La detención de Alexéi Navalni y las protestas que han surgido para pedir su libertad, son apenas una muestra de lo que hace el régimen de Vladimir Putin para mantener su poder eterno sobre Rusia. Y aunque no parece alcanzar para producir cambios drásticos en la política de ese país, el tratamiento que recibe sirve para demostrar hasta dónde es capaz de llegar un régimen que mezcla el totalitarismo y la corrupción.
Navalni ha sido el gran opositor de Putin desde el 2011 en la disputa aparentemente democrática que se expresa en las elecciones. Su lucha ha sido la de quienes no aceptan los métodos de Putin, un comunista arrepentido y director de la KGB que lleva 22 años como dueño absoluto del gobierno de Rusia, para lo cual usa los medios aprendidos del sistema soviético, ahora perfeccionados para explotar un capitalismo corrupto basado en la repartición de privilegios.
Esa vigencia ha sido posible en primer lugar por el monopolio de la riqueza del país más grande de Europa y con grandes reservas de petróleo y de gas. Y después, por la astucia y la inteligencia de alguien que sabe manejar el poder y lo ha concentrado para controlar por todos los medios posibles cualquier posibilidad de una oposición que puede poner en riesgo su hegemonía.
Pero Alexéi Navalni parece haberse escapado de esa disciplina zarista, en la cual solo importa la voz de Putin, y lo ha desafiado con denuncias públicas de ese comportamiento que desnuda la farsa de la democracia en Rusia. Por ello fue objeto de dos intentos de envenenamiento con sustancias letales, al estilo de las tradiciones rusas para liquidar a los contrarios. A ello ha sobrevivido, y en la última oportunidad, fue salvado por la intervención de Alemania que lo rescató de Siberia y lo llevó a curarse del último intento por acabar con su vida.
Pues Navalni, a quien advirtieron los riesgos que corría si regresaba a Rusia, no dudó en volver y revivir su posición y su denuncia contra Putin.
Como era de esperarse, en la puerta del aeropuerto de Moscú lo esperaban miembros de la justicia rusa, manipulada por el dictador, para meterlo a la cárcel y hacerlo cumplir una condena por corrupción fabricada por el régimen para tratar de silenciarlo. Pero el chantaje no parece funcionarles con el tenaz opositor.
La respuesta ha sido el surgimiento de decenas de manifestaciones en Rusia que piden la libertad de Nalvani ante la evidente violación de sus derechos, además del reclamo de los países de occidente encabezados por Alemania y los Estados Unidos, ahora comandado por Joseph Biden.
Es la solicitud para que se respete a la persona y sus derechos y a la libertad de oposición que debe existir en el mundo moderno.
No obstante, es difícil esperar que Vladimir Putin ceda ante esas protestas. Su poder casi infinito sobre Rusia hace temer que arrecie su mano dura contra la oposición, ahora que pretende gobernarla hasta el fin de sus días. No obstante, Alexéi Navalni sigue siendo símbolo de la oposición a un régimen que ahoga las libertades de su país con la mezcla de fuerza y corrupción heredada del comunismo soviético.