Cuarenta años y 133 hipopótamos después, Colombia toma medidas para detener a una de las especies invasoras más peligrosas y dañinas. La cuestión es por qué tanta demora y si la misma situación se repite con los 500 animales y plantas foráneos extendidos por el territorio nacional, que representan un riesgo para el medio ambiente así como para la salud de los colombianos.
A nadie se le ocurrió en la década de los 80 que la excentricidad del extinto narcotraficante Pablo Escobar de hacer un zoológico en su hacienda Nápoles, se convertiría en un problema de tal magnitud para el país. Como no se les ocurrió a las autoridades tomar medidas cuando le aplicaron la extinción de dominio a esa propiedad y dejaron ahí a los hipopótamos, sin mayores cuidados ni el control que requería un animal de tales proporciones, que se reproduce al ritmo en que lo hace.
Las alertas empezaron en el 2008, cuando en los límites entre Antioquia y Santander se realizaron los primeros reportes de animales gigantes caminando a orillas de los ríos o paseando en las noches por los pueblos. Se supo entonces que los hipopótamos de Nápoles se habían escapado, reproducido y vagaban a su suerte por cientos de kilómetros, durmiendo en el día sumergidos en los espejos de agua, comiendo toneladas de pasto y plantas para sobrevivir y afectando con ello varios ecosistemas y la vida que albergan.
Desde entonces la discusión se centró en qué hacer, pero sin pasar a la acción. Por ello hoy el censo arroja que son 133 los hipopótamos en Colombia, país al que se adaptaron, les brinda las condiciones óptimas para reproducirse y vivir más de los 50 años que lo hacen en África, su continente natal, donde contrario a lo que ocurre acá cumplen unas funciones ecosistémicas importantes.
Después de 14 años y luego de la recomendación de un panel de expertos, el Ministerio del Medio Ambiente sacó hace un par de semanas la resolución declarando especie invasora al hipopótamo. Lo que no se sabe es cómo van a acabar con ellos: devolverlos al África es imposible por lo costoso que resulta; matarlos hiere susceptibilidades entre los ambientalistas y la esterilización supondría tenerlos al menos por 50 años más rondando estos lares y causando los estragos consabidos.
Como los hipopótamos no son los únicos invasores, la pregunta es qué pasa con las otras 500 especies foráneas detectadas en el país. En Cali hay caracoles africanos que invaden zonas verdes y pueden ocasionar enfermedades letales al ser humano. En San Andrés y Providencia están los peces globo, depredadores que acaban con otras especies vitales para el sustento en las islas. Y en Boyacá luchan contra el retamo espinoso, arbusto introducido desde Europa en los años 50, que se expande en los páramos, ahoga los frailejones e impide su función de producir agua y absorber carbono.
Las especies invasoras no son un mal menor para Colombia y acabar con ellas es una obligación más que una opción de las autoridades ambientales. Mientras se demoran las decisiones, ellas se expanden sin control, o llegan otras nuevas de manos de irresponsables que no comprenden el daño que con ello les causan a los bienes más preciados del país que son sus recursos naturales, sus ecosistemas y su medio ambiente.