A causa de la migración ilegal, tres países de Centroamérica y dos de América del Norte viven hoy una situación tan inesperada como difícil de solucionar. Es la aparición de caravanas compuestas por entre tres mil y cuatro mil hondureños que manifiestan su intención de llegar a los Estados Unidos en busca de la protección, el trabajo o el progreso que no encuentran en su país.
El movimiento migratorio no es nuevo en el continente y obedece a las mismas razones. Aunque en Colombia y en Suramérica se está viviendo la migración de venezolanos a causa del desastre político y económico causado por la dictadura y la represión, en primer lugar está la pobreza y el desequilibrio entre sociedades sumidas en el subdesarrollo y la desesperanza que lleva a la criminalidad, o la partida hacia el denominado ‘sueño americano’, los Estados Unidos o Canadá.
La migración por esa causa siempre ha sido por iniciativas individuales aunque al final esté produciendo un fenómeno que hoy se encuentra en el ojo de la tormenta en el país norteamericano, debido al crecimiento de la inmigración ilegal. Ahora, la marcha de tres mil hondureños que partieron de San Pedro Sula y anuncian su intención de llegar a ese país pasando por El Salvador, Guatemala y México hasta alcanzar la frontera de los Estados Unidos, puede desencadenar un verdadero conflicto regional de consecuencias imprevisibles.
Como puede esperarse, el paso de los marchantes por Guatemala, país que no exige visas a los naturales de Honduras, ha ocasionado demostraciones de solidaridad y de apoyo. Pero ya se sabe que México está militarizando su frontera y exigirá la visa como requisito para permitir el paso de los marchantes, aunque su presidente electo Manuel López Obrador ya les ofreció visas de trabajo y promesas de empleo.
Y queda el último eslabón y meta de la movilización, los Estados Unidos. Como es de suponer, su presidente Donald Trump tronó y anunció sanciones, recortes de ayudas, movilizaciones militares y suspensión de tratados con su vecino si continúa la marcha. Es una reacción que en vez de detener a los miles de hombres, mujeres, niños y ancianos que la componen, ha logrado que otro grupo de quinientos hondureños salga por El Salvador con el mismo destino.
Sin duda, el problema está en Honduras por la falta de oportunidades y la debilidad de su Estado para proteger sus ciudadanos, ofrecer oportunidades y evitar su partida. Sin embargo, lo que está claro es que son objeto de una manipulación política en su país y ahora son símbolo de la ‘lucha antiimperialista’. Por supuesto, la torpe reacción del presidente Trump y sus amenazas, orientadas ante todo a satisfacer a sus seguidores en campaña electoral, ha crecido el apoyo a la marcha y la condena a su país.
Pero no es menos cierto que ni los Estados Unidos ni México, Guatemala o El Salvador, países involucrados en la populosa marcha tienen la culpa de ella o deben asumir sus consecuencias. Una cosa es que exista la solidaridad por el innegable drama humanitario que padecen los hondureños y otra muy distinta que deban pagar justos por pecadores.