Las imágenes son por igual impactantes y lamentables: dos mil hectáreas de páramo y otras dos mil de llanos arrasadas por el fuego, hábitats destruidos y ecosistemas dañados que tardarán años en recuperarse. Hoy son Santurbán y el Tuparro las víctimas de los incendios que tanto daño le causan a los recursos naturales de Colombia.
El Páramo de Santurbán, el mismo por el que se libran varias batallas para defenderlo de la minería así como de los depredadores humanos que buscan ganarle espacio a sus tierras o apoderarse de sus riquezas naturales, ardió durante cinco días. El fuego se llevó por delante miles de frailejones en su parte más alta, los mismos que se demoran cien años en alcanzar su altura promedio, absorben más carbono que un bosque tropical y son vitales en la producción del 70% del agua que consumen los colombianos.
Mientras se controlaba el incendio en ese páramo, en otra región colombiana, en la gran Orinoquía, el fuego comenzaba en el Parque Nacional El Tuparro, una gran sabana por la que corren algunos de los ríos más importantes del país, donde se reúnen cuatro ecosistemas diferentes y en la cual habitan cientos de especies de mamíferos, aves, reptiles y peces, buena parte de ellos endémicos y muchos en riesgo de desaparecer. Hasta ayer, dos mil hectáreas resultaban afectadas y los bomberos llegados desde diferentes partes del país trabajando en conjunto con el Ejército y la Fuerza Aérea, no lograban dominar las llamas por completo.
Son dos ejemplos del que se ha convertido en uno de los factores de más alto riesgo para el medio ambiente y el patrimonio natural colombiano. Los incendios forestales, que en el 99% de los casos son causados por la mano humana, acaban con mucho más que pastos o árboles; son la sentencia de muerte para los animales y la flora, causan el desplazamiento de especies que deben buscar nuevos hábitats e interrumpen funciones vitales de la naturaleza, tan necesarias además para contrarrestar el calentamiento global.
Lo más grave es que en casos como el del Santurbán, Los Tuparros e incluso los que se presentan en los cerros de Cali o en las montañas del Valle, generalmente existe la intención de causar el daño para lucrarse de él. Comenzar un incendio es la manera de allanar el camino para expandir las fronteras agrícolas y ganaderas, abrir espacio a los cultivos ilícitos o preparar el terreno para las invasiones ilegales.
Ahí está la razón de los 1080 incendios forestales que se presentaron por ejemplo en los primeros cuatro meses del 2020 y acabaron con 50.000 hectáreas de pastos y bosques. O de los 63.000 puntos calientes, alertas de potenciales conflagraciones, que se evidenciaron en ese mismo periodo en la Amazonía colombiana.
Los daños colaterales de los incendios forestales pasan por la destrucción de los recursos naturales, reducir las funciones de los ecosistemas para controlar las causas del cambio climático y acabar con las fuentes de agua que abastecen a la población. Por eso la necesidad de perseguir a quienes los causan y aplicarles la ley, tarea que es responsabilidad de las autoridades, de la Justicia, de los entes ambientales y en especial de cada colombiano, llamado a proteger su entorno natural.