas a transformar positivamente la sociedad colombiana.
Solo que no debe ser un propósito con fecha de vencimiento sino un estilo de vida y una brújula social que permita, por ejemplo, que la violencia no siga arrebatándole el futuro a niños, hombres y mujeres, y que procesos democráticos como los que se vivirán el próximo año se conviertan en un campo de batalla virtual o presencial donde primen los insultos, las descalifaciones y la polarización, sino que, como lo decían las antiguas tarjetas, que el espíritu de la Navidad dure todo el año.
¡FELIZ NAVIDAD!